Medio: La Razón
Fecha de la publicación: domingo 12 de mayo de 2024
Categoría: Representación Política
Subcategoría: Procesos contra autoridades electas
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La última elección en la Asamblea Legislativa Departamental (ALD) de Santa Cruz evidenció el paso de Creemos, la agrupación liderada por Luis Fernando Camacho, de ser la fuerza política dominante en el espacio cruceño a su establecimiento como una minoría aislada. El pasado viernes 3 de mayo, el asambleísta Antonio Talamás (Creemos) fue elegido como presidente del ente legislativo, en reemplazo de Zvonko Matkovic, con 21 votos a favor, cuatro en contra y uno nulo. La elección fue realizada por plancha, de forma tal que el sector camachista del oficialismo departamental quedó fuera de la directiva.
Se trata del episodio sintomático más reciente del declive del camachismo, que sobrevive sin un norte claro. Con todo, expresa el momento actual de un largo, intenso y apasionante proceso. Conversamos al respecto con Vladimir Peña, abogado, analista político y amplio conocedor de la realidad cruceña. Desde el lugar que ocupó en la Gobernación cruceña, como secretario de Gobierno, tuvo un lugar privilegiado para comprender las estructuras del poder local y a sus protagonistas.
¿Cómo llega el camachismo a este momento donde aparece debilitado?
Habrá que ir por una parte al origen de Creemos y ver si como tal es un proyecto político, más allá de la tipología organizativa. Es verdad que se creó al fragor de la revuelta ciudadana en 2019, que tuvo mucho apoyo, pero considero que ese apoyo estaba asentado esencialmente y casi únicamente en el liderazgo de Luis Fernando Camacho. Ahora, tres años han sido suficientes para comprobar que era un liderazgo insustancial en términos de cultura política. Más allá de la situación de la detención, abstrayéndonos de todas esas circunstancias, creo que la administración de la Gobernación ejemplifica que ni el liderazgo ni el proyecto estaban capacitados para dirigir una institución tan importante como el Gobierno Autónomo Departamental de Santa Cruz.
Entonces, esta desintegración que se está viendo en Cremos hoy, precisamente tiene que ver con el liderazgo de Camacho y también con su poca cohesión como organización política. Creemos supeditó su futuro al liderazgo de Camacho y no supo responder a diferentes crisis. No hubo nadie que ponga un alto a los excesos del líder, desde congelar al vicegobernador, hasta tomar la determinación de dirigir la Gobernación desde la cárcel. ¿Por qué? Porque el gran error de Camacho es pensar en sí mismo. Sólo pensó en sí mismo y no pensó en Santa Cruz.
Cuando uno mira hasta ahora las discusiones de la gente de Creemos, es entre ellos. Lo que pasa con lo de las comisiones en estos días en la ALD o lo que abrió la discusión sobre el tema del vicegobernador: es un tema de desconfianza, de supuestas traiciones. Nunca se hacen en cargo de sus decisiones. Cuando subieron el decreto departamental 373, dijeron que no lo habían aprobado, después que sí, luego que no lo habían firmado, apareció firmado. Toda una cadena de explicaciones que al final devela el manejo que han tenido.
Sin ánimo de ser determinante en esto, considero que lo que hemos visto en estos tres años de mandato es suficiente para darnos cuenta de que estamos en un proceso involutivo en el desarrollo de nuestra autonomía.
¿Cómo se puede valorar el desempeño de gestión pública en la Gobernación durante el periodo actual?
Hay un gran déficit. Si bien probablemente ante los ojos ciudadanos, por la agenda mediática, puede atraer el fraccionamiento, el enfrentamiento entre grupos de Creemos, tanto en la Asamblea Legislativa Plurinacional como ahora en la propia Gobernación y la ALD, creo que el mayor problema y el gran déficit ha estado en la gestión. Si uno lee el programa de gobierno de Creemos y analiza su administración, no se encuentra el objetivo. Lo poco que han hecho ha sido seguir algunas líneas de la administración anterior. Lo que han intentado hacer como algo nuevo, les ha salido mal.
