
El libro Cómo mueren las democracias de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt sigue la obra inaugural del profesor español Juan Linz y su libro La quiebra de las democracias. Esto significa que las democracias siempre están amenazadas, muchas veces desde adentro y desde arriba. Lo estuvieron en el siglo XX y lo vuelven a estar en el siglo XXI. Levitsky y Ziblatt, ambos profesores de Harvard, traen una reactualización del diagnóstico y también sugerentes propuestas para revitalizar la democracia.
PREGUNTA. Antes las democracias morían a manos de hombres armados, ¿existe otra manera de hacer quebrar una democracia?
RESPUESTA. Las democracias pueden fracasar a manos ya no de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder. Algunos de esos dirigentes desmantelan la democracia a toda prisa, como hizo Hitler en la estela del incendio del Reichstag en 1933 en Alemania. Pero, más a menudo, las democracias se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciables.
P. ¿El riesgo sería que los políticos antidemocráticos se hagan cargo de los gobiernos democráticos?
R. La paradoja trágica de la senda electoral hacia el autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarle.
P. ¿Cómo se identifica entonces el autoritarismo en políticos que no tienen un historial antidemocrático evidente?
R. Deberíamos preocuparnos en serio cuando un político: 1) rechaza, ya sea de palabra o mediante acciones, las reglas democráticas de juego, 2) niega la legitimidad de sus oponentes, 3) tolera o alienta la violencia, 4) indica su voluntad de restringir las libertades civiles a sus opositores, incluidos los medios de comunicación.
P. ¿Cómo entonces resguardar a los sistemas democráticos?
R. Mantener a los políticos autoritarios al margen del poder es más fácil de decir que de hacer. Al fin y al cabo, se supone que en las democracias no se ilegalizan partidos ni se prohíbe a candidatos postularse a las elecciones (y nosotros no abogamos por tales medidas). La responsabilidad de cribar a las personas autoritarias y dejarlas fuera recae más bien en los partidos políticos y sus líderes: los guardianes de la democracia.
P. ¿Cómo los políticos potencialmente autoritarios se vuelven hostiles a la democracia?
R. La democracia es un trabajo extenuante. Mientras que los negocios familiares y los escuadrones militares se rigen “por real decreto”, las democracias exigen negociación, compromiso y concesiones. Los reveses son inevitables y las victorias siempre parciales. En cambio, para los recién llegados, sobre todo para aquéllos con tendencia a la demagogia, la política democrática resulta con frecuencia intolerablemente frustrante. El sistema de mecanismos de control y equilibrios se les antoja una suerte de camisa de fuerza. Como el caso del presidente Fujimori, que era incapaz de tragar con la idea de almorzar con los líderes del Senado cada vez que perseguía la aprobación de una ley, los dictadores en potencia tienen poca paciencia para la política de la democracia en el día a día. Y como Fujimori, quieren desembarazarse de ella.
P. ¿Se está perdiendo la tolerancia mutua entre los políticos?
R. La tolerancia mutua alude a la idea de que, siempre que nuestros adversarios acaten las reglas constitucionales, aceptamos que tienen el mismo derecho a existir, competir por el poder y gobernar que nosotros. Podemos estar en desacuerdo con ellos, e incluso sentir un profundo desprecio por ellos, pero los aceptamos como contrincantes legítimos. Ello implica reconocer que nuestros rivales políticos son ciudadanos decentes, patrióticos y que cumplen la ley, que aman el país y respetan la Constitución tanto como nosotros mismos. Significa que, aunque creamos que sus ideas son ilusas o erróneas, no los concebimos como una amenaza existencial. Dicho con otras palabras, la tolerancia mutua es la disposición colectiva de los políticos a acordar no estar de acuerdo.
P. Una vez que los autócratas están en el poder, ¿qué medidas toman para favorecer su posición y desfavorecer la de sus opositores?
R. Para entender mejor cómo los autócratas electos socavan sutilmente las instituciones resulta útil imaginar un partido de fútbol. Para consolidar el poder, los déspotas en potencia deben apresar a los árbitros, marginar al menos a uno de los jugadores estrellas del rival y reescribir las reglas de juego de manera que funcionen en su propio beneficio, lo que vendría a ser inclinar el terreno de juego en contra del equipo contrario.
P. La pregunta ineludible: ¿Cómo salvar a la democracia que parece haber entrado en un periodo de recesión?
R. Ningún dirigente político por sí solo puede poner fin a la democracia, y tampoco ningún líder político puede rescatarla sin la ciudadanía. La democracia es un asunto compartido. Su destino depende de todos nosotros. [P]
“La polarización puede despedazar las normas democráticas”
P. Hablemos sobre un tema candente en nuestras sociedades y con intensidades variables a escala global: la polarización.
R. Cuando las diferencias socioeconómicas, raciales o religiosas dan lugar a un partidismo extremo, en el que las sociedades se clasifican por bandos políticos cuyas concepciones del mundo no solo son diferentes, sino, además, mutuamente excluyentes, la tolerancia resulta más difícil de sostener.
P. Y si a ello le sumamos la animosidad política, ¿tendremos un campo minado para la democracia?
R. Cuando la división social es tan honda que los partidos se asimilan a concepciones del mundo incompatibles, y sobre todo cuando sus componentes están tan segregados socialmente que rara vez interactúan, las rivalidades partidistas estables acaban por ceder paso a percepciones de amenaza mutua. Y conforme la tolerancia mutua desaparece, los políticos se sienten más tentados de abandonar la contención e intentar ganar a toda costa. Ello puede alentar el auge de grupos antisistema que rechazan las reglas democráticas de plano. Y cuando esto sucede, la democracia está en juego. [P]
ACLARACIÓN: El antireportaje es una técnica periodística que consiste en simular una entrevista a un personaje público a través de extractos textuales de unos o varios de sus libros para socializar su pensamiento.