El 4 de junio, el modesto Centro de Salud Mariposas, en Villa Tunari, fue el cobijo de una mujer embarazada que llegó a dar a luz allí. Ya se había realizado algunos controles previos para ver el estado del bebé, que finalmente nació por parto natural y sin mayor complicación. Este nacimiento habría pasado desapercibido dentro de las decenas que hay cada día si no fuera que la madre es una indígena yuqui; si no fuera que tuvo que recorrer casi tres horas para llegar hasta el hospital; y si no fuera que esta nación indígena, que vive en pleno bosque del Trópico de Cochabamba, está en peligro de extinción y mantiene un contacto casi nulo con el exterior. Quizá por eso este nacimiento no fue uno más, sino una muestra de la adaptación que ha ido asumiendo la comunidad para evitar la desaparición.
La comunidad indígena Yuqui, perteneciente a los municipios de Puerto Villarroel y Chimoré, ubicada en la Amazonía central de Bolivia, a siete horas de la ciudad de Cochabamba, está liderada por mujeres. Con cerca de 400 habitantes, cada nacimiento es una victoria para la nación y un paso para alejarse de la extinción a la que les tienen condenados desde hace años las proyecciones demográficas.
Fueron ellas, las comunarias, quienes adoptaron la medicina convencional como una alternativa para tener mejores embarazos a través de controles prenatales y partos asistidos en centros de salud, sobre todo porque inician la maternidad a una edad temprana, la mayoría antes de los 20 años.
Estas acciones tomadas por las madres para garantizar la supervivencia de la comunidad se replican en los cargos jerárquicos. Actualmente, el pueblo Yuqui es liderado en su totalidad por mujeres, desde la Cacique Mayor pasando por la Asambleísta Departamental (de Cochabamba), la Concejal (del municipio) y la Diputada (nacional).
“Antes, los hombres no querían que nosotras seamos dirigentes. Esta vez, toditos hemos apoyado (…). Nuestras bases nos han elegido porque así nomás uno no puede decir ‘yo voy a ir arriba’, eso solo se da si tenemos apoyo. Tenemos la misión de ejecutar el proyecto de nuestra comunidad”, asegura la asambleísta departamental Ruth Isategua, desde el costado de una improvisada cancha que hay en su comunidad, Bia Recuaté, mientras unos niños juegan con una pelota de fútbol vieja.
Para Lucia Isategua —38 años, tez blanca, ojos rasgados, delgada y estatura mediana—, cacique mayor del pueblo Yuqui desde hace tres años, los puestos de liderazgo no eran extraños. Su padre, Jonathan Isategua, fue cacique mayor durante 15 años y su esposo, Ricardo Isategua, también. Luego de ser espectadora la mayor parte de su vida, ahora sostiene firmemente las riendas de la nación indígena.
No teme tomar acciones duras cuando es necesario. Basta con permanecer unas horas a su lado para darse cuenta que sabe cómo lidiar con su comunidad. Una tarde de junio, mientras recorría el centro de Bia Recuaté, recibió la noticia de que algunos de los comunarios cometieron actos de indisciplina. Pidió permiso para retirarse y emprendió caminata por los senderos del territorio hasta hallar a los jóvenes señalados y llevarlos a un tinglado para reflexionarlos mientras el resto de los yuquis espectaba.
“Es bonito, pero hace doler la cabeza. Viajar a Cochabamba, viajar a La Paz (a unas 15 horas de viaje por tierra). La gente hace renegar. A veces no me siento bien. Yo le pido a Dios que me dé fuerzas. Sigo nomás, hasta cuándo será que Dios me va a dar este cargo”, reconoce poco después, con la voz notoriamente cansada, mientras se sienta al costado de un horno de barro.
Las líderes son respetadas y admiradas. Ricardo Isategua sonríe y se llena de orgullo cuando habla de Lucia. Lejos de sentirse bajo la sombra de su esposa, es su “secretario” y la ayuda a gestionar su representatividad en la ciudad.
