Medio: Opinión
Fecha de la publicación: viernes 13 de octubre de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Recientemente hemos recordado 41 años de la “recuperación de la democracia”. Para gran parte del pueblo boliviano no solo se trataba, entonces, de recuperar los rituales y el formalismo de la votación. Las precedentes luchas contra las dictaduras, con sus cientos de muertos, torturados y exilados, no permitían devaluar ni romantizar esa histórica conquista. En esos años, “democracia” significaba: justicia social; freno a los autoritarismos y arbitrariedades de los grupos de poder; espacios libres para informarse, deliberar y participar en la toma de decisiones relevantes para el presente y el futuro del país. En suma, plena vigencia y garantía de los derechos humanos.
Es cierto que ese significado de la democracia es un proyecto por realizar. Y como tal, la democracia siempre será un escenario en el que se verifican las contradicciones y pugnas más profundas de la sociedad. En ese marco, la historia de la democracia ha tenido momentos dorados, cuando sectores postergados y progresistas emergen con voz propia impulsando transformaciones que ensanchan el ejercicio y goce de derechos para todos; pero también aparecen etapas de decadencia y oscurantismo en las que se destruye la vitalidad de la sociedad civil y las instituciones y reglas democráticas son devastadas, llegando a un profundo deterioro de las garantías y derechos fundamentales.
Hoy estamos en un momento de decadencia de la democracia. El monitoreo independiente que realiza World Justice Project a la salud global del Estado de derecho reporta lo siguiente para Bolivia. Entre 2015 y 2022, de ocho indicadores evaluados (restricciones al poder gubernamental; ausencia de corrupción; gobierno abierto; derechos fundamentales; orden y seguridad; cumplimiento regulatorio; justicia civil y justicia penal), reprobamos en siete. Es decir, las instituciones democráticas agonizan.
Los autoritarismos de todos los tintes y la rastrera mediocridad se han encaramado en el poder y han secuestrado casi todos los espacios, cerrando las posibilidades de acción a una sociedad civil activa y crítica. La sombra de la corrupción y la impunidad campea. Queda abierto, pues, un nuevo desafío para recuperar la democracia bajo el horizonte de la plena vigencia y garantía de los derechos humanos.
UN POCO DE SAL
MIGUEL ÁNGEL MIRANDA H.
Filósofo