Medio: El País
Fecha de la publicación: domingo 09 de abril de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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La revolución del 52 sigue siendo fuente ineludible para entendernos y posicionarnos en el mundo, con todos sus errores y faltas, con todos los giros que vendrían
- Redacción Central / El País
- 09/04/2023 00:00
La revolución de 1952 fue el hecho constitutivo más importante de Bolivia en el siglo XX y probablemente en toda su historia, pues acabó por darle una orientación a un Estado que hasta entonces se debatía entre las directrices de una oligarquía minera extremadamente poderosa y la reacción de una élite intelectual y funcionaria que percibía que las cosas se podían hacer de otra manera aún sin cuestionar el estatus quo cuando no había muchos otros modelos a seguir.
No es que la oligarquía minera dejara de tener poder con la revolución ni que el Estado definiera su rumbo para siempre, nada más lejos de la realidad, pero el momento histórico en el que se produjo, con el nacionalismo herido, el socialismo en expansión y el capitalismo de los aliados abriendo fronteras al expolio, la revolución del 52 le permitió al país sentar sus bases de independencia y orgullo sin convertirse en el paria que tantos predecían y probablemente, ambicionaban.
Las principales medidas de la Revolución, vistas con perspectiva, contribuyeron a crear un andamiaje de Estado soberano y social que después se ha convertido en línea base incluso en la época liberal de los 90, donde todo se destruyó, y a partir de 2006, con Evo Morales.
Los cuatro asuntos elementales de la Revolución fueron la nacionalización de los recursos naturales, la reforma agraria, la inclusión del concepto de estado social e inclusivo y el reconocimiento de lo popular y lo indígena; estos cuatro asuntos son los que siguen alimentando los debates.
Ninguno de los asuntos se completó como se debiera, pero ninguno volvió a ser lo mismo. or ejemplo, el gobierno de la revolución nacionalizó los recursos naturales, incluyendo las minas de estaño y el petróleo, y estableció la propiedad estatal sobre la tierra y los recursos minerales y desde entonces, las nacionalizaciones y privatizaciones más o menos encubiertas siguen condicionando el estado.
La reforma agraria de la revolución redistribuyó la tierra de los grandes propietarios a los campesinos y estableció el derecho a la propiedad para aquellos que la trabajan, aunque bien es cierto que en enormes zonas del país nunca sintieron esta reforma y hoy sigue siendo una de las tareas a completar con otros valores verdes sobre la mesa.
La revolución estableció políticas sociales y económicas que tenían como objetivo la inclusión de los sectores más pobres y marginados de la sociedad boliviana. Se crearon programas de salud y educación, así como una seguridad social ampliada, pero a la fecha seguimos siendo uno de los países más pobres de la región y los debates sobre la eficiencia de lo privado sigue desatando pasiones.
Y por último, la revolución también reconoció a su manera los derechos del pueblo obrero, campesino e indígenas, que habían sido históricamente marginados y discriminados en Bolivia. Se crearon políticas específicas para garantizar la igualdad de oportunidades para los pueblos indígenas, pero a la fecha los índices de pobreza de estos pueblos y lo controvertido de sus decisiones siguen evidenciando los problemas de la plurinacionalidad.
La revolución del 52 sigue siendo fuente ineludible para entendernos y posicionarnos en el mundo, con todos sus errores y faltas, con todos los giros que vendrían después en las cabezas de quienes la dirigieron exitosamente.
Sin duda hoy 9 de abril, como todas las efemérides de la fecha, es buen momento para repasar historia y principios, más en este mundo menos multipolar y más globalizado de lo que se asegura. Bolivia sigue esperando culminar su revolución.