“En este tiempo, (tenemos) puras líderes mujeres del pueblo Yuqui… Se ha dado gracias a Dios. Las mujeres son más escuchadas, más que los hombres. Y tienen buena cabeza, se llevan bien. Las apoyamos en su gestión”, sostiene el excacique.
La antropóloga Ely Linares entiende que los liderazgos femeninos en la nación Yuqui son una respuesta comunitaria a las frecuentes disputas de poder que hay entre las familias cuando un hombre de alguna de ellas toma el poder. Que una mujer asuma el mando es útil para gestionar eventuales conflictos familiares, dice la también investigadora y docente de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS).
Linares explica que, por su tradición de cazadores, entre los hombres yuquis hay una histórica competencia que se extiende a la toma del poder comunitario. Sin embargo, esta competencia no se aplica a las mujeres, que cumplen una labor más conciliadora entre las familias.
El reconocimiento de esta cualidad explica que, en los últimos años, hayan emergido liderazgos femeninos como los antes citados o como el que en algún momento llevó a una yuqui a ser subalcaldesa de Puerto Villarroel. Eso sí, si bien la conquista formal de los puestos de poder es algo más reciente, no lo es el ejercicio cotidiano del mismo, aclara Linares, quien ha trabajado por casi 15 años con esta nación indígena. Aunque en la comunidad y fuera de ella a la mujer se la suele poner detrás del hombre, “en la práctica ella es la que toma las decisiones”, dice.
AGUA Y SALUD, SUS LUCHAS
El principal proyecto que impulsan las líderes es la dotación de agua potable. Los yuquis caminan unos 30 minutos hasta el río Chimoré para sacar agua en bidones, que luego beberán, usarán para la preparación de sus alimentos o para lavar sus prendas de vestir y los utensilios de cocina.
En la escuela Yaicuate instalaron, con ayuda externa, un tanque de polietileno donde almacenan agua del río para el consumo de los niños. Ellos se aproximan al depósito de agua, giran una pila, reciben el líquido en un vaso y se refrescan.
“El agua es necesaria para la vida. Hemos tomado hasta agua turbia, no hay de dónde sacar. No sabemos qué clase de basura botan arriba (en el río) y, por este motivo, los niños y los adultos mayores están desnutridos y no perdemos (eliminamos) las enfermedades”, dice Ruth —tez trigueña, estatura mediana, contextura gruesa y voz tímida—, quien padeció tuberculosis y COVID-19.
La representante cuenta que le hizo conocer al gobernador de Cochabamba, Humberto Sánchez, la necesidad de tener agua potable en su nación. Detalla que le respondió que la Alcaldía de Puerto Villarroel debe realizar la solicitud para que sea tratada en la Asamblea Legislativa Departamental y, finalmente, en la Cámara de Diputados. Mientras se intenta cumplir la burocracia, los niños continúan bebiendo agua contaminada.
La Cacique es más directa y cuestiona que los políticos den discursos de solidaridad en nombre de la comunidad Yuqui. “Yo sé que esa agua del río trae basura, de todo. Los gobiernos no se preocupan por nosotros, porque no sabemos muy bien castellano. Todo lo que llega a nombre de nosotros, no nos llega de verdad”, asevera.
El médico de la comunidad, Gróber Laime, señala que esta carencia repercute seriamente en su estado de salud y pone en peligro a los habitantes de esta comunidad en vías de extinción. “Cada día llegan dos o tres casos de amebiasis por no consumir agua potable; ellos toman agua del río y está contaminada. Son enfermedades que siempre llegan y patologías que están en la comunidad”, indica Laime.
Pero, además de la carencia del agua potable, la comunidad está catalogada como una “zona roja” de tuberculosis debido al hacinamiento en el que viven sus habitantes. Mientras comparten la comida todos los días en la cocina comunitaria que tienen cerca del colegio, cuando se reúnen en la cancha de fútbol para tomar cualquier decisión o en las casas pequeñas hechas de madera y calamina en las que viven familias de más de 10 integrantes, los yuquis practican su cultura, pero también se contagian.