Cuando uno revisa, dijeron que ellos van a cambiar la política respecto a los avasallamientos y todo lo que tiene que ver con la tierra. Hicieron un par de intentos para constituir la Comisión Agraria Parlamentaria y luego no hicieron absolutamente nada. En términos de desarrollo provincial, las provincias están avanzadas. En términos de salud, no han sido capaces de implementar el hospital de Montero. Y así uno puede seguir mostrando ejemplos, pero la conclusión es la misma: una gestión muy deficiente y en términos políticos sin horizonte, sin rumbo. Dijeron que iban a profundizar la autonomía para pasar a un federalismo. Lo cierto es que ni profundización de la autonomía, hemos ido para atrás, y de federalismo ni una hoja.
¿Cómo queda la discursividad camachista, esta apelación al regionalismo?
Dos reflexiones sobre eso. La primera, si algo bueno se puede extraer de la presencia del camachismo, es que el camino de la radicalidad no conduce a ningún lado. Puede ser que en un momento de efervescencia la espuma suba, pero tiene límites y después vuelve a bajar. Pero, no alcanza para salir de Santa Cruz. Considero que es ya ahora un discurso agotado y que la gente comprende que no lleva a ninguna parte. Por eso inclusive el viraje del propio Comité Cívico. Temo que los que se han anclado en el discurso cruceñista lo han mal utilizado y lo han malgastado; y no han sabido encontrar un nuevo relato. Y por eso, ante la carencia de una nueva propuesta, vuelven a lo mismo. Ven que eso no lleva a ninguna parte, pero por otro lado tampoco encuentran un discurso nuevo y menos uno que pueda ser homologable con todo el país.
Ahora, también considero que la crisis va a ir mucho más allá del camachismo. Creo que esta crisis hace ver que probablemente estamos en un cambio de época también en Santa Cruz. La autonomía tiene que ser eso. Nuestra autonomía tiene que hacernos ver que nuestra institución (la Gobernación), no tiene que supeditarse a un sistema tradicional de poder. Que la autonomía tiene que dar la posibilidad a que haya competición electoral entre diferentes proyectos políticos que pretenden dirigir Santa Cruz y no canalizarlos todos a un solo cauce; que es lo que ha definido, de alguna manera, las elecciones en el último tiempo, bajo el nombre de unidad o cualquier otra cosa.
El debate que se abre es si nuestra autonomía se ensancha para competir democráticamente o si se utiliza, como utilizó Camacho, el discurso del antimasismo precisamente para evitar que haya un sistema electoral competitivo.
¿Qué porvenir puede tener el estilo de hacer política del camachismo, cuya impronta más notoria fue la confrontación?
También es muy parecido en eso a la radicalidad del evismo. Al final se torna disruptivo, talvez también en eso se asemejan. Pero está claro, independientemente del camachismo o el masismo, o una facción de este último, que los radicalismos tienen límites. No estoy muy de acuerdo con esto de generalizar en la polarización, sino en la radicalización. Los extremismos tienen límite. Puede ser que en algún momento te hagan ganar votos, puede ser que te den instituciones, pero cuando tienes que asumir y administrarlas como tal, pues bueno, ahí se acaba el discurso y hay que actuar.
Ya vemos que para muestra basta un botón, como se dice. Querían las instituciones, pero ahora, por ejemplo, con la brigada parlamentaria cruceña no saben qué hacer. Entonces, ¿para qué querían las instituciones? Así, es verdad que se puede ser radical en la forma, pero sin ningún planteamiento.
