La situación del país ha llegado a un grado desgarrador. La crisis interior es intensa; la desorganización económica es lamentable; la desorientación política ha llegado a la anarquía, la agitación social crece día a día; el aventurerismo partidario es extremo. El país sufre una especie de septicemia, que es una infección masiva en la sangre que invade a todo el cuerpo y es casi incurable, por decir lo menos.

A todo ese cúmulo de males, se sumó otro problema candente y latente, las demandas de federalización del país o la formación de un bloque de Estados independientes. En particular, es una corriente que reclama la federalización, pero sin mayor explicación sobre exactamente en qué consiste ese sistema que, en el fondo, aumenta el centralismo, en vez de erradicarlo. Por ello se requiere, previamente, intenso debate sobre el tema.

En general, los momentos por los que atraviesa el país son agudos. Detrás de las marchas de obreros, gremiales, etc., en la sede del gobierno, La Paz, vinieron conflictos administrativos en los departamentos de Cochabamba y Tarija; las agresivas marchas de los mineros auríferos, las movilizaciones intensas de los cocaleros de Yungas; las demandas indígenas para que sea solucionado el problema de su pobreza… En fin, fue una ola de convulsión social que el gobierno de Luis Arce al sustituir al de Jeanine Añez, ofreció atender, pero todo está quedando en cero. Ni qué decir de la corrupción y la desintegración de los órganos del Estado.

A toda esa avalancha de problemas se agrega el temor público por las amenazas de Evo Morales de volver al gobierno, desestabilizando a Luis Arce. No menos notable es la división en la tienda gobernante, la que al parecer es definitiva e irreversible.

Sobre la base de una serie de datos concretos, es necesario hacer las abstracciones necesarias y obtener conclusiones definitorias del estado de cosas por el que atraviesa el país, para evitar su desintegración.