Medio: La Razón
Fecha de la publicación: domingo 09 de abril de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
POR GUSTAVO CALLE
LA PAZ / 9 de abril de 2023 / 06:28
Palenque provino de un proceso de acumulación histórica de ruptura de los imaginarios coloniales.
DIBUJO LIBRE
Carlos Palenque Avilés fue todo un fenómeno de la política nacional en la década de los 90 del siglo pasado. Un actor político que nos enseñó que la acumulación de poder puede venir no solo del campo de las luchas sociales y la política convencional, sino también del campo cultural, es decir, del mundo simbólico y mediático.
ANDINO.
Palenque, “el compadre” para sus seguidores, construyó una imagen de sí mismo sobre la base de códigos andinos y occidentales. Esta fue su principal fuerza y una de sus mayores debilidades. Venció donde tenía que hacerlo: en una Bolivia “occidentalizada” que no había resuelto sus problemas constitutivos; en una sociedad clasista, racializada y discriminadora que no lograba asentar los intentos reformistas de la Revolución del 9 de abril de 1952.
Su radio de acción fue occidente, atendió y polemizó los problemas de ese espacio. No pudo llegar a ganar el oriente. Su identidad con lo aymara y la región altiplánica constituyeron su principal dique de contención electoral a nivel nacional. Tanto fue así que Palenque para sus detractores era un “indio”, a pesar de su color de piel y su complexión. El “t’ara palenque”, le decían. Flameó la wiphala, usó el lluch’u y el poncho andino. Se armó de un equipo de aymaras y mestizos, y recuperó el idioma de los aymaras en sus interacciones.
MESÍAS.
Palenque fue todo un fenómeno de la política. ¿Populista? Claro, como todo político que aprovecha los medios y el universo simbólico. Así, con base en sus medios de comunicación, Radio Metropolitana y su canal de televisión RTP (Radio Televisión Popular), construyó una imagen mesiánica de sí.
No midió el impacto de esa construcción personal. Por eso llegó a considerarse irremplazable, cosa que le terminó costando la institucionalización de su partido político, Condepa (Conciencia de Patria). La figura mesiánica, propia de un caudillo, le hacía ver enemigos políticos en aquellos que disentían de sus ideas y aliados en los aduladores; muchos de estos eran políticos corruptos, como Flavio Clavijo Jemio, exalcalde de El Alto entre 1992 y 1993.
MEDIOS.
Palenque vinculó sus medios de comunicación con lo popular, en un contexto en el que pocos apostaban por la comunicación alternativa; entendió muy bien esa ecuación, que más allá del fin político colateral (atraer una masa de electores), hizo escuela en el mundo de la comunicación social boliviana.
Desde Palenque, con mayor fuerza, los medios bolivianos buscaron hacer su programación más allá de los tradicionales actores; el rostro popular, sus gustos y sus problemas pasaron a tener un espacio de visibilidad inaudito desde entonces.
LUCHA Y CONTENCIÓN.
Palenque murió en marzo de 1997, cuando su imagen recién empezaba a echar vuelo más allá de occidente y su carisma le permitía mostrarse como un ser “extraordinario”. El aura mesiánica de su imagen fue tan potente que, tras su muerte, parte de la gente que le seguía pensó que “resucitaría”.
También puede leer: Trabajadores migrantes y la frontera con Chile
Palenque fue el resultado de un largo proceso de acumulación histórica de rupturas de los imaginarios coloniales; de hecho, provocó una de las más importantes de ese universo de creencias que sostenían a la Bolivia racializada. Palenque impulsó el proceso de lucha de lo popular indígena desde lo simbólico y, paradójicamente, lo contuvo en cuanto a su desenlace violento. Por eso, tras su muerte, y coincidentemente, sin más mediador, se acabó el campo simbólico de la lucha y devino la acción directa de aquellos que representaba (la movilización campesina de las provincias de La Paz y la Guerra del Gas entre los años 2000 y 2003).
Palenque se suma al conjunto de actores de la política popular que ayudó a empoderar y universalizar la identidad y el orgullo de lo “indio”, de lo “cholo”. Su batalla fue más cultural y simbólica. Hecho que demuestra que también desde ahí se puede operar una lucha política popular que no acabe necesariamente en un derrame de sangre. Su vida privada fue también intensa, en un contexto en que el espectáculo mediático, que paradójicamente él ayudó a impulsar, comenzaba, al igual que un torbellino, a transfigurar la realidad política nacional; pero ese es un asunto que no tocaremos ahora.
(*)Gustavo Calle es periodista