Las democracias liberales suelen caracterizarse por un escenario estándar donde el ordenamiento político se ejecuta en torno a lo que es el eje “izquierda/derecha”. Una fuerza más a la “izquierda” del espectro político que se disputa el poder del Estado con otra que se encuentra más a la “derecha”. En el caso boliviano, por lo menos desde la crisis del sistema de partidos MNR-MIR-ADN, tal abstracción ha sido materializada en la realidad concreta por la disputa de un “izquierdista” MAS-IPSP –generalmente en el gobierno– frente a una desorganizada oposición de “derecha”. No obstante, desde la asunción del Presidente Luis Arce, tal escenario, en cuanto contradicción que ordena el quehacer político nacional, ha transitado silenciosamente por un profundo cambio cualitativo.
El desarrollo de la vieja contradicción interna
En enero de 2020, la postulación de Luis Arce como presidencial del MAS-IPSP indicaba una consolidación del liderazgo histórico de Evo Morales. ¿Por qué? En primer lugar, porque la elección se realizó en Buenos Aires. El MAS-IPSP trasladó a sus cincuenta delegados hasta el exterior del país para incluir “al Evo” en la decisión. Y, en segundo lugar, porque Arce, visto como un gran gestor de los éxitos masistas, estaba muy ligado simbólicamente a Morales. Hasta ese entonces, lo masista era lo mismo que evista.
Arce, a diferencia del carismático dirigente aymara David Choquehuanca, no aparentaba convertirse en algún tipo de desafío a la jefatura de Evo. No obstante, la propia candidatura obligaba a Arce a ser protagonista –más aún cuando el líder histórico estaba fuera del país–. Así, el rotundo triunfo del MAS-IPSP en las elecciones de 2020, marcado por la recuperación de la democracia liberal, reveló que 1) “hay vida masista más allá de Evo” y 2) que el destacado gestor evista Arce demostró, además, ser competente para conducir el proceso de cambio en el ámbito político partidario.
El 8 de noviembre de 2020, el día del cambio de mando, los reflectores de la prensa se focalizaron en Arce (y Choquehuanca). No obstante, el monopolio de tal protagonismo fue breve. Un día después, Evo Morales regresó de su exilio argentino en una agenda cargada de simbolismo. Despedido por el propio Presidente Fernández en La Quiaca como si aun fuera Jefe de Estado, el líder cocalero cruzó a pie el Puente Internacional Horacio Guzmán para ser recibido en Villazón por una entusiasmada masa de radiantes simpatizantes. Había vida masista más allá de Evo, pero Morales no estaba muerto. Desde ese momento, el MAS-IPSP pasó a ser una especie de cuerpo con dos cabezas: Arce y Evo, gobierno y partido, liderazgo nuevo y liderazgo histórico.
Sin ordenar los roles de forma clara, esta doble jefatura se tornó problemática rápidamente. El Presidente Arce, ejerciendo su liderazgo gubernamental, chocó reiteradas veces con un Evo que comenzó a ejercer su liderazgo partidario. Los primeros encontronazos de magnitud fueron en el ámbito de las elecciones regionales, donde la verticalidad de Morales en la elección de las candidaturas disgregó de la organización a un fuerte sector masista que, a pesar de ello, no se tornó opositor a Arce. El caso más emblemático es el de Eva Copa, la alcaldesa alteña. Luego, los desencuentros fueron observados en las duras críticas de Evo a miembros del gabinete de Arce. El ministro Del Castillo ha sido, sin dudas, el principal blanco de Morales. Seguidamente, comenzaron las críticas a la gestión de gobierno, tanto por impericia como por malicia. Por ejemplo, en esta dirección, tenemos al evista Carlos Romero criticando la gestión en torno a la organización del Censo o acusando al gobierno de complicidad con el narcotráfico. Pero lo más grave de todo ha sido la conformación de facto de una bancada evista independiente. Ésta obliga a que el gobierno de Arce tenga que negociar la mayoría parlamentaria con Morales.
¿Qué hay de nuevo?
La contradicción en el MAS-IPSP no representa novedad alguna. Se reconoce como tal tanto dentro como fuera del masismo. Lo interesante es que dicha contradicción interna dentro de la principal fuerza de “izquierda” de Bolivia transitó hacia un nivel superior. Ya no se trata de una contradicción interna masista, sino de la propia contradicción ordenadora del escenario político nacional. Hoy la política boliviana se ordena a partir de la disputa Arce/Evo. Constituye un escenario semejante a lo que fue el enfrentamiento por el poder estatal del MNR-I de Siles Suazo –organizado en la UDP– frente al MNR de Paz Estenssoro –y sus aliados–. Este cambio en la ontología de la contradicción tiene profundas consecuencias en todo el arco político boliviano.