Y al final eso termina siendo humo, viene el viento y lo disipa. Si no, miremos lo que pasó con el federalismo. Camacho, en los casi dos años que estuvo ejerciendo la titularidad se sostuvo a puros golpes de efecto. Cuando salió el tema de ley de legitimación de ganancias ilícitas y luego los gremialistas y otros movimientos se apoderaron y le doblaron la mano al Gobierno, rápidamente Camacho se planteó el tema de federalismo, sin haber escrito media hoja. Entonces, eran los golpes de efecto, precisamente por esta radicalidad.
Uno puede ver en Javier Milei, por ejemplo, una radicalidad. Uno puede compartir más o menos su idea o estar totalmente en contra, pero tiene un sustento, por lo menos. La radicalidad del camachismo era superflua y al final eso se vuelve en contra. Al final eso es favorecer a tu oponente. En este caso, el MAS. Si tu radicalidad es simplemente discursiva, bronca, áspera, delirante, y no tienes cómo sustentarla, pues eso, más temprano que tarde, termina diluyéndose. De alguna manera, eso es lo que le ha pasado al camachismo.
Hubo un momento de inflexión en la política cruceña con el paro de los 36 días en 2022. ¿Cómo ha jugado esto en perspectiva?
Fue una causa buena que fue estropeada por malas decisiones y porque esencialmente Camacho pensó que podía repetir la épica de los 21 días y el rector de la Universidad Gabriel René Moreno, que era el coordinador, no tuvo la suficiente energía ni valor para detener a Camacho.
Cuando uno mira los 36 días en retrospectiva, pues Camacho ahí amenazó al propio rector, Vicente Cuéllar, que claramente tenía otra posición. Lo hizo en la propia universidad, con aquello de la muerte civil. Camacho tuvo la oportunidad de resolver esto la primera semana, pero pensó que podía derrotar al gobierno y eligió el camino que mejor sabe. Obviamente, su fuerza estaba en la calle. Pensó que podía nuevamente agitar a Santa Cruz, que podía hacer una resistencia más dura al gobierno. Le fallaron los cálculos o no previó una situación de que la gente ya no quería seguir con esa forma. Camacho subestimó a Santa Cruz, pensó que era dar una orden y automáticamente resistir otra vez.
Está claro que, mientras las cámaras y los medios de comunicación mostraban a los que salían a bloquear las calles y avenidas de Santa Cruz, no había tantas cámaras para mostrar a la gente que se quedaba con mucha rabia e impotencia en casa. Y eso es lo que pasó. Al final, el paro de los 36 días le jugó en contra porque Camacho jugó a doblarle la mano al Gobierno y la gente ya no le respondió de la misma manera porque era absurdo.
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Fue un absurdo el paro. La causa era positiva, pero las formas se equivocaron. Terminaron malgastando dos los institutos de la forma de lucha de Santa Cruz que han sido tradicionales, sí, pero también efectivas en su momento: el cabildo y el paro cívico. Al final, en el cabildo no sabían qué determinaciones asumir, porque claramente estaban con mucha improvisación. Y por otra parte, en el tema del paro cívico, se confecciona algo que los cruceños, los bolivianos, rechazan en su mayoría: el bloqueo, el abuso, el atropello, el impedirle al otro que pueda transitar. Los 36 días terminaron pasándole un alto costo por los excesos.
Además, la economía ya no era la misma la gente lo sufrió. Santa Cruz quedó herida, quedó desquebrajada, porque entre vecinos se terminaron enfrentando ya en las últimas semanas. Nadie se ha dedicado a reparar esos daños, esas heridas que todavía quedaron socialmente en Santa Cruz.
¿Cómo se podría caracterizar la situación actual del camachismo y sus perspectivas?
Están pasando por malas horas. La gente tiene muy claro que no han tenido capacidad de gestionar, de construir un proyecto político, menos actuar de forma colectiva en todos los espacios de representación democrática que les confiaron los cruceños; los han malogrado y su papel es paupérrimo en términos de oposición al gobierno de MAS. La radicalidad, de alguna manera, termina favoreciendo al oficialismo porque la gente piensa que, si esa es la alternativa, complicado elegir.
