Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: viernes 21 de julio de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Y cuando despertó, el dinosaurio estaba allí. Había sufrido una metamorfosis y se había convertido en un monstruoso y enorme dictador (insecto).
Empalmo, groseramente, la idea original de dos frases que contienen un significado atroz y condenatorio.
Entre el microrrelato de Augusto Monterroso, “El dinosaurio”, y la oscuridad de Gregorio Samsa, en el inicio de la “Metamorfosis”, de Kafka, hay una analogía paradójica, dramática y oscura. Las noches previas en las que, seguramente, existió todo un plan tenebroso y premeditado y la claridad del nuevo día en la que se consolida la fechoría y la condena como un golpe certero a la libertad, a la democracia y a la voluntad.
En ambas frases hay una advertencia subyacente de facto en la que se anuncia la consumación de la infamia. Es una ineludible pena dictada e impuesta por un sistema que responde a los caprichos y a las órdenes de un cacique, un capataz, un caudillo, un “gran hermano”, un dictador, o un enorme insecto que, en línea recta, une a todos los anteriores.
Despertar supone reaccionar, levantarse y enfrentar la realidad con toda convicción para salvar la dignidad y los derechos más elementales.
En Bolivia y en Latinoamérica, sabemos perfectamente cómo es amanecer de golpe.
Casi siempre los dictadores en ciernes comienzan con un discurso unificador, ese es su método de proclama más frecuente, sencillo pero letal.
Los dictadores en Latinoamérica y, particularmente en Sudamérica, pertenecieron y aún pertenecen a esa línea directa que une la delincuencia, la mentira y la muerte.
Casi todos los países estuvieron a manos de dictadores que duraron por décadas, violaron sistemáticamente los derechos humanos y mantuvieron secuestradas las libertades más elementales. Desde Montesquieu: “Una dictadura es una magistratura con poder exorbitante”.
Si las dictaduras militares se definen como regímenes de fuerza que siempre utilizan el terror y las armas como métodos de coerción y muerte, las dictaduras civiles recurrirán a la supresión parcial o total de la institucionalidad. Sin recurrir al terror de las armas, las dictaduras civiles copan el poder total del Estado, desde esa instancia, hibridan su administración: coartan, intimidan, amenazan, reprimen, encarcelan, matan y, a la par, aseguran que son democráticos y respetuosos de la ley.
La dictadura perfecta, diría el escritor, Mario Vargas Llosa.
Estos personajes ven al Estado como un fin en sí mismo y, por lo tanto, como único administrador supremo de la cosa pública que compra, con facilidad, las conciencias de sus ciudadanos, sus destinos y sus esperanzas.
“El poder central no reside en el capitalismo privado ni en las uniones sindicales ni en los partidos políticos, sino en el Estado”, dice Octavio Paz.
El Estado, es el filántropo que extiende la mano “dadivosa” al pueblo, esa mano que lava a la otra y las de los que lo adulan. Es la máquina que crece y se reproduce sin parar, con la venia de unos y la ceguera de muchos, es también una franca introducción a una dictadura.
Deshonor y repulsa para el ogro filantrópico que provee de bonos y otras mercancías a las masas para contentarlas y crear así una dependencia condicionada. Una suerte de “gobierno cajero automático” que está presto a canjear dignidad por llunk’erio, estrictamente regulado por las reglas inquebrantables del mandamás. Esas también son otras formas de ejercer una dictadura.
Los 16 años de gobierno del MAS y su actual extensión, han convertido la política en biopolítica, es decir, la necesidad de hacer creer que en este país debe existir un amo que reparta alimentos, dádivas, regalos, premios para los que están con el “proceso de cambio”, y palo, cárcel y persecución para sus detractores.
“Todo en el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado". Decía “Il Duce”.
¡Se tiene poder en la medida en que se es obedecido!
A dos años y medio del Gobierno de Arce Catacora, su talante bien podría ser una transición, una metamorfosis que va pergeñando ideas y determinaciones en proceso de transformación.
Todo, en este gobierno, parece supeditado a presupuestos altamente sesgados que tienen la huella de haber sido manipulados entre gallos y media noche. La metamorfosis hacia el autoritarismo y la dictadura es una delgada línea que casi siempre se camufla con el aval de las huestes que, esencialmente, responden a un mando supremo que legitiman lo ilegítimo.
A 43 años del golpe militar de García Mesa, todavía nuestra democracia es enclenque y frágil.
Para mi generación, la década de los 80 fue una etapa perdida, no desde el punto de vista temporal, aunque implícitamente lo fue, obviamente, sino, desde el avance intelectual, cultural, social, ético, moral, político, profesional y de convicciones humanas que se reflejan, indiscutiblemente en una sociedad estable y armónica.
Todo eso se cercenó de una sola vez. En el fragor del llanto, la represión, la tortura, el encarcelamiento y la muerte, el fantasma de las dictaduras, una vez recuperada la democracia, era, todavía, un presente que deambulaba en el sueño ligero de los bolivianos.
Había que reconstruir todo como un gigantesco rompecabezas. Restituir las libertades, contar los muertos, desaparecidos y torturados. Había que rediseñar el país para hacer que ese camino agreste hacia la anhelada democracia pareciera transitable y libre.
En esos 18 años de bota militar se trastocó absolutamente todo. Desde las infraestructuras hasta las estructuras más vitales del Estado. Un país roto en su unidad, parecía, pese a todo, tener la voluntad de empujar de nueva cuenta la rueda de Sísifo.
Aunque conceptualmente la recuperación de la democracia en Bolivia marchaba con claroscuros, prácticamente no bastaba con ejercer el derecho al voto para elegir a los gobernantes. Era necesario consolidarla en su integridad la libertad de prensa, alternancia, derecho a disentir, participación social y un reconocimiento como una unidad colectiva en la diversidad.
Insisto, una dictadura no siempre puede ser militar, también es autoritaria, totalitaria y constitucional. En esta última se respeta de manera parcial la Constitución, se ejerce un poder de manera autoritaria y, además, se controla, directa o indirectamente, los poderes del Estado.
¡A este punto quería llegar!
En Bolivia, en el presente, la democracia aún duerme con el enemigo.
El autor es comunicador social.