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Medio: La Razón
Fecha de la publicación: domingo 29 de octubre de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Contenido
El MAS se debate entre las sombras del ayer, las urgencias del ahora y las incertidumbres del mañana.
POR PABLO DEHEZA
LA PAZ / 29 de octubre de 2023 / 07:07
En la pugna interna del partido de gobierno se está debatiendo, de un modo u otro, el porvenir del caudillismo y de ciertos sentidos de la democracia en Bolivia.
El punto sobre la i
Comencemos recordando el concepto de deconstrucción en la obra del filósofo Jaques Derrida. En principio, se trata de una reelaboración de la noción de destrucción, concebida en 1925 por otro pensador enorme, Martin Heidegger, como parte de un desmantelamiento crítico de los conceptos tradicionales para obtener una visión más clara de los fenómenos. A la vez, esto es una herencia directa del pensamiento de Friedrich Nietzsche, específicamente de algunas de las ideas por él planteadas en El Ocaso de los Ídolos, obra que lleva como subtítulo “cómo se filosofa con el martillo”.
El planteamiento original nietzscheano es el de golpear con el martillo a los ídolos y ver qué tan hueco suenan, a modo de diapasón. Heidegger tomó la idea y formuló su versión. El acierto de Derrida consiste en dejar de lado la pulsión de destrucción y, en lugar de esto, desensamblar las partes de lo que aparentemente es un todo unívoco. Dicho en otras palabras y para lo que ahora concierne, la deconstrucción consiste en disgregar aquello que, mediante estrategias de poder, intenta presentarse como absoluto y natural.
Durante los dos primeros periodos de gobierno del expresidente Evo Morales, de 2006 a 2014, se erigió una formulación identitaria en la que ser masista, evista, indígena, campesino y pobre, resultaban ser prácticamente lo mismo. La identidad cultural se entretejió con la partidaria, a esto se sumó la indignación por la exclusión social y económica de los sectores populares y para yapa se igualó todo con la figura caudillista de Evo Morales.
Así, afirmar ser masista equivalía a alinearse bajo el liderazgo de Evo Morales; pertenecer a alguna organización indígena o campesina era parte de aquello; y, finalmente, ser pobre o identificarse con la causa de los sectores marginados se constituía en sinónimo de pertenencia al MAS.
Luego del referéndum del 21 de febrero de 2016 las cosas comenzaron a cambiar dentro de esto (MAS, evismo, identidades étnicas y culturales, más indignación contra la exclusión), que hasta ese momento funcionaba como un todo. Conocido el resultado de la consulta ciudadana, las cosas empezaron a alinearse de una manera diferente.
El caudillismo de Morales comenzó a dictar, con mucha mayor dureza que hasta entonces, el sentido y el destino del partido y de los sectores ciudadanos agrupados tras esa sigla. De pronto, el rasgo determinante para ser masista, dentro del propio MAS, ya no era la pertenencia a un colectivo indígena o campesino, o ser parte o identificarse con los sectores excluidos. En los hechos, el elemento crítico se volvió apoyar una nueva candidatura de Evo Morales en 2019. El que no se sometía a esa línea, quedaba fuera del partido. Sin importar ninguna otra consideración.
Esto tensionó internamente al MAS y a las propias organizaciones de base campesinas e indígenas. Más aún, el colapso político que se dio después de las elecciones de octubre de 2019 mostró en los hechos los límites y las consecuencias de una forma de manejar el partido centrada en la conducción caudillista de Evo Morales.
Recapitulando brevemente, luego del referéndum del 21F, todas las decisiones dentro del MAS comenzaron a girar con mayor fuerza en torno al expresidente. Esto tuvo como correlato el empoderamiento del Consejo Nacional por el Cambio (Conalcam) y de las delegaciones departamentales encomendadas por Morales a miembros de su gabinete ministerial. Esto surgió como resultado de la aplicación de una estrategia de poder del líder histórico del MAS, que buscaba mostrar que él era el gran articulador y que sin su intermediación las cosas no funcionarían. Fue efectivamente un estilo de gobernar y de tomar decisiones al cual, con toda propiedad, se lo puede señalar como el elemento específico que caracteriza al evismo. Es decir, en eso consiste el evismo para todos los fines prácticos.
