Medio: La Razón
Fecha de la publicación: lunes 17 de junio de 2024
Categoría: Debate sobre las democracias
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Hoy, uno de los síntomas en el campo político boliviano es el tránsito de una polarización aguda —característico de los últimos años, que inclusive desembocó en una ruptura constitucional—, hacia un centro político/ideológico. En todo caso, no nos referimos a aquella otra polarización social o cultural asentada en los clivajes étnicos o regionales de larga data que se remonta a los orígenes republicanos de Bolivia, no superada aún, pero, además, en los momentos de alta conflictividad, la polarización política se alimentó de la polarización socio/cultural.
A partir de fines de 2022, esa polarización política se diluyó. En rigor, esa fuerte polarización tenía uno de sus polos localizado territorialmente en Santa Cruz, expresado en el camachismo (en alusión a Luis Fernando Camacho, el líder cívico/político que puso en vilo a la democracia boliviana en 2019) que protagonizó, en noviembre de 2021, la última movilización cruceña en contra del gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) desactivada posteriormente y, acto seguido, Camacho fue encarcelado en Chonchocoro bajo acusación de terrorismo. A nuestro juicio, el camachismo tenía rasgos de la extrema derecha de hoy: invocación religiosa, violencia in extremis, intolerancia racial, mesianismo, difusión de fake news en el espacio digital, entre otros. En su afán de polarizar a Bolivia, el camachismo atrajo a su polo inclusive a la derecha más moderada.
Por otra parte, el otro polo, o sea el nacional-popular (o si prefieren en términos convencionales, la izquierda), estaba ocupado ideológicamente por el MAS. Al no existir un enemigo político externo al cual enfrentarse, esto, entre otras cosas, le otorgaba su identidad política/ideológica ya que la extrema derecha, o sea el camachismo, como dijimos anteriormente, sufrió una estocada letal. Esa ausencia de enemigo externo al MAS, posibilitó que la conflictividad se desplace a las entrañas de la estructura partidaria oficialista. Esa disputa interna, a propósito, está desprovista de un debate ideológico ya que el factor principal de esa disputa es por el poder.
Entonces, la desaparición, o por lo menos el debilitamiento agudo de la extrema derecha y la fractura interna del MAS son indicadores inequívocos de que estamos asistiendo a las contrapuertas para el centro político. En rigor, hay señales al respecto: Manfred Reyes Villa no descarta la posibilidad de candidatear por la presidencia y tampoco quiere reunirse con aquellos actores opositores al MAS, muchos de ellos protagonistas de la polarización. Y quizás otro (nuevo) actor político es el exvocero presidencial Jorge Richter, quien aseveró que no volverá a su oficio de analista político, sino que se dedicará a pensar en “buscar soluciones para el país y derroteros para la unidad de Bolivia”, y dejó algunas pistas de su posible incursión en la política, utilizando el método de Sherlock Holmes: se deduce su presencia en las venideras elecciones con una propuesta, según él: “progresista y humanista”.
Este camino al centro político también está poblado de su propia discursividad. Ese “puente discursivo” pregonado por esos actores se aleja de la polarización política: hablan de la necesidad de articular, en la economía, el Estado con el mercado. Y en el ámbito político dicen aproximar a la “República” con el “Estado Plurinacional” que, en tiempos de la polarización, operaban como antinomias. Este nuevo repertorio discursivo en el espectro de la política son campanas que anuncian la disolución de la polarización política/ideológica.