Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 04 de diciembre de 2022
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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La dialéctica del masismo/pitismo es simplista y manipuladora: divide el mundo en blanco y negro y apela al sentimiento y no al raciocinio.
Desde hace ya varios meses, casi todos los medios de comunicación y gran parte de la intelectualidad boliviana han ido edificando una dialéctica dual para separar a los bolivianos en dos grupos antagónicos e irreconciliables entre sí: el masismo y el pitismo. Han ido fomentando, al mismo tiempo, la idea de que todo boliviano mínimamente racional y dotado de la capacidad de decidir, debe pertenecer o adscribirse militantemente a uno de esos dos bandos –o por lo menos simpatizar con uno de ellos–, so pena de ser tenido como un anacoreta o casi un paria intelectual y civil.
Como toda dialéctica política dual, la del masismo/pitismo es simplista, maniquea y manipuladora: divide el mundo en blanco y negro y apela al sentimiento y no al raciocinio. Y triste pero no sorprendentemente, gran parte del colectivo se ha dejado arrastrar por su histrionismo discursivo y su lógica simplificadora. El resultado: una Bolivia dividida en dos bandos celosamente convencidos de sus postulados y prejuicios.
Lo grave es que tanto el masismo como el pitismo poseen no solo masas que corean y replican lo que la voz de sus cúpulas ordenan, sino también voces intelectuales y plumas muy autorizadas (y a veces prestigiosas) que piensan, escriben y publican material (libros, artículos, reportajes y documentales políticamente direccionados y sesgados) que ha sido ampliamente difundido en los últimos meses, mucho más que el cine, las novelas, el teatro o la poesía nacionales.
Este fenómeno impide que los de abajo (vale decir, los que reciben la información de manera totalmente pasiva comunicacionalmente hablando) puedan ser conscientes de la complejidad y el laberinto social que supone un hecho histórico como el de fines de 2019 (social y políticamente análogo al del censo que se vive hoy), un hecho que, a su vez, es el colofón de muchos otros hechos del pretérito más o menos próximo en el tiempo.
Este fenómeno, en suma, posterga la actividad crítica de la sociedad y adormece la lucidez de la opinión pública, una opinión que a veces se ve tan inocente (o más bien fanatizada) incluso en los artículos de opinión en la prensa escrita o en la voz de los más reputados analistas políticos de televisión y radio, quienes elaboran análisis de la superficie, del hecho coyuntural, del dato efímero, y que no tocan los asuntos estructurales y profundos que embargan al país.
Sin embargo, los historiadores más equilibrados y juiciosos saben que la historia no es un cuento de ángeles contra villanos, pues ella tiene como principal protagonista al ser más ininteligible –espiritual y psíquicamente hablando– que existe: el ser humano. Si en algo coincidieron bien los autoritarismos comunista y fascista del siglo XX, fue en la búsqueda del enemigo, del antagónico, a quien había que destruir para conseguir la pretendida libertad.
Si bien es evidente que en el devenir hay personajes cuyos genio y figura pueden ser pintados con dos brochazos (tontos, genios, nobles, idiotas o mediocres), vistos los acontecimientos fríamente y de manera global, se percibe que en los hechos de 2019 hay una carga histórica potente y existen muchos datos aún no salidos a la luz, datos que podrían hacer pensar a un masista dogmático sobre la pureza intachable de su bando y sobre la moralidad inmaculada de su grupo a un pitita ortodoxo.
Estas verdades se hallan hoy en cajas negras que probablemente mañana sean abiertas por los estudiosos del pasado o posiblemente queden para siempre cerradas.
El que uno haya tomado parte activa y militante en contra de las hordas del masismo violento en las luchas de esos aciagos días –como yo, que tuve que atrincherarme para defender la integridad de mi familia y mi vivienda– no lo convierte automáticamente en un pitita, pues el pitismo, como movimiento social y fenómeno político, conlleva muchas cosas más de lo que su legión seguramente cree; muchas cosas más –no siempre buenas– que la mera defensa de la democracia y el Estado de derecho, que hacen que a un verdadero liberal y, sobre todo, a una persona racional y crítica, le sea casi imposible pertenecer o adscribirse militantemente a dicho movimiento.
A todo este fenómeno se suma otro más, que ya es posterior: la sacralización del pitismo. Pero los agentes críticos deberían desacralizarlo, pues deberían darse cuenta de que representa un movimiento colectivista y autoritario como el masismo, un movimiento que, si se canalizara en partidos políticos, no podría resolver los problemas que atosigan a esta sociedad. Hablando ya en términos de proyecto-país, supongo que, así como al masismo lo gangrena una corrupción metida hasta lo más profundo de su ser, el pitismo degeneraría en prebendas, nepotismo y clientelismo, como se vio en el gobierno Añez.
Lo que los bolivianos deben comprender es que decidir no es en absoluto lo mismo que discernir. Lo primero es fácil y puede hacerse al calor del momento; lo segundo, en cambio, requiere un proceso de reflexión y pensamiento. Finalmente, debe entender que ser un outsider, un no alienado, un crítico, un “francotirador solitario y marginal”, en palabras de Octavio Paz, no es sinónimo de tibieza ni de una mente pacata; más al contrario: es un acto de valentía.
Pensar críticamente es una acción rebelde en este tiempo de extremos, corrección política, mojigatería y esnobismo político que impelen a ser o de los blancos o de los negros, como si esas dos categorías fuesen las únicas dos opciones normativas para la sociedad. La dialéctica masismo/pitismo (hoy replicada en el problema del censo y latente en el ambiente) es uno de los mayores males que le están sucediendo al país y del que difícilmente saldrá.
¿Cuál podría ser un camino para salir de este laberinto? No pidamos ya nada a los políticos, quienes parecen haber perdido la brújula completamente. Trabajemos desde otros flancos, prescindiendo de ellos. Por ejemplo, desde la elaboración de un periodismo crítico y un material teórico reflexivo y autónomo. La prensa seria que quiera contribuir a la atenuación de la polarización violenta debe publicar noticias reflexivas, evidenciando siempre las dos caras de la moneda y siempre recordando que en la historia no existen bandos solamente buenos o solamente malos.
La colectividad es una suma de individuos con intenciones personales y sumamente complejos. Eso de “el pueblo” no existe; concepto vago, abstracto, complejo y dispar, nadie debería arrogarse su representación. Hay que ver la sociedad teniendo en cuenta que los individuos, en su dimensión personal, poseen miserias y apetitos particulares. La simplificación es una de las peores enemigas de la racionalidad y la libertad.