La democracia no sólo es un régimen político formidable, también es el mejor método imaginado por los seres humanos para resolver los conflictos políticos y sociales. La humanidad no inventó nada superior para asegurar la convivencia en una sociedad y para domesticar al monstruo agigantado del poder.
La democracia conjuró la violencia de la disputa política por el poder. Entre los conflictos más cruentos en la historia de la humanidad se encuentran las disputas por el poder del Estado. Desde los primeros imperios hasta los últimos, a lo largo y ancho de la geografía del planeta, en muchos casos los reyes o monarcas, tomaban el poder a cuchilladas y sangre, y a cuchilladas y sangre lo abandonaban. La muerte cerraba y abría el gobierno de los Supremos. En la época moderna como en la contemporánea lo propio sucedió con los dictadores. Entraban golpeando violentamente al Estado y salían siendo golpeados violentamente por el ejército. Hobbes escribió en el Leviatán que en el estado de naturaleza “el hombre es un lobo para el hombre”. Aunque bien vistas las cosas, la verdad es que, en los Estados ya constituidos, eran los sedientos de poder los lobos de los saciados de poder. Tiene entera razón Juan de la Cruz cuando señala que “es oscura la fuente misma de donde nace nuestra luz”. O sea, la luz pacificadora de la democracia.
¿Cómo se consigue esta sosegadora alquimia política? La lucha encarnizada por el poder político fue transformada en competencia pacífica institucionalizada y regulada. La democracia entonces “soluciona” el tema del poder convirtiéndolo en una eterna disputa entre gobierno y oposiciones. Y, de esta manera, la democracia se convierte en el régimen por excelencia del oxímoron, pues une dividiendo, ordena desordenando y genera una estabilidad inestable. El resultado: paz política, la madre de todas las demás concordias, y una de las causas de la ansiada prosperidad económica. Por tanto, quien llama o apuntala otro régimen que no sea el democrático, está convocando a la puerta de la sociedad al conflicto violento. Nuevamente se instalará en el caldero social el efecto Lucifer: unos (demócratas) enfrentados a muerte con otros (antidemócratas).
Oxímoron
“La democracia se convierte en el régimen por excelencia del oxímoron, pues une dividiendo, ordena desordenando y genera una estabilidad inestable. El resultado: paz política, la madre de todas las demás concordias, y una de las causas de la ansiada prosperidad económica.
La democracia no le da la espalda al conflicto, lo mira de frente y lo enfrenta. Las democracias no pretenden extirpar el conflicto social, lo reconocen y legalizan. No lo destierran, conviven y se retroalimentan del conflicto. No se plantean, ni en su mayor fiebre política, un estadio social de armonía idílica. Esto les permite realizar ajustes y cambios, y si logran que sean oportunos, lograrán reencantar a los desencantados, reequilibrar los desequilibrios y flexibilizar lo inflexible.
El conflicto visto de esta manera es la mitad del problema y la otra mitad de la solución: las demandas atendidas, no sólo desmovilizan a los demandantes, sino genera lealtad al sistema democrático por la gratificación recibida. Otra característica que vale la pena ser resaltada: la democracia permite la protesta polifónica de la sociedad. Todas las voces cuentan y no existe una clase social, como el proletariado, divinizada por el socialismo como la clase universal ni erigida como portadora de una misión salvadora. Todas tienen derecho a levantar la voz y reclamar a nombre propio cuando lo consideren oportuno, inclusive de manera simultánea y secuencial. Y si la sociedad ruge, le toca al gobierno escucharlo, hacer las reformas correspondientes, si no quiere que las urnas le den muerte y sepultura, poniendo en la “silla vacía” al nuevo gobierno de turno.