Es justamente ese evismo, esa forma de concebir la toma de decisiones, el principio y el fin de las estrategias, lo que va a volar por los aires luego del derrocamiento de Morales. La evidencia más clara y contundente es que lo primero que se desvaneció luego de que el entonces oficialismo perdió el poder, fue el Conalcam. Más aún, cuando Luis Arce llegó al poder en 2020, las bases del MAS se negaron rotundamente a la posibilidad de que se reinstauren las delegaciones presidenciales en los departamentos a través de ministros.
Todo eso que constituyó y caracterizó al evismo en sus formas, procederes y desempeño, es lo que actualmente se observa que no logra recomponerse. Todo lo contrario, es cuestionado y disputado por grandes sectores dentro del partido de gobierno.
La dirigencia que tomó la posta entre 2019 y 2020, que hasta entonces estaba en segunda fila, no está interesada en volver a ubicarse entre las sombras. Esto colisiona con el otro grupo, el que acompañó a Morales, y que reclama por espacios porque perciben que los merecen.
Ahora bien, contrariamente a lo que fue el despliegue de la estrategia de totalización del sentido y del control de las relaciones tanto internas como externas del MAS en torno a Evo Morales, antes y después del 21F, hoy esa insistencia se traduce en división. Al presente, es el propio expresidente quien se muestra más interesado en establecer diferencias que en tender puentes. Y sí, es el resultado igualmente de una estrategia.
Con todo, lo que antes parecía y se presentaba como un todo, hoy muestra fuertes contradicciones y rivalidades internas. Ante la mirada impávida del país, el MAS está en un abierto proceso de deconstrucción, por vocación y convicción propia, sin que medie presión externa alguna. Lo que era un planteamiento reflexivo, filsófico, por parte de Derrida, el partido de gobierno hoy lo está llevando a la práctica, fácticamente. Ya no es posible, a todas luces, concebir que ser evista, masista, indígena, campesino, pobre o identificado con la causa de la inclusión social y económica, son sinónimos.
Ahora bien, en este punto es necesario volver a Derrida. La deconstrucción tiene el potencial de mostrar perspectivas inesperadas al desafiar las suposiciones y las interpretaciones habituales y dominantes. Puede revelar aspectos ocultos o ignorados de la realidad.
Lo que está pasando actualmente en el MAS es de enorme relevancia, porque en medio se están discutiendo cuestiones medulares que hacen a la democracia boliviana, en sus sentidos y posibilidades. Ya sea que los propios masistas lo reconozcan o no, independientemente si son conscientes o no quieren serlo, el debate es sobre el porvenir del caudillismo en este país. También está en juego ver si el proyecto nacional popular tiene un horizonte histórico para este siglo, más allá de Evo Morales; si las organizaciones sociales están en condiciones de hacer realidad las cuestiones de la autoconciencia y autodeterminación o si su límite son los intereses sectoriales, o, peor aún, prebendales.
¿Es posible imaginar una democracia boliviana que se plantee equilibrios frente al caudillismo? Esto remata en otra cuestión fundamental: ¿es posible una estatalidad conducida de manera más moderna y menos feudal? Estas preguntas no tenían sentido antes, ojalá ahora sí. No olvidemos que los caudillismos que tenemos en Bolivia son varios y ahí están bastantes gobernadores y alcaldes para atestiguarlo; muchos de ellos manejando estos espacios como si fuesen espacios de su propiedad. Pero bueno, aun es muy pronto para anticipar alegrías o tristezas. Veremos.
(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político