Medio: La Razón
Fecha de la publicación: miércoles 17 de julio de 2024
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Acciones contra la democracia
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El 7 de junio de 1980, el comandante de la Escolta Presidencial, coronel Carlos Estrada, intentó irumpir en el dormitorio de la presidenta Lidia Gueiler, en la Casa Presidencial de San Jorge. Estaba ebrio; su intención era matar a la mandataria, que entonces propiciaba las elecciones generales a pesar de las Fuerzas Armadas.
Menos mal, el posible magnicidio fue neutralizado por el asistente y personal de seguridad de la presidenta, que desarmaron al jefe militar (llevaba un rifle automático).
“Fue un intento alocado y difícilmente correspondiente al repertorio de los fríos coroneles argentinos que asesoraban a (Luis) Arce Gómez, pero sirvió para subrayar la extrema fragilidad de la situación”, describe James Dunkerley en Rebelión en las venas (1987).
Poco más de un mes después, Gueiler fue víctima del golpe, el 17 de julio de 1980, de Luis García Meza, a quien había nombrado comandante del Ejército el 12 de abril de ese año.
Años después, el 10 de noviembre de 2019, los episodios se repitieron. Entonces, el comandante de las Fuerzas Armadas, William Kaliman, a nombre del Alto Mando Militar, sugirió al presidente Evo Morales renunciar. Lo hizo luego de reuniones previas con un comisionado, Luis Fernando López, del entonces presidente del Comité pro Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, quien se había instalado en La Paz en medio de protestas contra Morales y un presunto fraude electoral.
Acto seguido, el 12 de noviembre, luego de cabildeos políticos que propició la Conferencia Episcopal Boliviana (CEB) en la Universidad Católica Boliviana (UCB), en La Paz, la senadora de minorías Jeanine Áñez tomó el poder con el alegato de “vacío de poder” (luego de renunciar, Morales se asiló en México), ante una Asamblea Legislativa sin quorum ni presencia de legisladores del Movimiento Al Socialismo (MAS).
A pesar de que entonces los promotores de Áñez entendieron a su modo la declaración constitucional de 2001, que blindó el gobierno de Jorge Quiroga ante la renuncia del enfermo terminal presidente Hugo Banzer, la Constitución Política del Estado de 2009 prevé la sucesión a cargo del Vicepresidente del Estado y, a continuación, los presidentes de las cámaras de Senadores y Diputados.
“Sucesión impecable”, llamó Carlos Mesa, periodista, historiador y, entonces, candidato presidencial por Comunidad Ciudadana (CC), que también fue parte de las reuniones convocadas por el clero católico.
Cuatro años y medio luego, otra vez elementos de las Fuerzas Armadas pusieron en vilo al país a título de democracia. El 26 de junio reciente, el entonces comandante del Ejército, Juan José Zúñiga, irrumpió en la plaza Murillo, el enigmático centro del poder político del país, en una intentona golpista. Con el Kilómetro Cero tomado por militares pertrechados y con tanquetas, el jefe castrense —en el mismo cargo que ostentaba García Meza antes del golpe de Estado de 1980— argumentó que las Fuerzas Armadas tenían la “obligación” de “recuperar la Patria”.
“Ante el fracaso histórico del partidismo, las Fuerzas Armadas, por su propia responsabilidad, están impelidas a reabrir los periodos de vacío político o de conflicto de poder”, había ensayado García Meza antes de la asonada.
Ahora encarcelado, el general Zúñiga sufrió una embriaguez parecida a la del coronel Estrada frente a Gueiler al aventurarse a buscar el poder por la fuerza aquel día.
No es usual que en democracia militares irrumpan calles y plazas sin previa orden civil. Una acción así, sin reparos, debe ser reprochada de manera indiscutible, como al principio lo hizo Evo Morales, cuando denunció el golpe de Estado y convocó a movilizaciones.
Sin embargo, al calor de diferencias políticas y pretensiones electorales, abundan voces que buscan “romantizar” o desacreditar las acciones de Zúñiga. El mismo Morales, en entrevista con la cadena estadounidense CNN a la que desdeñaba antes, ratificó que lo ocurrido fue un “show bien montado” por Luis Arce.
Hoy, a 44 años del golpe de García Meza, hay que reprochar esas actuaciones y reflexionar sobre las justificaciones. “Golpes eran los de antes”, decía en 2021 a La Razón el experimentado periodista Mario Espinoza.
Golpe es golpe, así como ocurrió en 2019 con Áñez; los de antes y los de ahora.
(*) Rubén Atahuichi es periodista