Medio: El Deber
Fecha de la publicación: martes 29 de noviembre de 2022
Categoría: Conflictos sociales
Subcategoría: Marchas, bloqueos, paros y otros
Dirección Web: Visitar Sitio Web
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Santa Cruz aún no ha terminado de ponerse de pie tras su batalla más larga en democracia, que hizo contener la respiración de los cruceños durante 36 días y medio, y el tema de conversación de toda la semana aún serán los días y noches de rotonda, cuando en otras condiciones ya todos estaríamos hablando de la Navidad. Y es que a la región de la esperanza –que es lo que buscan todos quienes llegan a estas tierras y con su presencia y trabajo la han convertido en la más gravitante del país en todos los sentidos– le han cambiado la vida con las arbitrariedades del neocentralismo, con aires ahora de populismo e interés de sometimiento, como si viviéramos tiempos de coloniaje.
A nadie le hace gracia detener bruscamente el curso de normalidad de una ciudad que se caracteriza por su movimiento vitalizador de economía, empleo, alimentación, exportación y tantos otros atributos de orgullo propio, pero es que no le dejaron a Santa Cruz ninguna otra opción para ejercer su derecho democrático a ser escuchada y que su opinión sea tomada en cuenta, máxime cuando se trata de salir en defensa de una demanda legítima.
En los hechos, y sin decreto, ley ni declaración de por medio, el país ha transferido a Santa Cruz la responsabilidad social más grande, cual es la de generar empleos para los ciudadanos y riqueza para el Estado. Solo ese detalle le da a la región una indiscutible autoridad moral para reclamar, demandar, cuestionar y cambiar políticas nacionales cuando estas se aparten de la legalidad o sean parte de burdas manipulaciones partidarias desde el poder central. Si ese es el camino, Santa Cruz seguramente lo utilizará más seguido como su fórmula de lucha hasta ahora más efectiva. En esa medida, es preciso identificar algunos aprendizajes que dejaron los recientes 36 días de paralización para las próximas batallas. La primera gran lección es el admirable compromiso de los ciudadanos: ese es, lo dijimos más de una vez en estas líneas, el capital social más importante que se debe preservar, con prudencia y sin desgastarlo.
Enseguida está la constatación del inocultable desprecio del actual Gobierno hacia la región: ni siquiera el detalle de que los principales operadores gubernamentales en este conflicto eran autoridades nacidas en Santa Cruz (la ministra María Nela Prada) o el oriente (Jorge Richter, de origen beniano) contribuyó a llevar de mejor manera el reciente conflicto. Con cruceños o sin ellos adentro, nada bueno se puede esperar del Gobierno.
Un tercer elemento, de los varios que seguramente se puede enumerar, es la madurez adquirida por la ciudadanía, que aprendió a no caer en la trampa de las provocaciones que suelen invertir el destino de las movilizaciones: la gente identifica a los infiltrados, actúa con cautela para no reaccionar en forma desproporcionada y quizá por ello se entiende que las agresiones de los grupos de choque del MAS terminaron volviéndose contra ellos, a la manera de un torpe boomerang.
Otro factor a considerar es la certeza de que, en sus luchas, Santa Cruz tendrá que convivir con una sensación de soledad: por las razones que fuera, los sectores democráticos de otras regiones ‘delegan’ la pelea a Santa Cruz, pero no logran sumarse fácticamente a ella. Santa Cruz va y quizá por un largo tiempo irá sola; al frente tendrá al Gobierno con su intento por someter y dominarla, a los grupos de choque del Movimiento al Socialismo y ahora también a la Policía, que decidió asumir el trabajo sucio de aliarse contra la región que la acoge.