Medio: El Deber
Fecha de la publicación: jueves 23 de agosto de 2018
Categoría: Consulta previa
Subcategoría: Consultas en materia hidrocarburífera
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Pareció raro desde el inicio. Venía un tribunal de afuera atendiendo algunas denuncias y el Gobierno reaccionó con un tacto y una inteligencia a las que no nos tiene acostumbrados. Hizo como que se adelantaba invitándolos él a que vinieran y les ofreció todas las garantías. Sorprendente.
Alguien se había quejado al tribunal de lo que pasaba en el Tipnis y el tribunal decidió venir. El Gobierno sonrió diplomático y armó el recibimiento. Ensayó simulacros con las organizaciones indígenas que tenía ya compradas y preparadas. Aprendieron las alabanzas a la carretera y al desarrollo, las ventajas de comunicar el territorio, la falta de escuelas y de caminos. Tenían que hablar de los cocaleros como de santos varones protectores de desvalidos y del Gobierno, amigo de los indígenas. La argumentación era perfecta.
Lo estropeó todo el maldito tribunal. Empezaron por hacer su propia agenda y se dispusieron a averiguar por su cuenta. Se saltaron el libreto que les tenían escrito. El atrevimiento llegó al colmo cuando se reunieron con los pobladores del Tipnis. Ahí se descompuso todo. A los gobernantes se les terminaron la paciencia y los modales. Presidente y ministros perdieron la compostura y decidieron el castigo. Llamaron a los mismos que bloquearon la marcha indígena en Chaparina para que paralicen a los miembros del tribunal en medio del monte. No podían aceptar que salga de la selva el secreto tan bien guardado. Después de horas de abandono de los tribunos en el tórrido Tipnis tuvieron que dar contraorden para dejarlos partir, pero que no se atrevan a hablar con nadie más. Que se vayan y no vuelvan.
Tremenda metida de pata. Como pasa siempre, ahora no saben cómo arreglar el desastre. La presión les nubló la inteligencia. La imagen que han dejado con el exabrupto es similar a lo que decía la denuncia que hizo venir al tribunal. Urge encontrar disculpas y argumentos, pero continúan ahondando el problema. Imagínese, dice que garantizaron la entrada, pero que el tribunal, al escuchar a las víctimas, hurgó el avispero que no se debía tocar ¿Cuándo hay intocables en un juicio? Es confesión de culpabilidad.
El Gobierno esperaba que el tribunal cumpla el protocolo impuesto a sus tribunales nacionales, que callan y esperan instrucciones. No saben que en el mundo los tribunales tienen garantía de libertad absoluta de acción. No comprenden que los jueces necesiten preguntar y ver y oír a todos, hasta conocer completa la realidad. Nuestros gobernantes se creen con poder para marcarles caminos y decidir los procedimientos de los que no puedan salir. Ahora dicen que no ofrecieron tantas garantías ¿Qué le parece? Aunque no las ofrecieran, tienen obligación indiscutible de darlas. Si no lo hacen, muestran de qué lado están. El acusado, el Gobierno, tiene que demostrar que no le preocupa que se busque la verdad. Tiene que ofrecer pruebas y testimonios, pero si prohíbe que se conozcan otras versiones y otras visiones, solo muestra su desesperación por torcer la justicia.
No soportan que se conozca la verdad. El ministro que escamotea garantías, tampoco. Es lo que sucede cuando uno tiene tanto por esconder. Tienen pánico de que el mundo conozca los entretelones e interés ocultos en el complicado y turbio manejo del Tipnis, de su carretera, de la coca que ya empieza a invadirlo. Costó demasiado esconder tanto absurdo, para que ahora lo publique a los cuatro vientos un tribunal internacional cualquiera. Está en peligro el prestigio del jefe y lo defienden con uñas y dientes, como si tuviera salvación.