Medio: El Deber
Fecha de la publicación: domingo 01 de septiembre de 2024
Categoría: Procesos electorales
Subcategoría: Elecciones judiciales
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Si tú
hubieses vivido en el siglo V a.C. en Atenas, Grecia, y hubieses sido un
ciudadano libre de 40 años cumplidos, en algún momento de tu vida hubieses sido
miembro de un tribunal de justicia. No te hubiese elegido la Ekklesia, sino el
destino. En aquel lugar donde había una democracia sin abogados, pero con
justicia, la suerte te buscaba.
No te buscaba para acabar
contigo, sino para seleccionarte como jurado. La fortuna pasaba a través de
“Kleroterion”, una ingeniosa máquina de selección aleatoria. Los historiadores
cuentan que era un bloque rectangular de piedra de 1.70 metros y 30 cm de
grosor. En su cara frontal había unas ranuras delgadas y profundas donde los
ciudadanos ponían sus placas de madera o de bronce con su nombre. Las ranuras
estaban divididas en 10 columnas verticales. Cada una correspondía a una tribu.
Aleatoriamente, un magistrado llenaba un
embudo en la parte izquierda del “kleroterion” con el mismo número de bolas
negras y blancas que las placas de la columna más corta. Automáticamente,
excluía las placas de las demás columnas que quedasen por debajo de ese nivel.
Después, giraba lentamente una manija en la parte baja del embudo para ir
sacando una bola a la vez. La primera bola en salir determinaba el destino de
la primera fila en todas las columnas: si salía bola blanca, la fila completa
de ciudadanos era incorporada al jurado del día; si salía bola negra, quedaban
exentos (J. Kane, Vida y muerte de la democracia).
Los atenienses dejaban a la máquina de la
justicia elegir a sus jueces porque confiaban más en el destino que en la
naturaleza humana. Si bien cambiaron las circunstancias, la naturaleza humana
sigue siendo la misma. El ser humano es propenso a caer en sesgos psicológicos
y anteponer sus intereses personales a los colectivos si no es limitado por las
leyes o es vigilado por ojos públicos.
Por eso, a estas alturas de
la historia, deberíamos combinar la suerte, la inteligencia artificial y las
percepciones humanas para elegir magistrados.
La preselección de los
postulantes debería ser encargada a una consultora internacional. Ésta
evaluaría las competencias blandas: comunicación
efectiva, trabajo en equipo, empatía, resolución de problemas y liderazgo.
También haría un examen psicológico de los postulantes para preseleccionar a los
más equilibrados y excluir a los que se transforman con un pedazo de poder.
De ese modo, tendríamos
postulantes con un conjunto de aptitudes interpersonales y rasgos de carácter
para interactuar de manera efectiva en el ámbito personal y profesional. Las
relaciones sociales saludables son esenciales para administrar justicia.
Terminada la preselección, la
Inteligencia Artificial (I.A.) debería evaluar las competencias duras de los
preseleccionados. Estas habilidades técnicas y específicas son adquiridas a
través de la educación formal, la formación especializada y la experiencia
práctica. Por tanto, son medibles y cuantificables.
Con el fin señalado, la IA analizaría datos históricos y proporcionaría información
sobre las habilidades que demostraron ser más efectivas en el pasado. En
consecuencia, definiría el perfil ideal de un magistrado o juez.
La IA examinaría las competencias duras a través de
pruebas estandarizadas. Por ejemplo, aplicaría pruebas de conocimiento legal.
En ese marco, los postulantes demostrarían sus conocimientos sobre legislación,
procedimientos judiciales y principios jurídicos.
La IA también diseñaría simulaciones de casos para que
los candidatos apliquen sus conocimientos en escenarios posibles. Sería la
mejor forma de medir su capacidad de resolver problemas legales y asumir
decisiones. Los exámenes de selección múltiple, como recientemente usó el
Legislativo, están bien para colegiales, no para magistrados.
De este modo, evitaríamos los vergonzosos chanchullos y
trampas que se han producido en la última elección de postulantes para las
elecciones judiciales. La IA mejoraría la precisión al eliminar sesgos humanos
(ideología, prejuicios) en la evaluación.
En resumen, los expertos de la consultora internacional
examinarían el sentido de justicia de los postulantes y la IA, sus
conocimientos sobre leyes y su capacidad sobre procedimientos.
La Inteligencia Artificial
seleccionaría a aquellos que han alcanzado un umbral mínimo de competencias
duras. Para garantizar la confianza en el proceso, la lista final debería ser
transparente y accesible a la sociedad.
Finalmente, llamaríamos al
destino para que elija a los magistrados de una lista de candidatos idóneos.
Opción uno: un sorteo electrónico. Para ello, tendríamos que usar un software
que garantice la aleatoriedad. Sería un programa que seleccione al azar uno o
varios candidatos de la lista y asegurar que todos tengan la misma probabilidad
de ser elegidos.
Opción dos: un sistema de lotería, supervisado por la
misma consultora internacional y vigilado por instituciones de la sociedad
civil boliviana. Para inspirar confianza, se podría incluir auditorías e
informes públicos.
Entonces, si tú quisieras ser magistrado no tendrías que
someterte a un partido y no te ganarían los tramposos. Dependerías de tus
competencias blandas, de tus conocimientos y finalmente de tu destino como en
el siglo V a.C.
Si nos decidimos, podemos aplicar este método después del
2025.