Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: sábado 21 de julio de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Lo cierto, es que no vivimos en dictadura. Pero también es cierto que las formas de control político con las que el gobierno ejerce el poder y son cada vez más parecidas a las de un régimen dictatorial; desfiguran progresivamente el ideario democrático y generan confusión. Se pone en cuestión el sistema de gobierno entre democracia y dictadura, pero quizás la respuesta se encuentre en el sistema de partidos que clasifica: multipartidismo, bipartidismo y unipartidismo. Todos ellos democráticos, aunque con distintos grados de respeto a las libertades y derechos ciudadanos.
No sería extraño estar frente a una macroestrategia política para reacomodar las relaciones de poder, mediante la migración del multipartidismo al sistema de partido único, y que las “tensiones creativas” de distracción, hayan funcionado para la gestación desapercibida de ese proceso.
Apoyo mi postulado en las teorías políticas del italiano Giovanni Sartori y del francés Maurice Duverger sobre el sistema de partido único, también denominado unipartidista monopartidista, predominante o dominante.
Varios nombres para un sistema que, sin restringir legalmente el concurso electoral de los partidos políticos, concentra el poder en uno solo y reduce sistemáticamente las posibilidades de los demás, asegurándose así, de reproducir su poder elección tras elección y de propiciar períodos de gobierno cada vez más largos.
El partido único se autoconcibe con capacidad de ser tal, al obtener tres mayorías absolutas consecutivas como indicador de electorado estable. No acepta rotación ni alternancia partidaria en el poder. Diluye la división de poderes. Controla todas las organizaciones y niveles de gobierno. El poder se fusiona entre el gobierno y el partido. Diseña un sistema de acceso gubernamental a la información para un control gradual de la libertad de expresión. Hace uso intensivo de propaganda mediática y social. Esconde sus conflictos internos y aparenta orden y unidad. Legitima su continuidad política con un discurso de bienestar, desarrollo y paz social. En previsión de una posible sucesión del caudillo, organiza y fortalece la burocracia. El clientelismo, con toda su tendencia a la corrupción, es una práctica usual en la estructura de poder que intercambia favores con el electorado del que depende esa detentación.
Finalmente, se instala con el autoritarismo institucionalizado; y en la lógica, natural en política, de reproducir y ampliar del poder, tiende a instaurar un régimen dictatorial o totalitario.
Esta descripción teórica, conmueve y preocupa; parece la premonición de un futuro gris. Si así fuere, es imperioso para el MAS ganar, a cualquier costa, la siguiente elección y mantenerse en el gobierno el tiempo necesario para consolidar el proyecto.
Esto explicaría la extrema intolerancia de la estructura de poder y la creciente represión contra las manifestaciones ciudadanas que reivindican el respeto al resultado del referéndum vinculante que inhabilitó la repostulación y consiguiente reelección de Evo Morales.
La autora es politóloga y docente universitaria.