Epistemología poderosa por lo realista. La democracia tiene su manera de pensar la realidad, podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el suyo es un pensamiento sin épica (sin desbordamientos, grandiosidades, ni megalomanías) ni estética (sublimidades ideales de arrebatadora belleza de las que gustan los monárquicos, los fascistas, los comunistas y los nacionalistas). Miradas las cosas con perspectiva se podría decir que no tiene nada de reprochable, porque todo lo demás sólo les ha importado y les sigue importando a los poderosos, así desde los faraones egipcios: el pueblo mortal sólo sirve para construirles las pirámides inmortales a esos otro mortales; por tanto, todos los demás regímenes políticos, salvo la democracia, fueron un mal negocio para el pueblo, sólo en este régimen excepcional, la democracia, dejará de ser el servidor para ser considerado el servido.
La democracia no piensa que la realidad sea homogénea ni deba serlo, está marcada por el sello de la calle –la gente es diversa– y de los medios de comunicación –la gente piensa de manera diferente–; por tanto, ¿cómo poner en concordia a los discordes? La primera regla: manda la mayoría; y la segunda regla que la completa y la limita: respetando a la minoría. La conclusión: en democracia la diversidad puede prosperar por los cuatro costados y la población GLTBIQ+ es la muestra más palpable. La democracia resultó siendo la apoteosis de la diversidad.
Sublimar
“La democracia requiere de Sigmund Freud. Para convivir civilizadamente los políticos y los ciudadanos requieren de la salvadora represión de sus instintos salvajes y de la capacidad de sublimarlos. ¿Cómo lograrlo? Lo dijo Karl Popper con entera razón y apelando a la razonabilidad de los seres humanos: “Conviene que se enfrenten los argumentos, para que no tengan que enfrentarse las personas
La democracia no piensa que la realidad incube como un gran huevo alguna promesa paradisiaca. En este sentido, marca un gran corte con el socialismo: ni ahora ni nunca; ni el proletariado, ni la burguesía, ni los filósofos platónicos, ni siquiera los santos cardenales traerán el cielo a la tierra, mientras la tierra sea el hogar de los seres humanos y el cielo de los dioses; y mientras aquellos no quieran convertirse en humanos y los humanos se vean imposibilitados de ser dioses.
Tampoco la democracia piensa, ni en su mayor delirio, que el poder deba ser un monólogo, ni de los poderosos ni los débiles, ni de los bienintencionados ni de los malintencionados, así puede contentar a unos y otros, lograr que se contengan, esperen y compitan por el ansiado trono del poder, y hagan su prometida puesta en escena, si la función convence, obtendrán el aplauso de la platea y muchos desearán, como con las grandes películas de Hollywood, una segunda parte; pero si resulta un desastre, lograrán evitar la perpetuación del infierno, por los siglos de los siglos, amén.
La tentación de unilateralizar la democracia. En el siglo XX, el mayor competidor de la democracia, el socialismo, pretendió eliminar de raíz el que consideraba el conflicto axial: la lucha de clases. El método de resolución de conflictos del socialismo era unilateralizar la sociedad: acabar con la burguesía presente a través de la revolución y la dictadura del proletariado, y con la burguesía futura, a través de la estatización de los medios de producción. Sólo una única clase quedaría en pie y, sin la opuesta, la contradicción estaría resuelta. El conflicto daría paso a la armonía social y al disfrute del tiempo del ocio. La lucha no cesó, sólo se desplazó, entre quienes detentaban el poder del Estado y los que lo sufrían (incluidos los propios proletarios). El mal se agigantó y se convirtió con el paso de los años en un mar revuelto que acabó por hacer naufragar a la ex Unión Soviética y a todos los países en su órbita detrás de la Cortina de Hierro.
Hoy esta idea perdió fuste en las izquierdas latinoamericanos; pero no así la idea de unilateralizar la política. La tentación es enorme, y la están consiguiendo llevar a la práctica: un partido único gobernando en solitario o un partido hegemónico gobernando entre opositores liliputienses. Es decir, convertir el poder en un sueño y los sueños son siempre para los poderosos, para los demás, incluidos los opositores, la pedestre y menesterosa realidad.
