Esa tajante afirmación, significa el reconocimiento intrínseco de los pueblos de Sudamérica a la gesta que fue el inicio de hechos memorables traducidos en una estrategia de desarrollo como un paso importante para lograr la justa redistribución de recursos.

En el actual periodo de gobierno que vivimos, a sus componentes les será algo escabroso reconocer y creer que todavía, a nivel continental, se haga eco de lo sucedido en las jornadas de abril, porque ellos tienen otra dinámica para visualizar el futuro nacional al estar enmarcados dentro de un contexto de sometimiento dictatorial radical de la jerarquía política encargada de administrar los bienes públicos saliéndose de toda norma que signifique reordenar las finanzas.

Estamos próximos a una contienda electoral para tener un nuevo presidente, y qué mejor momento el presente de haberse ponderado el proceso de cambios iniciado en 1952, circunstancia que nos permite reflexionar para hacer que nuestra amada patria retome el camino de la democracia pluralista y no tengamos que ser simples espectadores de cómo, cada día, se priva a la nación su libertad, su independencia y su soberanía.

Para aquellos que pretenden quedarse en el poder "para siempre", tal como lo manifiestan, habrá que recordarles que la soberanía reside en el pueblo, debiendo, por lo tanto, respetarse la Constitución Política del Estado.

Dentro de esa creencia firme, no se puede admitir la aberrante idea de consolidar una dictadura opresora y asfixiante, olvidando que Bolivia, más allá de nuestra fronteras, es halagada por haber recuperado también la democracia el 10 de octubre de 1982, luego de un dramático accionar de resistencia a las dictaduras militares que nos gobernaron con una creciente inestabilidad económica y social en el convencimiento de que los grandes actores de la nacionalidad son el pueblo en su conjunto, en cuyas manos está el decir quién será el nuevo Primer Mandatario.