Medio: La Razón
Fecha de la publicación: jueves 24 de agosto de 2023
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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El partido gobernante parece caminar hacia un destino que no solo acabará con las pretensiones de sus líderes.
Lo sucedido el fin de semana en el Congreso de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) puede ser interpretado no solo como un momento especialmente bajo en la historia del Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos, sino también como indicador de un nuevo estándar de la política en Bolivia, que se nutre de la exclusión.
Además de lo ya señalado días atrás en este mismo espacio, a propósito de las peleas internas de la CSUTCB, que terminaron con dos dirigentes compitiendo por quedarse con el puesto de secretario ejecutivo, lo mismo que días antes en la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia «Bartolina Sisa» y en la Confederación Sindical de Comunidades Interculturales Originarias de Bolivia, todos ellos síntomas de ruptura no solo en el partido gobernante, sino en el Pacto de Unidad.
Los silletazos, los abucheos a los dos primeros mandatarios del país, la descalificación de quienes representan a la facción diferente, la negativa a siquiera considerar la posibilidad de un acercamiento y un diálogo en busca de soluciones a los conflictos, son prácticas habituales en muchos espacios donde se practica la política, sean oficialistas o no.
Aunque todos los manuales de comunicación política señalan enfáticamente que no hay peor estrategia que tratar de desacreditar las ideas del rival, hoy no hay un solo personaje mediático vinculado a la política que no intente demostrar que sus eventuales adversarios representan todo lo malo (incluso echando mano de exageraciones y verdades a medias, cuando no calumnias y difamaciones, que suelen quedar impunes), profundizando de esa manera la polarización entre sus adherentes y los del lado contrario.
Súmese a ello una obsesiva búsqueda del poder como fin y no como medio, en la que unos y otros están enfrascados en actitud más propia de corsario que de estadista, lo cual ha conducido a todas las partes a concentrar sus esfuerzos en los resultados de corto plazo y a olvidar la necesidad de tener un plan de acción (o de gobierno) y no solo consignas de viabilidad discutible.
Asimismo, la evidente ausencia de espacios de formación política (si los hay, o los hubo, es solo para formar una élite dentro de los partidos) posibilita que los dirigentes digan y hagan cuanto se les antoje sin contención de parte de sus cuadros y sus bases, que a estas alturas solo saben reaccionar a los discursos en forma de aclamación carente de crítica y, lo que es peor, de horizonte. Así, las personas se comportan más como miembros de tribus que de una sociedad nacional.
El partido gobernante parece caminar hacia un destino que no solo acabará con las pretensiones de sus líderes, sino sobre todo con las esperanzas de la población. Al frente, la oposición, que a falta de ideas trascendentes imita el estilo del oficialismo, se muestra incapaz de ofrecer una alternativa viable y aceptable para la población. Urge, pues, proyectarse en el futuro y resolver las contradicciones.