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Medio: La Razón
Fecha de la publicación: sábado 23 de septiembre de 2023
Categoría: Representación Política
Subcategoría: Acoso y violencia política
Dirección Web: Visitar Sitio Web
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Las imágenes de la mujer de la pintura roja son las que mejor resumen la brutalidad y la violencia política que se practicó en el golpe-gobierno de facto que mantuvo en la presidencia del Estado a Jeanine Áñez entre el 12 de noviembre de 2019 y el 7 de noviembre de 2020. La mujer de la pintura roja se llama Patricia Arce, hoy senadora del MAS por el departamento de Cochabamba, y en aquel tiempo, hace ya casi cuatro años, alcaldesa de Vinto a la que los paramilitares de la Resistencia Juvenil Cochala expusieron ante las impasibles cámaras y micrófonos de los medios de comunicación de la derecha que parecían experimentar una indescriptible y morbosa satisfacción: Había que sentarles la mano a los masistas de mierda que querían eternizarse en el poder.
La imagen de Patricia Arce, bañada en pintura de la cabeza a los pies, arrodillada y conminada a pedir perdón, la presionaron al extremo de decir que si su pueblo se lo pedía renunciaría a su cargo de alcaldesa. El registro rojo sangre de Arce grafica y simboliza el odio acumulado contra quienes osaron irrumpir (2006) en los dominios del hasta entonces inexpugnable poder k´ara de la excluyente democracia boliviana. Milena Soto, la mujer más visible de esta Resistencia cochabambina —a la que la propietaria de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, Amparo Carvajal, calificó como “una resistencia necesaria”— agredió a patadas a Patricia, mientras esta lloraba desesperada y clamaba vanamente para que cesara tan abominable humillación.
Patricia Arce la agredida, Milena Soto la agresora y Amparo Carvajal, la monja que bendecía la persecución sañuda contra masistas que osaban ondear wiphalas en los últimos momentos en que el derrocamiento de Evo Morales era irreversible, configuran episodios de estas mujeres de diferentes talantes, y a ellas hay que sumar a Jeanine Áñez, la presidenta de facto; a Karen Longaric, la canciller, una loba con piel de cordero y a Roxana Lizárraga, la ministra de Comunicación que decidió hacer una visita guiada para periodistas en el afán de mostrar los aposentos y las sábanas del apartamento presidencial situado en el último piso de la Casa Grande del Pueblo que ha sustituido al viejo Palacio Quemado de la plaza Murillo.
A Jeanine la guiaba su ministro de Gobierno, Arturo Murillo, un delincuente disfrazado de político hoy sentenciado en los Estados Unidos por un negociado de compra de artefactos para reprimir a los revoltosos que no admitían la manera en que se había sacado a Evo del gobierno. A Longaric no hubo necesidad de guiarla para atropellar a médicos cubanos que prestaban servicios sociales de salud en Bolivia, expulsándolos del país, o para reconocer al impresentable Juan Guaidó, autoproclamado presidente encargado de Venezuela, o para violar la Convención de Viena negando salvoconductos a los asilados en la Embajada de México, altos personeros del gobierno defenestrado. A Lizárraga tampoco hubo necesidad de darle instrucciones para amedrentar a periodistas argentinos que llegaron a La Paz para cubrir informativamente la convulsión que experimentaba nuestro país, a quienes tachó de sediciosos (¿?).
Patricia Arce es el símbolo femenino de las mujeres bolivianas perseguidas, discriminadas y agredidas. Amparo Carvajal, Milena Soto, Jeanine Áñez, Karen Longaric y Roxana Lizárraga han inscrito sus nombres como partícipes y responsables de la interrupción de la democracia, consumada el 12 de noviembre de 2019. Arce y las humildes y luchadoras mujeres del MAS-IPSP son las víctimas mientras que las otras, fieles representantes de la Bolivia racista y violenta son, cada una en grados distintos de responsabilidades, las victimadoras, las que en su incontenible odio terminaron desnudándose como una potente expresión de la miseria humana.
Con todo este contexto, con las argumentaciones jurídico legales esgrimidas durante 15 meses (marzo 2021-junio 2022), Jeanine Áñez es hoy la principal sentenciada en el caso Golpe de Estado II y las tropelías cometidas bajo su mando como las masacres de Senkata, Sacaba-Huayllani y El Pedregal son parte de otro proceso en curso denominado Golpe de Estado I. Áñez está pagando sus delitos al haber sido condenada por resoluciones contrarias a la Constitución y a las leyes y por incumplimiento de deberes, mientras que Longaric y Lizárraga residen en Alemania y Estados Unidos, huidas luego de su infausto paso por un gobierno nefasto y al que la corporación de opinadores se niega a evaluar, consciente de que defender esa “transición” es imposible por la carencia de argumentos: Son odiadores, pero no tienen con qué.
Áñez fue presentadora de televisión, esposa de un alcalde de Trinidad y de un colombiano al que se sindicó de vinculaciones con el narcotráfico, y sus comienzos políticos hay que examinarlos en su militancia en Podemos de Tuto Quiroga, el delfín del dictador Banzer. No es casual, por lo tanto, que la inspiración ideológica del golpe de 2019 haya sido el banzerismo.