Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: domingo 22 de julio de 2018
Categoría: Órganos del poder público
Subcategoría: Órgano Ejecutivo
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En un inquietante artículo aparecido en The Atlantic, en efecto, su autor inquiere en torno a los peligros mentales asociados con el exceso de poder. De hecho, el artículo se llama Power Causes Brain Damage, es decir, el poder causa daño cerebral y se apoya en varias investigaciones realizadas por psicólogos, neurólogos e investigadores universitarios. Las conclusiones, en todos los casos, son similares: los poderosos pierden la capacidad de simpatizar con nada que no sientan bajo su sombra, control o dominio y ya no pueden ponerse un segundo en-cuenta-del-otro. Un profesor de Berkeley asegura, incluso, que con el exceso de poder, más aún si se lo tiene durante mucho tiempo, los sujetos actúan “como si hubieran sufrido un daño cerebral traumático” y se hacen “más impulsivos, menos conscientes de los riesgos, menos aptos para ver las cosas de un punto de vista que no sea el propio”. Resulta un “déficit de empatía” y de tal forma, pierden “las capacidades necesarias con las que pudieron llegar donde están”. Médicamente, sostienen, se producen cambios “funcionales” en el cerebro.
Es muy bueno, ciertamente, que opiniones tan autorizadas y de talante científico corroboren cosas que en Latinoamérica ya sabíamos por experiencia propia.
En el caso de Bolivia, desde el 21F y a juzgar por las declaraciones de los mandatarios, claramente estos van perdiendo la cabeza. Su divorcio con la realidad crece despiadadamente y aparecen, así, incitando a la violencia contra la mayoría de sus propios conciudadanos.
En cuanto a Álvaro García, un individuo inestable, con una relación fuertemente esquizofrénica con su propia vestimenta (¿por qué sueña en vestirse bien como un q’ara, con ropa de k’ara cuando, de ser consecuente con sus discursos, no debiera desprenderse de poncho y abarcas?) está llevando, en las últimas semanas, sus ya altos niveles de mitomanía crónica a límites que amenazan con tragarlo a él mismo. Parece, seriamente, que ya no distingue bien entre lo ficticio y lo real. Si en Bolivia hay alguna asociación de psiquiatras o algo así, ésta debiera pronunciarse sobre este personaje (como hicieron sus equivalentes en EEUU, advirtiendo que Trump no está psiquiátricamente habilitado para su puesto) y dar su opinión respecto a alguien que, completamente sometido al poder del delirio, ya no parece en condiciones de ocupar ninguna función pública.
En cuanto a los daños cerebrales que Evo Morales ya exhibe, inconfundibles, basta con una prueba que todos pueden ver, horrorizados: durante su breve encuentro con el “hermano” Putin, cuando se fue a ver el mundial con dinero ajeno (el nuestro), espantan los balbuceos que con dificultad pronuncia en una reunión protocolar debidamente registrada. Totalmente incapaz de formar una sola frase coherente, correcta y con sentido. Poco menos que incapaz de hablar. Sólo farfulló algunas palabras deshilvanadas y lunáticas. ¿Qué habrá pensado el tenebroso y viejo zorro de Putin? ¿Y qué pensamos los bolivianos que aún pensamos sin desvariar? Eso ya lo dijimos, en mayoría, el 21F.