Medio: Brújula Digital
Fecha de la publicación: martes 16 de julio de 2024
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Constatación primera: el país acaba de presenciar que los acuerdos o la búsqueda de coincidencias son posibles, muestra de ello se encuentra en la firma de la declaración de consenso que se firmó entre el TSE y variados representantes del mundo político. Quiere decir que efectivamente sí es posible construir acuerdos políticos. Constatación segunda: se firman acuerdos, expresiones de voluntad política, pero no existen compromisos institucionales que los viabilicen y garanticen, solo generalidades y enunciados que siempre permiten deshacerse de ellos con más facilidad. Entonces la constatación es terminante, el escenario de consensos que se construye es solo de cobertura a los intereses inmediatos, personales, propios e indolentes con el tejido social.
Fue una fugaz mesa de dialogo que tuvo sus prolegómenos en cabildeos previos a la realización del evento, el objetivo está en suspender, ley de por medio, las elecciones primarias y los procesos de democratización interna de los partidos políticos, esto es, menos democracia interna y mayores definiciones -candidaturas a la presidencia del Estado incluida- dentro del círculo de amigos del partido y de los apoyos contratados.
La iniciativa del Tribunal Electoral deja en evidencia que la sociedad boliviana está en la agenda baja de los políticos, aquella que se posterga una y cientos de veces, pues su atención reduciría el poder y la vigencia de los actores políticos. La agenda alta, aquella que efectivamente les interesa y los congrega no es otra que la de sus beneficios y su perpetuidad en la política. Muchos años atrás y con esto en mente, Max Weber reflexionó analíticamente sobre las formas en las que se puede habitar la política: se puede “vivir de la política” o contrariamente “vivir para la política”. Algo que va más allá del “político ocasional” que alguna vez nos cruza en nuestras vidas. “Vivir de la política” o “vivir para la política” no son “mutuamente excluyentes” aunque están absolutamente diferenciados. “Es que quien vive para la política hace de ello su vida en un sentido íntimo, ya que tiene la conciencia de haberle dado un sentido a su vida, poniéndola al servicio de algo, a diferencia de quien vive de la política que hace de la misma una fuente duradera de ingresos”, dicho de otra forma y en términos locales, son estos últimos los que confeccionan la agenda alta de la política nuestra.
Se dice que en tanto poder y violencia son los factores involucrados en el fragor de la lucha política, ello implica un pacto con el diablo que crea un mundo de mentiras, desecha los dilemas morales y determina su itinerario sobre la referencia que le proporcionan sus cálculos aciagos. Imaginan que a ellos no le alcanzará el diluvio, entonces “brillan con la ironía de los que salen airosos de la situación. Para ellos, las grandezas como el honor, la decencia, el amor a la verdad y el ser comprensivo son meros personajes del gran teatro del mundo” grafica Sloterdijk, “Están convencidos de que pueden reclamar su derecho de excepción en cualquier momento”, añade.
Ese derecho de excepción que ahora se disponen a ejercer es el de modificar una ley, -la de Organizaciones Políticas- para un beneficio propio: pasar de largo de la exigencia de elecciones primarias para determinar las candidaturas presidenciales. Esto que les incomoda, pues exige que los caudillos partidarios tengan que democratizar sus espacios partidarios y democratizarse ellos también, determinaron que debe retirarse de la ley, y dejar para el análisis venidero -algo que no se conocerá nunca- el “análisis de su implementación progresiva para impulsar la democracia interna en las organizaciones políticas. El Tribunal Supremo Electoral presentará el proyecto de ley pertinente” (punto 4to de la declaración firmada).
Buscan cambiar una ley para facilitarse su estadía en la política. No son institucionalistas porque ese concepto está asociado a desconcentrar el poder, compartirlo y alternar en los espacios de mando y sus conductas políticas van precisamente a contramano de ello. El cinismo de las palabras de justificación y la solemnidad de los rostros enjutados y protocolizados no diluye el hecho antidemocrático, entonces activan la mentira por justificación noble: “Es una prioridad la realización de las elecciones judiciales con la finalidad de renovar a las autoridades judiciales en el marco constitucional y legal vigente en el país”, pero la semana que recién comienza ya conoce de un nuevo fracaso en la Asamblea Legislativa que paraliza el proceso de elecciones judiciales.
La referencia a la elección de autoridades judiciales es el rostro amable de la declaración en consenso, lo que aglutina el interés de los políticos asistentes es diluir/retirar las internas y primarias de la obligatoriedad que determina la ley, cada cual con intereses circunstanciales diferentes. En ese día la disidencia plena estuvo en el lado del expresidente, quien está inquieto en estas horas porque lo están colocando en una posición de “jaque mate” frente al proceso electoral del año 2025.
Los actores del espacio político nacional pueden participar de un acuerdo que incluyó una fugaz mesa de trabajo y la firma de expresión de intenciones nobles e “institucionales”, pero no construyen diálogos para auxiliar la economía del país, allí donde están los intereses de esa alejada, distante y desconocida sociedad civil; no logran consensos para desarmar la corporación político-judicial de intereses compartidos y tampoco avanzan en diseñar un proceso de acuerdos que cierren la polaridad política y social del país. Eligen selectivamente qué normas violentar o dejar sin cumplimiento.
Si con lo hecho por el general Juan José Zúñiga se acepta hablar de la necesidad de reformas institucionales y estructurales en las Fuerzas Armadas y Policía Nacional, también es el turno de reflexionar sobre la alta exigencia que existe de corregir el sistema de partidos políticos y su mínima institucionalidad. Menos poder en tan pocas manos.
Jorge Richter es politólogo.