La mayoría de los comunarios adultos tuvo en algún momento tuberculosis. Actualmente, quienes padecen la enfermedad son “vigilados” no solo por el personal médico de Bia Recuaté, sino también por el Secretario de Salud del pueblo, quien coordina acciones con la Cacique para garantizar que el paciente tome sus antibióticos y se cure.
Lucia conoce de cerca la enfermedad y lo grave que puede llegar a ser si no se trata adecuadamente. Hace 16 años, enfrentó un cuadro severo de tuberculosis que la llevó hasta el Hospital Viedma de Cochabamba, el único de tercer nivel en el departamento, donde permaneció internada, mientras su familia la esperaba afuera.
Pese a que la Cacique cree que la gente “muere” en los hospitales, asegura que cuando enfermó aceptó hacer el largo viaje para recibir atención hospitalaria. “No tienes que fallar ese remedio de tuberculosis”, alerta con un forzado español marcado por el acento natural de su lengua originaria, el yuqui.
Además de la dificultad de la enfermedad, los comunarios también deben sortear las carencias en las ciudades, donde llegan casi únicamente por obligación.
Cristian Calderón, subdirector del Hospital San Francisco de Asís de Villa Tunari, una de las poblaciones más grandes del Trópico cochabambino, afirma que la llegada de una familia al hospital demanda recursos económicos. En el caso de su nosocomio, permiten que los parientes se queden a dormir en la misma sala que ocupa el paciente y disponen dinero de caja chica para cubrir la alimentación diaria. En hospitales de ciudades más grandes, como Cochabamba, les impiden pernoctar en sus instalaciones y los acompañantes se quedan en las calles
“Cuando llegamos a Cochabamba, no sabemos dónde dormir. Ese tiempo (enfermedad de Lucia) yo he dormido en la calle. No conocemos a nadie. A veces pedimos apoyo a la gente solidaria. No sabemos dónde dormir. La mayoría de la gente que sale de aquí duerme en la calle”, sostiene Ricardo.
Los viajes en grandes grupos, que en la ciudad u otras poblaciones se asocian a la mendicidad, obedecen a la naturaleza colectiva y solidaria con que los yuquis se desplazan, sostiene la antropóloga Linares. Aun siendo nómadas, no se marchan solos, viajan con sus familias, en las que encuentran los lazos de solidaridad en los que fundan su sobrevivencia vital y cultural.
CELOSOS GUARDIANES DE LOS BOSQUES
La poca relación que históricamente mantuvieron los yuquis con el exterior, las enfermedades -como tuberculosis, micosis pulmonar, amebiasis, dengue- y la falta de agua potable se siente con más fuerza ahora que la contaminación los alcanzó y sus actividades principales son cada vez más escasas.
De acuerdo con información del Instituto Plurinacional de Estudio de Lenguas y Culturas (IPELC) y la Cacique Mayor de Bia Recuaté, el territorio yuqui abarca 115 mil hectáreas: esa es su casa, su bosque. El lugar que sus habitantes no quieren dejar.
Lucia considera que el territorio no es suficiente para ellos, aunque sean pocos. “El territorio, lo que ve la gente es grande; pero para nosotros es bien chiquitito, porque hemos caminado harto. Usted que es de la ciudad, conoce bien, así conocemos nosotros nuestro bosque. Nosotros somos bien celosos de nuestro territorio, otras personas no pueden adueñarse del territorio”, afirma.
El antropólogo Álvaro Díez Astete explica, en su libro Compendio de etnias indígenas y ecoregiones. Amazonía, Oriente, Chaco, que los yuquis concentraban sus pocas actividades económicas en la caza, la pesca, la recolección y la artesanía. Las tres primeras eran el eje central de su vida cuando vivían en los bosques sin restricciones.
Según expresa el IPELC en el documental Culturas Viva – Nación Yuqui, se conoce de la existencia de este pueblo desde 1950. En 1967, un grupo de 43 personas del pueblo Mbya Yuqui fundó la comunidad Bia Recuaté a orillas del río Chimoré.
A través de su traslado forzado, desde finales de los 60 hasta mediados de los 80, cuando establecieron contacto con el mundo externo mediante de la Misión Nuevas Tribus (MNT), de Estados Unidos, fueron perdiendo acceso a esos recursos y, adicionalmente, se acostumbraron a comer solo de la dádiva. Además, las políticas de desarrollo alternativo, desplegadas en los años 90 para reducir el cultivo de hoja de coca en el Trópico de Cochabamba, promovieron el modelo productivo de monocultivo (banana, palmito, piña) que afectó duramente a la etnia.
Por otro lado, los animales de caza en el área de asentamiento han disminuido por la sedentarización, el aumento de la población y el intenso ritmo de colonización desde 1983, señala Díez Astete.
Linares coincide con Díez Astete y afirma que la imagen del yuqui cazador es cada vez más folclórica, porque la caza ilegal y la expansión de la frontera agrícola han disminuido radicalmente los animales de los que se alimentaban. Hoy, mientras los hombres salen a los pueblos del Trópico a trabajar como jornaleros, las mujeres se ocupan de las labores domésticas, producen artesanías para la venta y las que pueden trabajan como sirvientas en poblados más grandes.
Luego de recibir oficialmente su Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Yuqui Siri, en 1992, que comparten con la comunidad Yuracaré, se apropiaron de su identidad amazónica y se volvieron celosos guardianes de sus bosques, a través de los cuales generan ingresos económicos, aunque bajo una política de aprovechamiento sostenible.
Está establecido que el dinero que se obtiene de la venta de la madera debe ser depositado en una cuenta bancaria y distribuido en partes iguales entre los yuquis y los yuracarés. El Plan de Manejo es diseñado por la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y Tierra (ABT) para que se haga una explotación del bosque de manera legal. El enfoque sostenible del plan fija que solamente se aprovechan árboles maduros y se hacen cortes dirigidos.
“Gracias al Plan de Manejo pagamos en (hospitales de) Ivirgarzama, Villa Tunari y Viedma, en Cochabamba. La empresa que se adjudica deposita, 100 mil bolivianos o 150 mil bolivianos (mensual). En lo que más se gasta, en salud, porque en salud no hay límite. A veces, uno sin pensar se enferma y se paga con eso”, explica el excacique Jonathan —56 años, tez morena, contextura delgada y estatura mediana—.
Los bosques no solo son su hogar, sino también es su principal fuente de ingresos comunitarios para acceder a mejores condiciones de vida, a través de programas de salud y educación. Si cuidan con tanto celo los árboles, es porque ellos son su pasado, pero también su futuro: los seres con los que conviven desde siempre y a los que confían la supervivencia de las nuevas generaciones.
El territorio Yuqui está rodeado por una frondosa vegetación. En verano, la temperatura alcanza los 40 grados centígrados incluso bajo la sombra de los árboles. La ampliación de los monocultivos alrededor de Bia Recuaté los enfrentó en más de una ocasión con sus vecinos. Pero ellos repiten no tener miedo. “A veces nos tratan mal… Quieren invadir el territorio. Nos unimos con gente de Siri para la vigilancia, porque el territorio es lo que nos da la vida. Nosotros seguimos adelante, porque a veces la gente piensa que como somos un poco menos, tenemos miedo, (pero) no conocemos miedo. Cuando alguien quiere invadir el territorio, nos hacemos respetar. Los yuquis no pueden perder su cultura, su modo de vivir”, realza Jonathan, mientras el resto de los comunarios que están alrededor lo escuchan con atención.
EL FUTURO QUE VUELVE
Mientras hablan los comunarios en Bia Recuaté, salta en varias ocasiones la referencia a dos jóvenes enfermeros que trabajan en el pueblo. Sus nombres son María Julia y Santiago Cayuba Guasu, los primeros yuquis que lograron obtener un título profesional. Apenas terminaron sus estudios de Enfermería regresaron a su comunidad para trabajar sin recibir paga, mientras aguardan un ítem.
“(Nuestros jóvenes) vuelven a su tierra. Estamos orgullosos de que hayan salido (concluido su carrera) para atendernos”, refiere Ruth Isategua.
La educación es parte importante de la agenda del pueblo Yuqui. A través de la formación profesional, ven una respuesta a sus necesidades. Además de utilizar los fondos que obtienen por la venta de madera en salud, las mujeres también impulsan el estudio de los jóvenes.
El sacrificio que implica reunir fondos da buenos resultados. La cacique Lucia asegura que deben concluir la carrera que elijan, o tienen un castigo de la comunidad. “Nosotros apoyamos a los niños para que salgan profesionales. (Con) ese dinerito les estamos ayudando para que estudien y vengan a trabajar aquí, para el bien de su comunidad”, sostiene la líder.
Los niños pasan clases en el ciclo primario y secundario de lunes a viernes durante las mañanas, y por las tardes, tres veces a la semana, reciben el apoyo de un pedagogo, que refuerza los contenidos avanzados.
Una barrera es el idioma. Por un lado, los profesores les hablan en castellano, pero los pobladores, principalmente las mujeres, se comunican con sus hijos en su lengua nativa, el yuqui, como una forma de no perder su tradición.
“Nosotros verdaderamente hablamos nuestro idioma. Cuando salimos a Chimoré no tenemos vergüenza de hablar nuestro idioma. A mi hija chiquitita yo le hablo solo en yuqui”, cuenta la Cacique, mientras su hija menor, de unos tres años, camina descalza por el costado.
A propósito de su idioma, la antropóloga Linares resalta que las mujeres son las que hacen el mayor esfuerzo por mantenerlo vivo. Aun siendo bilingües por necesidad, no dejan de hablar yuqui, incluso cuando se van a vivir fuera de sus comunidades. La investigadora ha estudiado casos de mujeres que, pese a haberse casado e ido con hombres de otras culturas, no dejan de hablar su idioma y de transmitirlo a sus hijos. A diferencia de hombres que abandonan Bia Recuaté, ellas no pierden sus vínculos con la comunidad ni renuncian a sus tradiciones, lo que las convierte en esenciales para combatir la amenaza de que su pueblo se extinga.
Las medidas que fueron adoptando las yuquis la última década aleja a la comunidad-aunque poco- de la extinción. Según el Censo de Población y Vivienda de 2001, en ese entonces había 112; para el Censo de 2012, subió a 202. Hace dos años, Linares había registrado una población de 346 habitantes, con una porción ligeramente mayoritaria (52%) de mujeres respecto a los hombres (48%). A la fecha, Lucia asegura que bordean los 400 habitantes.
“Aunque la gente nos diga ‘los yuquis son poquitos, los yuquis se han muerto’; nosotros somos poquitos, pero no tenemos miedo a nada. Siempre salimos adelante, en lo que sea, porque nuestros abuelos, aunque eran poquitos, no tenían miedo”, asegura Lucia.
Tampoco hoy tienen miedo las mujeres yuqui. No le temen a la medicina occidental, a la que recurren para curarse sus males crónicos y tener embarazos saludables. Tampoco le temen al poder, que de a poco han ido conquistando formalmente para crear un mejor clima de convivencia entre sus familias. Ni siquiera les temen a los forasteros, con quienes pueden marcharse, pero sin renunciar a su idioma. Menos aun les temen a los depredadores de sus bosques, que amenazan con dejarlos sin pasado ni futuro. Ni siquiera le temen al desafío por acceder a formación técnica para generarse recursos propios. El único ‘animal’ que no dejan de cazar es el miedo.
* En este reportaje trabajaron Nicole Vargas, Melissa Revollo, Santiago Espinoza, Mariela Cossío y Brenda Molina.