Medio: El Deber
Fecha de la publicación: viernes 15 de septiembre de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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¿Para qué sirve un vicepresidente? Esa pregunta ha sido y es centro de debate en la mayoría de los sistemas democráticos. Bolivia no es la excepción. Por el contrario, en varias contiendas electorales se afirmó que el vicepresidente no era más que la “quinta rueda del carro”, ese repuesto que resulta bastante inútil, salvo en situaciones de emergencia y por muy esporádicos momentos.
Esa especie de designio ha perseguido a los políticos que alcanzaron un opaco logro en sus carreras políticas: ser acompañante de fórmula y estar listo para ocupar simbólicamente un cargo, solo mientras el titular está ausente. Incluso en democracias más fuertes, como la de Estados Unidos, por ejemplo, el debate sobre la importancia del vicepresidente siempre ha estado presente. Basta recordar las palabras de Jhon Garner, vicepresidente de Franklin Delano Roosevelt, quien sostuvo: “El vicepresidente se encuentra en una tierra de nadie entre el ejecutivo y el legislativo”.
¿Aplica el razonamiento de Garner para la política boliviana? Sí. Sin embargo, es pertinente destacar que desde 1982 los vicepresidentes han ido marcando su propio estilo y han dejado huella en la historia. Jaime Paz Zamora fue vicepresidente durante el Gobierno de la UDP. Poco bueno se puede recordar de su paso, tuvo en jaque a Hernán Siles Zuazo y jugó sus cartas para ser habilitado como candidato presidencial del MIR, en 1985.
Julio Garret Ayllón fue vicepresidente de Víctor Paz Estenssoro, entre 1985 y 1989. Supo conducir los hilos del Congreso en la compleja reforma económica que inició con el Decreto Supremo 21060. Posteriormente, llegó Luis Ossio Sanjinés, un demócrata cristiano de gran calidad intelectual que, lamentablemente, accedió al cargo después del espurio intercambio de favores entre el MIR y la ADN que los políticos de entonces denominaron: “Acuerdo Patriótico”.
Víctor Hugo Cárdenas, primer vicepresidente indígena, ejerció el cargo entre 1989 y 1993. Fue fundamental en la construcción de consensos políticos para la reconducción de la reforma agraria que dio luz a la Ley INRA. También tuvo luces y sombras. Después fue el turno de Tuto Quiroga, el delfín de Hugo Banzer, que tuvo mucha influencia en el Ejecutivo y el Legislativo y que incluso negoció personalmente la cooperación estadounidense para la lucha antidroga.
En 2002, Carlos Mesa asumió la Vicepresidencia con la bandera de la transparencia y un poder notariado de lucha contra la corrupción que nunca pudo hacer efectivo. Su trayectoria como historiador no fue suficiente para saber moverse en los entresijos de la política.
Para finalizar el recuento, corresponde mencionar a Álvaro García Linera, el intelectual comunista de finos modales y elegante vestir que, supuestamente, fue fundamental para que el discurso del MAS conquiste a las clases medias. García Linera tuvo ministros bajo su mando, participó constantemente en los gabinetes de Evo Morales y tomó decisiones serias como el fallido gasolinazo de 2010. La medida más liberal que pudo asumir un comunista.
Queda claro entonces que los vicepresidentes no son simples accesorios. Y una vez realizado este recuento, corresponde preguntarse: ¿qué papel desempeña David Choquehuanca Céspedes?
El actual vicepresidente brilla por su ausencia y silencio. El país está a punto de quedar sumido en una inédita crisis judicial. Diputados y senadores tienen -o deberían tener- la solución en sus manos. El vicepresidente es el llamado por ley y por historia a generar escenarios de diálogo y concertación. ¿Hace algo? Aparentemente, nada.
El actual vicepresidente debería defender la prerrogativa constitucional del Órgano Legislativo de fiscalizar, interpelar y censurar a los ministros de Estado; pero actuó en contrarruta cuando asistió a la restitución del ministro de Gobierno, Eduardo Del Castillo.
Peor aún, Choquehuanca ha cobrado notoriedad por sus discursos discriminatorios contra la gente que vive en las ciudades y nunca ha sido el arquitecto del diálogo y la concertación que tanta falta le hace a este país. Y al sentir ese vacío, ese escaso compromiso con la democracia, es inevitable cuestionarse: ¿para qué sirve el vicepresidente?