Medio: El Diario
Fecha de la publicación: viernes 03 de agosto de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
Dirección Web: Visitar Sitio Web
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Cada época tiene sus propias características y origina una serie de formas de organización social con objeto de enfrentar los problemas que encuentra durante su desarrollo. La sociedad boliviana no está exenta de esos atributos, hecho que es posible encontrar en las últimas décadas de su atribulada existencia y, en particular, en las actuales circunstancias.
En efecto, en meses recientes nacieron numerosas organizaciones llamadas plataformas sociales que han pasado a ocupar un lugar preferente en el escenario político nacional y adoptan actitudes ya sean neutrales, apolíticas o políticas, pero que, en todo caso, reflejan las condiciones en que se encuentra el país. Es más, su presencia está creciendo rápidamente y prometen tener resultados importantes, pero todavía no se los puede prever en forma concreta.
Sin embargo, no se trata de un fenómeno reciente, sino más bien tiene raíces en otros momentos y se trataría de la repetición de experiencias empíricas de esa naturaleza, aunque se podría decir que, en el fondo, tienen las mismas características, mientras en la forma adquieren otros aspectos y otras definiciones.
En otros tiempos, a raíz de la desaparición de algunos partidos tradicionales, salieron a luz las juntas de vecinos, los comités cívicos y otros similares que expresaban las necesidades de algunas regiones o ciudades importantes del país. También aparecieron con otros nombres, como, por ejemplo, “movimientos sociales”, “instrumentos partidarios” y otros, que tuvieron notable importancia e inclusive, algunas veces, pudieron conseguir algunos objetivos históricos o abrieron el camino para la formación de partidos políticos propiamente dichos.
Al presente, igual que en esos momentos, ahora se repite el mismo fenómeno, pero esta vez bajo otros nombres, entre los cuales están los de “plataformas” y “colectivos sociales”, que sustituyen a los obsoletos grupos que respondían a circunstancias específicas ya superadas.
En el presente, las nuevas plataformas sociales pasan y pisan por encima de los partidos y agrupaciones tradicionales que ya cumplieron su misión histórica y están condenados al basurero de la historia. Hacen lo posible para expresar la nueva realidad y creen que pueden hacer avanzar la historia, aunque de momento carecen de clara orientación política o están bajo el dominio de ideas del pasado, actúan de manera espontánea, carecen de objetivos históricos, por decir lo menos, lo que podría conducirlas a errores de consideración.
Luchan, es cierto, pero no saben para qué ni para quién lo hacen, ajustándose esa táctica al dicho “El diablo no sabe para quién trabaja”, fenómeno frecuente a lo largo de la historia política del país, que les condujo a caer de la sartén a las brasas.