Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 02 de abril de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Desde el retorno del MAS al poder estamos viviendo un “no” debate respecto a si lo que sucedió en noviembre del año 19 fue un golpe o un fraude, unos se desgañitan gritando que hubo un golpe de Estado, aunque el hecho de que el presidente golpeado hubiera renunciado, difícilmente encaja en una narrativa de esa índole, sobre todo si pensamos que el renunciante era de los del club de “patria o muerte”, y admirador de Salvador Allende. Los que responden que fue fraude y no golpe, reclaman, con justeza el veredicto dirimidor de la comisión de la OEA, institución a la que el gobierno había llamado para hacer una investigación sobre cómo se habían llevado a cabo las elecciones, manejadas ya por un Tribunal Constitucional que adolecía de falta de credibilidad. La constelación estaba preparada para creer que hubo un fraude, tanto por los detalles técnicos que se dieron, como por la construcción servil en que el Tribunal Electoral estaba conformado.
El detalle que no debe ser soslayado es que el candidato ganador era un candidato ilegítimo. Bajo ninguna circunstancia, Evo Morales debía haber podido acceder a esa candidatura. Morales, con su decisión, había secuestrado al país entero en una aberración constitucional. Las fuerzas opositoras tuvieron que presentarse a una elección inaceptable, a pesar de este exabrupto, que no solo violaba la Constitución y el sentido común, sino también ignoraba un referéndum. Morales fue un candidato ilegítimo al cubo, y la única opción de sacárselo de encima fue la esperanza de que se pudiera llegar a una segunda vuelta en la que todos creían, masistas y no masistas, perdería.
Cuando las maniobras del Tribunal Electoral pusieron en alerta a la ciudadanía no simpatizante con el MAS, el gobierno se escudó en la credibilidad de la OEA, el veredicto de esa institución fue dado sin utilizar anestesia, y la sospecha de muchos de que había fraude fue confirmada.
Quienes hemos vivido golpes de Estado, sabemos que éstos no pueden existir con un Parlamento en funcionamiento, menos con un Parlamento dominado por la fuerza supuestamente golpeada, mucho menos con un Parlamento que frena las órdenes del presidente supuestamente golpeador.
Es difícil imaginar el gobierno de Añez como una dictadura, a menos que se repita la palabrita golpe, golpe, golpe, una y otra vez, hasta dejar de pensar. Lo indudable es que en primer lugar, la candidatura ignominiosa, el manoseo del Tribunal Constitucional, y el del Tribunal Electoral, llevaron al gobierno a una situación extrema, y ellos provocaron una anomia, al renunciar una detrás de la otra todas las personas llamadas a sustituir al presidente en caso de que éste faltase.
Evo Morales y los suyos crearon un estado de anomia, y lo hicieron de forma artificial, pensando posiblemente que esa era la forma de revertir la situación a su favor, (tal vez al estilo venezolano), no se dio ese reordenamiento, y luego tuvimos un gobierno transitorio muy malo, malo, porque tuvo un desafío atroz que les quedaba grande hasta a los buenos, como fue la pandemia, y malo, porque la señora Añez se engolosino con el poder, aunque luego lo soltó correctamente llamando y cumpliendo con elecciones limpias, y malo porque fue acompañada por personajes que solo podían hacer el juego al discurso del golpe, como el caso del patético ministro Murillo.
Lo cierto es que si hay verdaderos culpables de la crisis política del año 19 en Bolivia esos son Evo Morales y su vil entorno. La crisis de marras, nos ha librado de un gobernante que se hubiera eternizado en el poder. El país es un mejor país no teniendo un gobierno fosilizado en el poder. De eso, igual se le puede agradecer a Camacho, y su curiosa cartita.
Los presos por los casos “golpe”, son presos políticos, de eso no quepa la menor duda. Están ahí, porque osaron interponerse en el camino por la eternización en el poder de una camarilla.
por los casos “golpe”, son presos políticos, de eso no quepa la menor duda