En Santa Cruz, considero, se van a reducir. No veo un proyecto político a nivel nacional, porque a estas alturas ya han renunciado a esa posibilidad. No han hecho un partido, una organización de carácter nacional, más allá de las cuestiones de siglas. Su principal aliado, Marco Pumari, fue el primero en graficar lo que era Camacho y más allá del resultado en 2020, la situación ha ido a peor.
Ahora, ¿se van a anclar en Santa Cruz? Sí. Y sí, se van a anclar recurriendo al discurso de víctimas. Apelarán al victimismo, que es lo que les queda, por la detención arbitraria e ilegal contra Camacho. Desde ahí van a tratar de resurgir. Van a tratar de denostar al gobernador en ejercicio, Mario Aguilera, por su alianza con el MAS, para de alguna manera cubrir sus propias falencias. Van a ir contra la administración actual de la Gobernación para justificar que el camino de las radicalidades es la única vía para Santa Cruz. Entonces, desde su perspectiva, la cuestión va a ser elegir entre los funcionales, que van a representar en Aguilera y el establecimiento cruceño que lo apoya, y ellos, que van a tratar de retomar lo disruptivo. ¿Cuánto de Santa Cruz puede seguir este discurso? Yo me temo que la gente está cansada, pero también va a exigir de la posibilidad de que surjan nuevas alternativas y nuevos discursos, nuevos relatos. Hay una nueva etapa, pero el camachismo todavía tiene armas para seguir peleando.
¿Cómo queda la política cruceña?
Se había generado una expectativa en el país respecto de las potencialidades de Santa Cruz, inclusive antes del camachismo. En eso ayudó de forma determinante el proyecto político de Demócratas, pero fundamentalmente pienso que esa expectativa se generó a partir de la cantidad poblacional de Santa Cruz. Lo que ya es una realidad y que seguramente el censo lo va a reconocer formalmente para las cuestiones históricas del país, que Santa Cruz se convierte en el departamento más poblado. En 70 años este departamento pasó de ser el quinto al primero en cantidad de habitantes. Adicionalmente a eso, la capacidad económica de Santa Cruz, la generación de oportunidades, la migración, la composición de esta nueva Santa Cruz del siglo XXI, mucho más heterogénea, con ciertas complejidades también, propias de las sociedades multiculturales; y que no ha sabido encontrar una élite que pueda gestionarla adecuadamente.
Pese a todo, la gente miraba con expectativa que desde Santa Cruz se pueda gestar un proyecto político alternativo al MAS. El camachismo aportó a esta idea de la resistencia en 2019, pero la gente ve ahora que la misma tenía pies de barro cuando mira al camachismo. Lo que más me pesa es que la gente tiende a verse decepcionada por la falta de construcción de alternativas. En términos políticos, son dos cosas elementales: resistir y construir alternativas. Santa Cruz tenía o tiene potenciales para las dos. La resistencia está comprobada, aunque ahora estamos en horas bajas por todo lo que ha sucedido.
Más allá de que sea Camacho o no, que era impensable en otro tiempo que el gobernador de Santa Cruz termine preso en una cárcel de La Paz. Eso a nadie se le hubiera ocurrido. Pero bueno, los hechos son así.
Pero, cuando tenemos, creo, el declive del Gobierno del MAS, ya casi definitivo; cuando el MAS muestra su peor versión o su versión original, sin fachada; cuando hay una serie de acusaciones entre evistas y arcistas, es que hay un proyecto agotado. Hemos pasado del proceso de cambio al proceso de decadencia. La gente exige alternativas y ahí Santa Cruz tendría que estar liderando un proyecto para todo el país. Y este es el déficit, y esta es la gran pérdida, más allá inclusive de la Gobernación, de nuestra autonomía.
(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político