Medio: La Razón
Fecha de la publicación: martes 20 de agosto de 2024
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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El MAS sigue siendo la fuerza política más importante del país; desde hace 20 años es el centro de la política boliviana. Sus logros han sido aplaudidos hasta por furiosos antimasistas que en su tiempo político fueron incapaces de hacer lo que el MAS logró: transformar las necesidades del pueblo en políticas públicas.Con el MAS, las grandes mayorías tuvieron un instrumento que les posibilitó ser gobierno y que les aseguró algo por primera vez: ciudadanía.
¿Pero qué pasó? Hoy estamos ante un MAS amputado de sentido crítico: ¿Por qué la gente lo sacó en 2019? ¿Por qué el movimiento popular no tuvo capacidad de respuesta al movimiento reaccionario de entonces? ¿Se lo han preguntado los masistas? ¿Se lo han respondido? No.
Es más, a quien intente dar una explicación a estas cuestiones que vaya más allá de las teorías de la conspiración, de inmediato, en un gesto antidemocrático, se lo señala como traidor.
Aquí plantearé una hipótesis. Pasado un quinquenio de su gestión, el MAS empezó a proyectarse hacia la eternidad; pero, ¿qué es lo eterno? Solo los dioses son eternos, no el gobierno masista, que debía ser un hecho democrático, no un habitante del Olimpo. La idea alevosa de quedarse 500 años solo pudo conducir al MAS a la irrealidad y al autoritarismo.
Esta idea “masista” de un gobierno que se apoderaba del Estado no es accesoria, sino sustancial. La gran crisis interna nació ahí: de la idea de que el Estado es para los masistas y los cargos importantes del Estado para los dirigentes, ad eternum. “Solo puede ser funcionario el que tiene carné partidario», práctica que copió, pero al revés, el régimen de Áñez, y que hasta el presente ha dado lugar a listas negras y de todos los colores. Una idea/práctica que, además de ser inaplicable, está cobrando una factura muy fuerte en la percepción ciudadana.
Pensar que solo es Evo Morales quien se aferra a la candidatura perpetua es un error; no se trata de un comportamiento individual, está pulsión se extiende a toda la cúpula, por ejemplo a furiosos exministros que creen que deben volver a los ministerios porque solo ellos pueden hacer que funcionen bien. O dirigentes sociales que se reservan plazas en la función pública “porque les pertenecen” (y porque les son rentables). Los cargos legislativos cuoteados para las organizaciones, que nos han traído a la peor composición parlamentaria de la historia. Entonces, son muchos los que no dan paso a la renovación. Ni siquiera se compadecen de sus propios cuadros, ni antes, ni ahora. De gente que se formó en las escuelas que crearon, que hizo caso al llamado de formarse y prepararse para dirigir el Estado. Están fuera.
¿Qué tendría que hacer el masismo? Lo que tiene que pasar es que el masismo se libere del adjetivo «masista» y toda su carga negativa.
El masismo es el impulso, la voluntad de liberación, el hálito del oprimido que ascendió a la igualdad con una nueva Constitución escrita por él mismo (¡qué bella realidad la que se ha lastimado!)
El masismo es la autogestión desde el Estado de los recursos naturales que empieza con la nacionalización y tiene como fin la industrialización. Lo que tiene que hacerse es defender con argumentos políticos, morales y sobre todo económicos, la nacionalización.
En cambio, hoy el adjetivo «masista» nomina a una burocracia empoderada, cínica, aferrada a las instituciones, tolerante a la corrupción.
¿Se puede vivir el «masismo» sin ser «masista»? De hecho, sí: toda la fuerza transformadora y creativa de los primeros años de gobierno vino de ese «masismo» (cuyo otro nombre puede ser nacionalismo de izquierda, aunque también podría ser dignidad nacional).
El «masista» aparece un poco más tarde, cuando ya se deja de luchar por la emancipación y se da paso a la lucha por el poder, a las purgas, a la convivencia con hechos intolerables como el TIPNIS, que nos quebraron moralmente.
El masismo es el camino de la liberación y, principalmente, el modo esperado por siglos para alcanzar justicia social. Pero ha sido desplazado por la aparición del comportamiento «masista», que empezó a generar corrientes que derivaron en “alas” que actúan a ciegas para destruirse una a la otra, prohibiendo de facto la reflexión política, la crítica y la autocrítica de las que tanto se habla en las teorías de izquierda.
El proceso dejó de trabajar con componentes históricos, que fueron los que los llevaron al MAS a ser hegemónico, y se concentró en el encumbramiento de personas.
Es urgente detener la autofagia del MAS, del movimiento popular y de la mayor fuerza política de la historia. Hay que dar paso a la reflexión política sobre lo que se quiere en adelante; asumir los errores propios sin encontrar culpables externos; dar paso a la regeneración del movimiento político desde lo moral; pensar que los tiempos políticos personales pueden tener fin y dar paso a nuevos cuadros, a nuevas ideas, de forma honesta y generosa.
El MAS debe poder construir nuevamente su horizonte. Debe ajustarse a una realidad en crisis, actuar en el marco de la modernidad sin dejar de lado sus ideas políticas. El MAS tiene una responsabilidad con la historia, con la lucha por los derechos, con la emancipación…