Medio: Opinión
Fecha de la publicación: lunes 04 de septiembre de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Klaus Gustav Heinrich von Beyme fue un politólogo alemán que definió a la clase política como “un cartel de las élites de los partidos”, grupos organizados que intercambian privilegios. El término Kakistocracia, que se usó por primera vez en el siglo XVII, que significa el peor gobierno, fue un término utilizado para analizar y criticar la política de un gobierno formado por los más ineptos, los más incompetentes, los menos calificados y los más cínicos de un determinado grupo social, de los que menosprecian todo aquello que debe ser políticamente correcto. Por esto, el profesor Michelangelo Bovero señala que la kakistocracia llega a ser el gobierno de los peores, aquella que concentra todos los males conocidos y la suma de todas las perversiones posibles “de las distintas especies, recogidas y combinadas juntas casi como si fueran ingredientes, no de una receta sanadora, sino de una fórmula venenosa: de un maleficio”. Y aparece un concepto nuevo, la ekistocracia, que describe un fenómeno nuevo: la degeneración de los políticos y de los gobiernos corruptos en una intensidad mayor, al mando de los más indeseables. El techo de lo sumamente despreciable, de lo muy malo, de los malvados que hacen daño o lo muy negativo, lo que no tiene valor, lo infame.
Esto nos ubica en estos tiempos donde es común el escaso ejercicio político y la bajísima calidad de representación, donde la sociedad rechaza las maquinaciones de la clase política que está contaminada por la polarización, el populismo y las distorsiones deliberadas para manipular las creencias y las emociones solamente con el fin de influir en la opinión pública. Aquellos que se mostraron como los mejores y más aptos para manejar el país,no fueron ni intelectual ni moralmente los elementos esperados. Esta política dominada por los malos y por sujetos que ejercen el gobierno y la cosa pública de manera ineficiente y deshonesta, genera una, cada vez más, creciente necesidad de caras nuevas en la clase política.
En los últimos 18 años de administración del Estado por la clase política dominante, incluido el gobierno de Jeanine, se ha soportado gestiones públicas ineficientes, violencia política exacerbada, una judicatura corrupta y al servicio político, nepotismo, tráfico de influencias, parentela incrustada en la estructura de privilegios, parlamentarios corrompidos con el único propósito de generar mayorías a la hora de votar, acceso a los cargos públicos para que sean movilizados en apoyo del gobierno, paralelismo en la representación social y política para destruir lo social y las estructuras de las instituciones que defienden al pueblo y los movimientos sociales, contrabando, corrupción en muchos de los estamentos gubernamentales, narcotráfico, destrucción de la Madre Tierra que atenta contra el ecosistema nacional y mundial y últimamente un extractivismo dominado por poderosas organizaciones internacionales, en suma, han primado los intereses particulares por encima del beneficio general, son los actos despreciables de la clase política.
La división interna en la clase política gobernante ha terminado por desenmascarar los oscuros manejos del poder, ya no hay pactos y es normal acusarse mutuamente de la comisión de delitos cotidianamente, deterioran la democracia y a los actores los hace miserables y cínicos con un denominador común: impunidad.
Ello ha traído una crisis de confianza generalizada en los gobernantes y hay un rechazo hacia los políticos, hay decepción por las actuaciones de oficialistas y opositores, no pueden seguir siendo opción electoral ni alternativa para el país. Si volvemos a votar por ellos es que nuestra sociedad está también estructuralmente corrompida.
TIBURÓN
FERNANDO BERRÍOS
Politólogo