Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 12 de agosto de 2018
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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Amigos que trabajan en instituciones del Estado, me cuentan que la obligación de asistir a los actos de Evo Morales (en permanente campaña electoral) se ha perfeccionado a extremos que se asemejan a las normas coercitivas del Partido Nacional Socialista de Hitler o del Partido Nacional Fascista de Mussolini. No es casual que el MAS haya comprado la sigla y el color que lo identifican, a un grupo de la Falange Socialista Boliviana, la ultraderecha histórica de este país.
La obligatoriedad de rendir pleitesía al Movimiento al Socialismo (MAS) so pena de sanciones, es algo que todos los funcionarios del Estado acatan con temor. Sin duda, hay en la burocracia estatal militantes masistas que por su obsecuencia política obtuvieron los puestos que ocupan, pero la mayor parte de funcionarios del Estado son profesionales y técnicos que pueden o no tener simpatías políticas, pero sobre todo quieren llevar un salario a su familia.
Para ellos, el sistema de hierro impuesto por el MAS en el aparato del Estado se ha convertido en un peso difícil de cargar: o se someten humillados a las condiciones del partido que ha asaltado el Estado, o pierden su empleo.
La asistencia a concentraciones políticas del MAS, sobre todo cuando aparecerá Evo Morales, es imperativa y controlada por lista. Cuando esos actos se desarrollan en otras ciudades del país, los funcionarios reciben una instrucción interna que determina si deben asistir, y si les toca hacerlo están obligados a pagar su transporte y su estadía, como ha sucedido en esta semana de celebraciones patrias. Los que tuvieron la mala suerte de ser escogidos para viajar a Potosí a aplaudir al soberbio Presidente, incurrieron en todos los gastos.
Eso no es todo: se los presiona para que se conviertan en militantes del MAS. En teoría es algo “voluntario”, pero a quienes han optado por no afiliarse les ha ido muy mal: en dos o tres semanas han perdido sus empleos y han sido remplazados por otros aspirantes con menos principios y más voracidad.
Para preservar su trabajo muchos se han hecho militantes del MAS, y ello significa que deben contribuir con una porción de su salario al partido político del Presidente, como si no fuera el Estado que los contrata, sino el MAS. Por eso podemos hablar de un asalto al Estado y de la apropiación delincuencial de los bienes del Estado por el partido gobernante.
No acaba allí la cosa… Para enfrentar la creciente presencia de ciudadanos que exigen respeto al resultado del referendo vinculante del 21 de febrero de 2016 y portan camisetas o pancartas con el emblema #BoliviaDijoNo, los ministerios han establecido turnos de seguridad y han convertido en comisarios políticos a técnicos y profesionales, que en ocasiones son obligados a ejercer como agentes, detectar a los “infiltrados” que reclaman por la democracia, y sacarlos a empellones.
Uno de esos profesionales me contaba que en cada concentración en la que había sido designado como agente de seguridad, rezaba para que no hubiera activistas de las plataformas ciudadanas, para no verse en el dilema moral de tener que enfrentar a sus propios amigos.
El Estado entero se ha convertido en un feudo del partido que gobierna. Lo mismo se ve en las provincias y municipios que controla el MAS, e incluso en pequeños pueblos, donde se fuerza a las autoridades locales originarias a recibir con regalos al autócrata y su comitiva. A las comunidades indígenas, celosas de su identidad y de su cultura, se les obliga a tejer ponchos especiales para Evo Morales, y ofrecerle presentes con un valor ancestral, no destinados a ser compartidos con cualquiera que viene a inaugurar una cancha o un pozo de agua.
El autócrata presume de esos regalos como si fueran expresiones de cariño voluntarias. Cuando visitó la ampliación del Museo Nacional de Arte, comentó alborozado que las nuevas salas podrían albergar su colección de ponchos…
La primera víctima de la millonaria campaña de culto a la
personalidad y fabricación del mito es Evo Morales: se lo cree. Ni él
mismo sospecha que sus escasas virtudes no están a la altura del
endiosamiento de que ha sido objeto.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta