Medio: La Patria
Fecha de la publicación: martes 21 de agosto de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Es que quienes usaron y usan el voto de los ciudadanos, saben muy bien que mientras menos conciencia tenga el votante de sus deberes y de sus derechos, más fácil resulta su manipulación.
Todas las formas políticas se pueden pervertir, es cierto, «cuando es perverso el espíritu que las rige», así, la monarquía absoluta puede devenir en una tiranía, un régimen predominantemente elitista puede degradarse en oligarquía injusta y opresora, así como la democracia formal puede resultar en demagogia e incluso en un disfrazado totalitarismo.
«La Iglesia nunca ha condenado las formas jurídicas del Estado: nunca ha condenado la monarquía -absoluta o moderada-, nunca ha condenado la aristocracia -estricta o amplia-, nunca ha condenado la democracia -monárquica o republicana-. Sin embargo, ha condenado todos los regímenes que se fundamentan en una filosofía errónea» (A. Desqueyrat, L´enseignement politique de l´Église).
Conviene diferenciar tres significados distintos del término «democracia», cuya confusión es a menudo fuente de equívocos teóricos y prácticos. Por democracia puede entenderse: 1) en sentido genérico, la activa participación de los ciudadanos en la gestión de la cosa pública; 2) en sentido específico, una de las tres formas posibles del régimen de gobierno, según la nomenclatura clásica, de origen griego; y 3) históricamente, la ideología de la «soberanía popular», inspirada en Hobbes, Locke y Rousseau, e inspiradora de la Revolución Francesa.
El gran Papa León XIII en la encíclica Immortale Dei (Nº 18) alude a los tres sentidos de la «democracia», rechaza el tercer sentido, es decir la ideología de la soberanía popular, establece el carácter opinable y optativo del segundo -el régimen democrático de gobierno- y prescribe la obligatoriedad del primero, ergo, la participación política del pueblo.
El mismo pontífice enfatizó justamente el virtual carácter ateo o agnóstico de la tesis de «soberanía popular»: «Es el pueblo el que elige las personas a las que se ha de someter, pero lo hace de tal manera que traspasa a éstas no tanto el derecho de mandar cuanto una delegación para mandar, y aun ésta sólo para ser ejercida en su nombre», y esta delegación se hace «como si Dios no existiese» o «como si fuera posible imaginar un poder político cuyo principio, fuerza y autoridad toda para gobernar no se apoyara en Dios mismo» (Encíclica Immortale Dei, 10).
Esta «ideología de la democracia liberal» -que debe distinguirse de la democracia en sí misma, como régimen de gobierno- incluye muchos otros errores a partir de esa subversión radical de valores. Por de pronto la legitimidad moral del poder, de sus actos y de su legislación, se hace residir en la facticidad de la mayoría al margen de todo verdaddroi fundamento moral: «De aquí el número como fuerza decisiva y la mayoría como creadora exclusiva del derecho y del deber», cosa que está «en contradicción con la razón» (León XIII, encíclica Libertas praestantissimu, Nº 12). En efecto, ello equivale a dejar «la soberanía asentada sobre un cimiento demasiado débil e inconsistente» (Diuturnum illud, Nº 17).
La izquierda identifica comúnmente «democracia» con «derechos humanos», dando a entender que la democracia sería el único sistema político que garantiza el respeto de esos derechos. Sin embargo, la realidad nos muestra que una vez en el poder, la izquierda, más que garantizar los auténticos derechos de la persona, sobre todo los naturales, hace de éstos una ideología, subordinando el respeto a los verdaderos derechos a los parámetros de esa concepción. En una democracia así falseada y adulterada, por ejemplo, la libertad es concebida como algo absoluto, sin relación con la verdad y el bien. Cada quien hace lo que se le antoja, bajo la única condición de no interferir con los demás individuos. Se vive en una burbuja de autonomía individual, intangible, en virtud de la cual no se puede interferir proyectos de vida, por más nocivos que sean.
«El análisis de la esencia de la democracia nos conduce a la conclusión de que ésta, partiendo de la idea de libertad, que es su principal e indispensable presupuesto, termina inexorablemente en la tiranía, o dictadura de la multitud, del número, de la cantidad, y por lo mismo de la sinrazón y del desorden. El principio fundamental que la mueve [a la democracia] es el igualitarismo universal absoluto. Ahora bien: como los hombres -sin una intervención especial de Dios- no pueden ser igualados o nivelados por lo más encumbrado que hay en ellos, es, a saber, la ciencia y la virtud, no resta sino la posibilidad de intentar la nivelación absoluta universal, por lo más bajo que hay en ellos, es decir, por su condición material. Tal es el intento del comunismo soviético, como enseña Pío XI en su magistral y actualísima encíclica «Divini Redemptoris»" (Padre Julio Meinvielle, Concepción católica de la política).
Durante su pontificado, Benedicto XVI advirtió frecuentemente que «una democracia sin valores cae en el relativismo, y que éste conduce rectamente al totalitarismo», recordando a San Juan María Vianney, subrayó que este santo vivió en el ambiente de una Francia post revolucionaria: «Si entonces había una dictadura del racionalismo, ahora se registra en muchos ambientes una especie de "dictadura del relativismo"» (5-VIII-2009). O dicho en otras palabras: «cuando la ley natural y la responsabilidad que ésta implica se niegan, se abre dramáticamente el camino al «relativismo ético» en el plano individual y al «totalitarismo del Estado» en el plano político» (16-VI-2010).
«La democracia, pues, es una perversión que lleva a otra mayor y de ella derivada y cómplice: el comunismo. Algo que los mismos comunistas testificaron y previeron» (Antonio Caponnetto). Y todavía hay quienes dicen que las ideologías han muerto con la caída del muro de Berlín.