Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 18 de junio de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Los enfrentamientos de ideas y utopías son agresivos y hasta peligrosos, una corriente que está creciendo y normalizándose en nuestra sociedad, analiza el autor.
Una famosa frase asegura que la peor víctima de una guerra es la verdad. Pero dejemos de un lado la generalidad de un conflicto armado al que se refiere la frase y quedémonos con el concepto del “conflicto” o el “enfrentamiento”, indistintamente que sea armado o ideológico. Un conflicto cualquiera puede atentar con la verdad. La pluralidad de ideas y pensamientos y su enfrentamiento dialéctico no es algo para nada nuevo, ya desde la época griega existían conflictos ideológicos y debates al respecto.
Tampoco es para nada nueva la idea de que ante espacios de poder y la opinión pública, los enfrentamientos de ideas y utopías son agresivos y muchas veces peligrosos.
Sin embargo, la cultura de la intolerancia y la censura presente en nuestra realidad mediática e informativa está creciendo y normalizándose en nuestra sociedad de manera tan permanente que parece un común en nuestra cotidianidad, ante el peligro que lo lleguemos hasta aprobar y aceptar. Una situación irreversible, y que parece ya estar posicionada en nuestros entornos.
La realidad no puede resolverse ni mucho menos entenderse con una sola manera de pensar, y como humanidad es imposible la uniformidad de ideologías y consensos. Las diferencias son parte misma del error humano, quien siempre tiene una idea de como debería ser manejado el presente y futuro con una utopía.
Es, por ende, que existen la posiciones consideradas “libertarias” tanto como las “progresistas”, ambas copando diferentes partes de la realidad, como la cultura, la familia, la salud, la educación y la economía. Se enfrentan todo el tiempo. Pero, a diferencia de un conflicto en el que debería determinar la dialéctica y el debate, bajo el marco de lo considerado democrático, se sostiene una guerra de trincheras sin balas, en donde la intolerancia prima.
El léxico de la descredibilidad política es un mecanismo de discurso que está presente en cada pugna de utopías. Los términos como “progre”, o “facho”, sin duda aparecen hoy en día para mofa y burla del oponente, generalizando y totalizando erróneamente una posición.
Un ejemplo más claro es el de la famosa ley de Godwin, que asegura que mientras un debate más se alarga, ya sea porque ninguna de las partes tiene pie de buen perdedor, más es la posibilidad de que en medio de los entredichos se nombre a Hitler o el nazismo.
Esto es importante, ya que marca el medidor moral primordial de los debates contemporáneos: ¿qué es fascista o nazi y qué no? El oponente siempre será nazi y fascista, tanto para unos como para otros. Y no es porque la otredad ideológica sea nazi, sino que es importante mostrarlo como tal ya que todo lo relacionado al nacismo es censurable, reprochable y reprimible.
Con las redes sociales todo fue para peor. Es inútil pensar que una red social es un espacio para la libertad de expresión y el intercambio “sano” de ideas. La violencia en los espacios digitales es degradante a unos extremos que los administradores de páginas en Facebook necesitan regulaciones y términos de comunidad muy específicos.
Pensar en expresar ideas en tu página personal es pensar igual en que alguien te refutará, lo cual hasta ahí no existe problema alguno. La censura, sin embargo, comienza a hacerse presente, se organizan grupos para comenzar a atacar una publicación esperando que sea borrada solo porque no concuerda con la idea que expresan.
La creencia e ideología se tornaron tan débiles y se debilitan más con el paso del tiempo, que su único respaldo parece ser la radicalidad y, en cierta medida, el fanatismo. Y cuando hay cada vez más individuos aferrados a radicalismo, ciego a otras miradas y puntos de vista, crecen más los espacios de violencia y degradación a la persona más que a la idea, y se pierden exquisitos debates de los que se necesita generar esa categoría de la comunicación tan olvidada y subvalorada que es el entendimiento.
La intolerancia y agresividad a la idea contraria no es más que un síntoma de la poca e ineficiente capacidad de las generaciones jóvenes para el debate. Si bien el poder es un espacio común de poder y coacción, es el ciudadano de a pie ahora el que ejerce un encierro propio ante la agresividad de los discursos socioculturales que se proponen a diario y en todos los espacios. Así como un síntoma de la poca capacidad de competencia y la formulación y manejo de argumentos. No hay tal capacidad de ninguna de las partes que se debaten la cultura.
Como consecuencia, parece una normalidad atacar una idea contraria con todas las fuerzas de la violencia y ser aplaudido por tal acto, así como buscar la censura de otras voces.