Medio: El Día
Fecha de la publicación: jueves 02 de agosto de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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El movimiento en defensa de la voluntad popular, soberana y vinculante expresada el 21 de febrero de 2016 representa el desafío más serio al prorroguismo presidencial en particular, y a todo el modelo hegemonista del MAS en general.
Como la victoria en aquella fecha histórica fue un triunfo de todos, que no pueden arrogarse algunos grupos en detrimento de otros, de igual manera la defensa del 21F extrae su potencia de su carácter transversal, implicando por igual al centro, derecha e izquierda; políticos y ciudadanos de a pie; profesionales, empresarios, obreros y estudiantes.
Y es que lo que está en juego es la posibilidad misma de recuperar una democracia republicana plena, marco en el cual serán resueltas posteriormente las diferencias de ideas e intereses entre los actores.
El riesgo en este proyecto son los divisionismos funcionales, que amenazan con disgregar o al menos caotizar al movimiento del 21F. Vemos a progresistas y cocaleros de Los Yungas declarando que “la derecha” debe quedar excluida y a conservadores descalificando a las protestas por su “vacío ideológico”.
Desde algunas plataformas también se cuestiona a los partidos de oposición que tratan de coadyuvar en la lucha, incurriendo en una errada muestra de antipolítica, quizás olvidando que ha sido precisamente ésta la que abonó el camino para el ascenso al poder del narco-sindicalismo chapareño. Habría que recordar, tal vez, el cuño fascista de la crítica a la “partidocracia”.
Muchas de estas expresiones son espontáneas, nacidas de la horizontalidad del movimiento, pero además hay que tener en cuenta que el castrismo que teledirige al Palacio Quemado es experto en divisionismo. Lo ha practicado durante décadas hacia el exilio en Miami, a veces potenciando o amplificando diferencias reales y en otros casos infiltrando a dos tipos de agentes: los excesivamente tibios y los ultra-radicales.
Por supuesto que el carácter democrático del movimiento incluye la posibilidad y hasta la necesidad de estos debates, pero de la misma manera puede y debe reflexionarse sobre la imprescindible unidad estratégica, condición sine qua non para la victoria.
La electoralización prematura es otro factor que conspira contra la unidad, al confundirse dos tiempos que deben ser correctamente deslindados: la lucha contra la repostulación inconstitucional y la definición de las candidaturas alternativas al hegemonismo autoritario.
Todas las baterías tendrán que concentrarse en blindar la decisión mayoritaria, que ya se manifestó contra la eternización en el poder de los gobernantes, e implícitamente contra la “cancha inclinada” que trampea la democracia, asegurándole al detentador del poder un triunfo casi automático, a través del abuso de recursos del Estado y otros mecanismos de distorsión del voto.
No hay lucha que se gane sin disciplina y en este caso eso implicará auto-contenerse en las diferencias, para resolverlas en una etapa superior del conflicto: la de las urnas.