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Medio: El País
Fecha de la publicación: miércoles 22 de agosto de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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El pasado 6 de agosto se inició una coyuntura política que puede tornarse crítica. Eso dependerá, obviamente, de la conducta de los actores estratégicos, cuyas decisiones definirán el curso de los acontecimientos. Es una coyuntura de cierta autonomía de la política respecto a los factores estructurales, puesto que la economía (caracterizada por estabilidad y crecimiento) no enfrentará mayores situaciones de incertidumbre, menos aún de crisis, ese mal augurio que no se cumplió el año pasado.
Para fines de nuestra reflexión usamos de manera flexible la noción de coyuntura crítica que, en la teoría política, designa una fase de transformaciones significativas que puede provocar una reorientación sustantiva del proceso político. Para ilustrar esta definición podemos evocar los acontecimientos que derivaron en la “guerra del gas” en octubre de 2003, o las intensas pugnas durante el proceso constituyente iniciado y qué condujo a una solución a través del referéndum revocatorio en agosto de 2008. La primera coyuntura concluyó con la sucesión presidencial de Carlos Mesa y la segunda, con la ratificación de Evo Morales.
No estamos viviendo una situación análoga, pero existen algunos atisbos al respecto que exigen prestar atención a los acontecimientos y —reitero— al comportamiento de los actores estratégicos. Por lo pronto, en estas líneas utilizamos la noción de coyuntura crítica para dar cuenta de un “momento de inflexión” (Fernando Calderón dixit) en el proceso político, cuyo derrotero se torna incierto. Una primera etapa se inició durante los festejos patrios a partir de las acciones de varios sectores de la oposición en Potosí (tres bancadas parlamentarias, varias autodenominadas plataformas ciudadanas, un comité cívico, algún jefe político), y según lo anunciado, tendrá un circunstancial punto de culminación el próximo 10 de octubre, fecha que se conmemora el fin del ciclo de dictaduras militares y el inicio de esta etapa democrática. El 6 de agosto, los opositores interpelaron al Presidente con la consigna “Bolivia dijo No”, y el 10 de octubre pretenden arribar a la ciudad de La Paz culminando una marcha desde Caracollo (lugar emblemático para el MAS, porque fue el punto de partida de sus movilizaciones de antaño) con la misma consigna: rechazo a la postulación de Evo Morales como candidato en 2019 y “defensa de la democracia”.
¿Qué está en juego? No solamente la capacidad de movilización de la oposición al MAS que, desde su derrota en el revocatorio de 2008, vuelve a tener presencia en las calles, sino, y de manera particular, se trata de una disputa por el sentido de la democracia. Es decir, es un intento de debilitar el discurso oficialista que hasta el referéndum del 21 de febrero de 2016 articulaba sus valores en el vocablo “ampliación de la democracia” (inclusión, participación, representación, paridad, interculturalidad), y ahora es cuestionado a partir de otros valores (alternancia, pluralismo, Estado de derecho), e incluso algunos principios antes enarbolados por el MAS, como el respeto a la soberanía popular expresada en las urnas como democracia directa.
Para ese cometido, el polifónico discurso opositor tiende a converger en la utilización del clivaje dictadura/democrática para cuestionar al gobierno de Evo Morales, con mayor énfasis por parte de las mentadas plataformas ciudadanas. Una “acusación” que no tiene sustento, pero que pretende ser instalada en la opinión pública como parte de un intento de mellar la legitimidad del Gobierno y del propio “proceso de cambio” (por eso esgrimen la idea de “cambio de régimen). Empero, la oposición no es una coalición, sino un campo disperso, fragmentado y heterogéneo. Por tanto, es preciso prestar atención a su polifonía discursiva (que contrasta con la monotonía del discurso oficialista) para evaluar su influencia en el proceso político. Una tarea pendiente de reflexión.
*Es sociólogo