Medio: La Patria
Fecha de la publicación: jueves 02 de agosto de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Esto debería inclinar a la inferencia a los políticos y diletantes, que el concepto verosimilitud está necesariamente subordinado a un realismo cultural y asociado geográfica e históricamente, es decir, que las mayorías olvidadas, desposeídas y discriminadas asumen su poder y relativizan el 21F, como una maniobra mediática perversamente elaborada; estructurada con la intención de afectar la imagen de una persona en su vida privada, acción que, con el decurso del tiempo que siempre hace aflorar a la verdad desde su vórtice explosivo hasta la irrupción de la misma.
Veritas est in puteo, son voces latinas que significan que la verdad está en la profundidad y se encontró la verdad en la profundidad de la intencionalidad.
El realismo político desde su punto de vista discursivo, es decir, de sus operaciones discursivas construyen ciertas nociones de realidad, de lo imposible y de lo posible en la política; lo imposible es insistir en negar a la mayoría en Bolivia, menos aún, negar que la conducción de la administración del Estado fue mejor en la mayoría de los temas de acciones públicas que en otros tiempos, tanto en desarrollo humano, en inversiones y la economía micro y macro.
Naturalmente, como toda gestión humana, está impregnada de luces y sombras; pues a quienes gobiernan ahora nunca, desde la fundación de la República y hasta antes de este hecho constitutivo, les concedieron la oportunidad de gobernar o ser parte válida de un conglomerado humano cohesionado a través de la inclusión, acción históricamente imprescindible.
El discurso político construye su verosimilitud como una narración que se asemeja al discurso fundado en un conocimiento de la realidad, como ser datos, estadísticas, acontecimientos, y la introducción de voces válidas de la mayoría; no de las élites, que buscarán los efectos de la transparencia.
El discurso político debería ser siempre una realidad de un país que contiene una doble reflexibilidad; en cuanto es un enunciado cuyo sentido se define por la posición que frente a él tienen los receptores; y la posición de la mayoría del país es asumir el poder denegado por la elites. Por otro lado, la vida socio-cultural tiene reglas que funcionan como bisagras que permiten la acción comunicativa entre personas; y cuando aquéllas se debilitan por la falsedad se obtienen éxitos pírricos en su objetivo.
Todo discurso, ensayo o columna debería constituir una narración regulada por la búsqueda de la verosimilitud y es prescriptivo que quién hable o escriba genere confiabilidad. Con estas consideraciones, lo que define el carácter político de un discurso no será, ni siquiera prioritariamente el hecho que se hable de política sino que el político debe realizar ciertos actos transformadores como la aceptación de la realidad, otorgar a la mayoría su lugar pues de lo contrario lo tomará, instaurar deberes referentes a la verosimilitud y generar confianza.
La palabra de un político puede analizarse en su función expresiva desde la visión emisora y embelesarnos con los laberintos de las estrategias discursivas, empero, desde el ángulo receptor que es la mayoría, sólo cumple una función de contacto, pues faltaría un "nosotros" en la palabra de un político que no es parte de un proceso, seguramente y podemos equivocarnos fácilmente, por su arraigado sentimiento discriminatorio y de clase. Un verdadero dislate.