Evo Morales, el exministro Carlos Romero, la Iglesia católica, los cívicos de todo el país, los expresidentes, el presidente de la banda del MAS en diputados y muchos otros le han pedido a Luis Arce que acepte hacer el censo en 2023.
En lugar de aceptar esos consejos, el presidente decidió imponer su tozuda decisión de aplazar el censo para 2024, un censo que él mismo había anunciado para este mes de 2022 diciendo que estaba listo en 98%.
Para imponer ese criterio llegó a ordenar la invasión de Santa Cruz por parte de grupos de choque, violentos y asesinos, además de policías con instrucciones de ayudar a esos grupos, mientras amenazaba con enviar tropas del ejército.
Todo esto se explicaría si él hubiera decidido postularse a la reelección en 2025, para lo que era imprescindible evitar que el censo confirme lo que todos saben: que en Bolivia hay más votantes que habitantes.
El fraude implantado por Morales a partir de 2009 le dio a Arce 55% de los votos en 2020 y era preciso preservarlo, siempre y cuando él esté decidido a buscar la relección en 2025.
Pero si para lograrlo tienes que asesinar, ofender, atacar y mostrarte como un vulgar Daniel Ortega, Nicolás Maduro o incluso Vladimir Putín, quiere decir dos cosas.
- Necesitas el fraude para ganar
- No quieres ser candidato en 2025.
Se ha convertido en el único masista que admite, en los hechos, incluso con violencia y sangre, que su partido depende, como cosa de vida o muerte, del fraude.
Ni siquiera Morales lo ha admitido, salvo que lo admita en círculos íntimos, que entiende por qué el gobierno de Arce decidió aplazar el censo.
Romero ha llegado a decir que el gobierno es inepto y corrupto respecto del censo, cuando aseguró que Morales hizo uno en 2012 gastando una tercera parte de lo que costará el censo de ahora.
Y también ha dicho que Arce se dedica a deshojar la margarita de la fecha del censo sólo para ocultar la corrupción de su gobierno y los nexos que tiene con el narcotráfico.
Lo que deja como única posible explicación de las decisiones de Arce que no tiene intenciones de ser candidato en 2025, y lo único que desea es dar a sus hijos la oportunidad de seguir haciendo negocios fabulosos desde las empresas del Estado.
Al fin y al cabo, es un hombre con muy pocas luces, como quedó demostrado en su gris carrera como funcionario del Banco Central, un funcionario de segunda que, sin saber leer ni escribir, llegó a ser ministro de economía en 2006, y se aplazó.
