Medio: El Deber
Fecha de la publicación: miércoles 22 de marzo de 2023
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
Dirección Web: Visitar Sitio Web
Lead
Contenido
Se podría creer que la crisis de los partidos políticos ya tocó fondo, pero lamentablemente aún no se ha visto lo peor de las prácticas en una lucha encarnizada por el poder. Sin duda, a medida que se acerquen las elecciones primarias, se verán espectáculos más grotescos que los presenciados hasta el momento.
De quienes hacen política se espera lo que postulan: un trabajo desinteresado para generar bienestar en la ciudadanía, pero lo que se encuentra dista mucho.
En este momento, en Bolivia hay al menos dos partidos que tienen una profunda crisis. Por un lado, el gobernante Movimiento Al Socialismo, escindido en dos facciones, la de Evo Morales y la de Luis Arce. Ambos están en franca y encarnizada competencia por la candidatura presidencial en 2025. En esa guerra interna, ni ellos ni sus adherentes miden el calibre de sus ataques: desde insultos hasta acusaciones de graves delitos que vuelan de un lado a otro, generando espanto en la ciudadanía e indiferencia en el Ministerio Público que ya debería estar investigando tanta sindicación junta.
El MAS tiene poder en los tres niveles de gobierno, cuenta con al menos un millón de militantes, una propuesta de país, pero se ha extraviado en la guerra de guerrillas cotidiana, lo que afecta la gobernabilidad, la objetividad a la hora de tomar decisiones y la capacidad de autocrítica, especialmente frente a hechos que pueden estar teñidos de corrupción.
El otro partido en problemas es Creemos, que llevó a la candidatura a la Presidencia a Luis Fernando Camacho y que, más adelante, lo convirtió en gobernador de Santa Cruz. Su constitución tuvo el fin de presentar candidaturas, pero no generó una propuesta de país. Gran parte de los legisladores elegidos carecen de experiencia política y proceden de organizaciones de la sociedad civil que no entienden de la materia. Por esa razón, a poco más de un año de su creación, Creemos se ha fracturado en cuatro facciones, cada una con ideas y acciones diferentes, unas enfrentadas contra las otras y con el repetitivo libreto de las agresiones y acusaciones.
Al igual que Demócratas, Creemos nació con la finalidad de acceder al poder, pero sin una definición clara acerca de qué se hace cuando se logra. La carencia de una propuesta para el país, convierte a sus representantes en reactivos ante la agenda lanzada desde el MAS. Y, al no tener un eje de unidad, es lógico que se fragmente como lo ha hecho.
Otros partidos que estuvieron en el poder parecen haberse extinguido al perderlo, como es el caso de Demócratas. También se encuentra Comunidad Ciudadana, que es una alianza que sirvió para terciar en elecciones, pero sin estructura, con algo más de propuesta, pero escasa para seducir a los ciudadanos
Por otro lado, están los llamados taxi partidos, que son siglas que se prestan o alquilan, pero que carecen de peso específico en la vida nacional.
¿Qué hacer ante este escenario? Un partido con estructura que va haciendo aguas porque los apetitos personales ahogan los principios iniciales, que ha dado lugar a la corrupción y a la impunidad para sus bases, pero que utiliza la desinstitucionalización y la manipulación de la justicia para encarcelar a los opositores. Los otros sin propuesta de país.
El ciudadano no ve un horizonte en este enjambre. Por eso, las movilizaciones más contundentes del último tiempo han sido protagonizadas por la sociedad civil organizada, que no halla una organización política para canalizar sus necesidades y propuestas.
La situación es complicada y ahora se plantea una unidad de la oposición para hacer frente al partido hegemónico. El camino de juntar siglas ya falló. Es de esperar que se pueda plantear una propuesta alternativa de país, antes que buscar una cara atractiva, pero vacía.