Medio: LA PRENSA
Fecha de la publicación: jueves 04 de julio de 2024
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Durante todo el siglo XX, la izquierda nacional consideraba que todos los males que experimentaba la nación se asociaban a los intereses de clase. Dado que la gran mayoría del pueblo experimentaba un estado de pobreza crónica como consecuencia de la existencia de una oligarquía antinacional, el referente universal terminó siendo el “pueblo”. Todo lo que tenía algún grado de visibilidad debía ser parte del “pueblo”, de lo contrario era solo un espejismo, o en el mejor de los casos, un artificio burgués.
Ante la hegemonía de lo popular la política quedó subsumida al discurso de la pobreza y de las condiciones miserables en que vivía el pueblo, de ahí que adquirió sentido aquello de que la esencia de la nación se expresaba en lo “nacional-popular”. Lo popular se transformó en la categoría general del discurso: lo recubría todo, lo explicaba todo y se suponía que eliminadas sus causas lo solucionaría todo. Las otras interpretaciones, los programas de Gobierno, los discursos ideológicos o el potpurrí musiquero sólo era legitimo si se inscribía en alguna manera en la vasta escala de lo popular.
Heredero primogénito de la ideología marxista, el pensamiento indigenista quedó secuestrado por los preceptos marxistas. La posibilidad de generar un pensamiento crítico capaz de reconocer la multiplicidad de factores que hacen de una sociedad lo que en realidad es, subsumió los discursos indigenistas que fueron tan útiles y productivos en el siglo XX transformándolos (en la actualidad) en verdaderas camisas de fuerza que finalmente se expresan como eficientes mecanismos de un autoritarismo unipolar y excluyente.
Cualquier forma de interpretar la realidad que no repitiera los preceptos marxistas del siglo pasado y los indigenistas del presente, o cualquier argumento que no se reconoce propio de lo popular es inmediatamente excluido, segregado y reprimido de formas diversas, unas sutiles otras brutales. La consecuencia es que a casi dos décadas de silencio impuesto por el MAS y una sistemática represión semántica y simbólica han degradado la política, los discursos ideológicos, las fundamentaciones políticas y los argumentos propios de la racionalidad moderna a una suerte de credos irrelevantes, y discursos mediocres producto de la “viveza criolla” años luz del debate político.
Toda la política se muestra falaz, simplona, de justificaciones triviales y de protagonistas mediocres; es imposible reconocer hombres y mujeres de la talla de aquellos que inmediatamente después de la Guerra del Chaco transformaron la nación. Las figuras de un Busch, de un Villarroel, de un Paz Estenssoro, de una Lidia Gueiler, son casi míticas y de hecho inalcanzables. Vivimos el “cierre del universo del discurso”, como diría Marcuse, y bajo estas condiciones el MAS ha condenado a la mediocridad a más de una generación.
El sueño de un dictadorcito como García Linera o de un político de mucho olfato y poca cultura como Evo Morales, por crear una sociedad de pensamiento único, con un idioma nativo dominante, una cosmovisión andina dominante, una ideología indigenista dominante y un gobernante eterno y dominante, la tiraron al basurero de la historia la nueva burguesía popular, el desarrollo de una poderosa economía de ferias y una clase mediante creciente, democráticos todos y ciudadanos antes que populacheros. A Dios gracias.