De aquí que sectores moderados de la burguesía cruceña parezcan abandonar su subordinación a la radicalidad del camachismo para plantearse alianzas con el evismo de cara a las elecciones nacionales de 2025. No parece ser casual que la propia CAINCO, en el marco de las protestas por la aprehensión de Luis Fernando Camacho, se mostrase contraria a un paro de actividades, ni que la candidatura del radical derechista Reinerio Vargas a la presidencia del Comité Cívico Pro Santa Cruz haya sido truncada por su Corte Electoral en beneficio de un candidato más dialoguista como Fernando Larach. Además, fuera de los discursos incendiarios de la ultraderecha camachista, la burguesía oriental ha ganado mucho con la expansión económica del proceso de cambio. Por otro lado, lo mismo podría pensarse en relación a los nexos de la burguesía aymara con el arcismo, que, a partir de su lealtad a su Modelo Económico Social Comunitario Productivo, se ha visto muy beneficiada por la dinamización mercadointernista promovida desde la Casa Grande del Pueblo.
El nuevo antagonismo disminuye las posibilidades de una victoria independiente de la derecha, lo cual es, simultáneamente, un fortalecimiento del proyecto de la izquierda boliviana. Por lo menos, en lo inmediato. Aunque, paradójicamente, dividiendo la organización de los sectores populares, el nuevo contexto aumenta las posibilidades victoriosas de la derecha mediante una instrumentalización de las organizaciones de izquierda en favor de sus intereses. Esto último no sería nada nuevo en la historia boliviana, donde vemos que gran parte de las organizaciones revolucionarias de ayer son, sin reconocerlo, las organizaciones derechistas de hoy. La clave para descubrir quién es el dueño de la victoria es identificar quién dirige la alianza más allá de las formas. Sólo la historia nos dirá si lo que estamos observando es a) la liquidación de un proyecto de derecha a partir de su desorganización o b) la liquidación de un proyecto de izquierda a partir de su desideologización.
La excepcionalidad boliviana
Movimientos de esta naturaleza, donde el antagonismo se desenvuelve dentro de las fuerzas progresistas, no parece ser común en nuestro tiempo. Lo más característico en otras formaciones sociales latinoamericanas es el surgimiento de fuerzas de extrema derecha que, creciendo a gran ritmo, obligan a los sectores de “centro” a unirse a un progresismo que, influido por el contexto, termina dando por válidos muchos de los axiomas liberales que otrora combatía. Tenemos esos ejemplos en el Brasil, donde el bolsonarismo obligó a que los viejos antagonistas, el PT y el PSDB, se unan para combatirlo; en la Argentina, donde el peronismo se deskirchnerizó; o en Chile, donde la izquierda “radical” se debió fundir con el “centro” que representaba la histórica Concertación/Nueva Mayoría. Quedándonos sólo en las formas organizativas, pero a la inversa, tal vez sea en el Paraguay donde se encuentra algo semejante a lo que está desarrollándose en Bolivia. Lo decimos porque, en el país guaraní, la disputa por el poder estatal se desarrolla dentro de una misma organización, el Partido Colorado.
Desde nuestra perspectiva, Bolivia tuvo su momento de transitar hacia la norma latinoamericana. Tuvo su outsider antipolítico de ultraderecha en Camacho. Pero, tal trayectoria fue abortada rápidamente por 1) errores infantiles de la figura –como en la cuestión de las grabaciones–, 2) el descontento de las masas frente a la dictadura de Áñez –una hija de la praxis de Camacho– y 3) la incapacidad de proyección nacional que tiene este líder fuertemente regionalista. De todos modos, Bolivia no es una isla. El país no está vacunado de que surja un nuevo outsider antipolítica que logre captar el descontento que estructuralmente sufren las masas trabajadoras en un país capitalista de la periferia mundial.
Consideramos que la mejor forma para desactivar la amenaza de la “ultraderecha” es no descansar en ser la opción “menos mala” ante la debilidad de la derecha; ya que, en cualquier momento, puede surgir un candidato de “ultraderecha” que, sin pudor, se presente como lo “nuevo”. Los argentinos tienen un buen ejemplo con el candidato Javier Milei. Tampoco, se puede descansar en la lectura de índices abstractos que mueven muy poco el amperímetro en la vida concreta de los ciudadanos. Esto simboliza mucha distancia del pueblo boliviano. Las fuerzas progresistas precisan, ante todo, ser representación de lo “mejor”. Es condición sine qua non poseer 1) empatía con la urgencia diaria de los sectores populares, 2) capacidad pedagógica para explicar el origen estructural de los problemas del tiempo histórico, 3) honestidad para reconocer los errores, 4) conciencia de que la realidad está en constante movimiento y, 5) consecuentemente, permanente creatividad para construir un programa viable que entusiasme por su capacidad real de ofrecer un futuro esperanzador para todo el pueblo boliviano. [P]