La democracia si quiere seguir en pie, nunca se puede echar la siesta. La democracia no es un infierno, tampoco un paraíso, aunque vectoriza lentamente hacia el segundo. Y, por eso, quienes miran desde África o desde Asia hacia Europa o Estados Unidos, así lo perciben, porque como escribe Ikram Antaki en El manual del ciudadano contemporáneo, en estos países dejaron atrás los Estados-padres, autoritarios y represivos, para asumir los “Estados-madres, que no amenazan a nadie, sino que seducen y amamantan; un sistema de matriarcado en política, ejercido por hombres que se comportan como nanas que han sido escogidos por sus capacidades lecheras, sus pechos simbólicos”.
En América Latina, más bien miramos el pasado dictatorial como un infierno desde nuestro actual purgatorio democrático, y lo es, pues debajo de la piel de nuestros políticos sigue latiendo el corazón de león que añora la jaula para las ovejas democráticas. En esta situación, la ciudadanía no puede dormir la siesta ni tomar el Valium del populismo, porque contribuirá a que se desdibuje la democracia. También está la situación, perenne en América Latina, donde se expande la pobreza y se ahonda la desigualdad, pues los políticos se apoltronaron en el Estado y se ponen a hacer la siesta; pero no pueden ni deberían hacerlo, pues les será retirado el sillón por los populistas y al resto del pueblo les será retirada la democracia. No se puede gobernar jamás impunemente; lo trágico, si lo hacen reiteradamente, es que pueden acabar matando de indiferencia a la propia democracia.
La democracia pacífica privilegia las vías dialógicas para resolver los conflictos. La democracia implica que los partidos políticos constituidos compiten por el poder y una vez que las urnas dictaminan el partido ganador, los restantes pasan a convertirse en oposición: fiscalizan y critican al gobierno, buscando encontrarle pelos en la sopa o la viga en los ojos de sus ministros, para competir con mayores posibilidades de victoria en la siguiente elección. La coyuntura electoral genera tensión y el ciclo gubernamental también genera tensión. Por eso escribió Philippe Braud en El jardín de las delicias democráticas, que quien espere un régimen plácido y sosegado, habita en el barrio equivocado. La democracia tiene un indudable “efecto ansiógeno” sobre los ciudadanos y los políticos. Y con mayor razón si a los políticos les viene la tentación de “cabalgar la protesta social” con el objetivo de embestir, como un toro de lidia, al gobierno protegido con su endeble capa. En otras palabras, la democracia funciona, si el gobierno, la oposición y los ciudadanos se refrenan en su instinto autoritario.
O sea, la democracia requiere de Sigmund Freud. Para convivir civilizadamente los políticos y los ciudadanos requieren de la salvadora represión de sus instintos salvajes y de la capacidad de sublimarlos. ¿Cómo lograrlo? Lo dijo Karl Popper con entera razón y apelando a la razonabilidad de los seres humanos: “Conviene que se enfrenten los argumentos, para que no tengan que enfrentarse las personas”. En la democracia, como en las religiones, primero está el Verbo. Lastimosamente, hoy gobiernos y oposiciones, ciudadanía y gobiernos, no están pudiendo conjugarlo. Estamos perdiendo la paciencia con la semántica y la gramática democráticas, pues entramos al banquete democrático sin las debidas maneras democráticas. Unos y otros, todos en conjunto, requerimos trabajar en nuestra cultura democrática, en sus significados más primordiales: pluralismo, tolerancia, reconocimiento y, sobre todo, refrenarnos de pedirlo todo y de no querer ceder en nada. Así no se hace democracia, más bien se la deshace.
El genio democrático salió de la botella histórica. Generó paz y sosiego en cada sociedad y en grandes extensiones del planeta. Todavía seguimos disfrutando de la pax democraticus. Pero ahora quieren volverla a introducir en la botella, ¿debemos permitirlo y cruzarnos de brazos? ¿Hicimos el debido balance de lo que ganamos y perdemos con su retiro histórico? El siglo XX se pronunció al respecto con entera claridad: si el genio democrático retorna al encierro de la botella, afuera nos quedaremos con el mal genio de los autoritarios y los déspotas. [P]