Medio: El Deber
Fecha de la publicación: lunes 25 de septiembre de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Por Hernán Terrazas, comunicador social
Desde hace tiempo que Santa Cruz es la locomotora económica del país, lo cual se refleja no solo en los números que la muestran como la región con mayor crecimiento, sino en la composición diversa de su población, que reúne a los nacidos allí y a los que eligieron esa tierra como el destino para buscar una nueva oportunidad.
Ahora que Bolivia ya no es más una potencia gasífera y que todavía falta mucho para que se convierta en un actor protagónico y decisivo en el mercado del litio, la actividad productiva cruceña se ha convertido en el motor más importante y su estrategia de desarrollo en la alternativa al modelo social y comunitario impulsado por el MAS desde 2006.
Al innegable peso económico de Santa Cruz, debe sumarse también su creciente influencia política. Fue y es una región determinante en la resistencia frente a los delirios autoritarios y sus principales dirigentes han sido objeto de innumerables atropellos, de procesos legales injustificados y de abusos como el del que es víctima el todavía gobernador, Luis Fernando Camacho, acusado de haber encabezado un golpe que solo figura en la imaginación febril de sus captores.
Durante años Santa Cruz, su dirigencia, su ciudadanía rebelde ha ejercido el contrapeso político que la oposición formal resignó en la Asamblea Legislativa Plurinacional y, si Bolivia no ha seguido el triste camino de democracias como la venezolana o la nicaragüense, se debe, en gran medida, a la firmeza de la presión que vino del oriente desde los primeros días del gobierno de Evo Morales.
Si se concibe el liderazgo político exclusivamente como la posibilidad de construir proyectos e impulsar candidaturas ganadoras en los procesos electorales, es probable que Santa Cruz todavía no haya conseguido reflejar de esa manera su importancia económica, pero sin las batallas políticas libradas por esa región seguramente habría sido mucho más difícil sostener un armazón democrático debilitado y todavía vigente. Y eso es liderazgo político.
Hacia delante, las tareas son más o menos claras. Bajo la lógica de la polarización, sucesivos gobiernos del MAS han intentado convertir a Santa Cruz en el enemigo del proceso de cambio y en un departamento sometido por los ricos que desprecia las aspiraciones de los más pobres. Lo primero es posible y plenamente justificado desde el punto de vista de necesidad de defensa de las libertades democráticas, pero lo segundo es una falacia, sencillamente porque los más pobres son los que migran desde regiones menos prósperas hacia tierras cruceñas.
El papel futuro de Santa Cruz no debe estar condicionado por su posicionamiento – forzado - en un esquema de polaridades irreconciliables. Por el contrario, la responsabilidad de su dirigencia, de los actores privados – nacidos o no en esa región – es la de proponer un país que no se construye desde la diferencia.
No se trata de imponer una visión sobre las otras, ni de borrar lo que ya se hizo, porque de eso ya tenemos bastante y sabemos a dónde hemos llegado, sino de gestar de una vez por todas el “nosotros” que permita al país recuperar el diálogo democrático perdido hace tiempo. Ese es el principal desafío ahora que parece haber llegado la hora de Santa Cruz.