Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 20 de julio de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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La proliferación de manifestaciones en defensa del voto ciudadano del 21F, bajo la consigna “Bolivia dijo No” incomoda al Gobierno y a la dirigencia que lo sostiene. Tras su derrota, en una consulta por ellos propiciada, se descubre la marca de nacimiento de un proyecto autoritario, antes arropado de un discurso inclusivo y democrático. “Hay de identificar y detener a todo el que grita: Bolivia dijo No”, sostuvo Franklin Flores, diputado oficialista, de una circunscripción paceña colindante a la sede de Gobierno. Él fue dirigente de la Facultad de Derecho de la UMSA. Esa universidad que hoy se suma a la resistencia, al igual que lo hizo en julio de 1980, al instalarse la dictadura de García Meza.
Curiosamente, esa misma semana, en un Yungas con bases distanciadas del MAS, el Presidente, sostuvo con vehemencia, que “si él fuera cocalero de los Yungas sacaría (expulsaría) a ‘chutazos’ (patadas, en español futbolero)” a los opositores que argumentan a favor del 21F.
Estas destempladas arengas no sorprenden a quienes entendemos el alcance de la confesa esencia jacobina del binomio gobernante; lo que sí lo hace es la aparición de encapuchados escoltando con palos a quienes insisten en la ilegal repostulación del imprescindible. Aunque recientemente desmentidas, preocupa la insinuación policial sobre posibles represalias en caso de que los testarudos demandantes del respeto a los resultados del 21F ocasionen desorden público; insinuación que obliga a controlar los excesos de algunos activistas desubicados y otros tantos infiltrados dispuestos a provocarlo.
En la polarización la lucha por los derechos humanos no es fácil. Pese a las aclaraciones garantizadas a favor de toda movilización social por parte de Ministro de Gobierno, sobran razones para no bajar la guardia. La defensa cerrada de Evo a Maduro y al comandante Ortega, icono de violencia y de un sandinismo desfigurado, así como la pretensión de erigirse en el baluarte de una idea de revolución fallida, a juzgar por las experiencias históricas que la invalidan, son señales perturbadoras.
La perturbación no es ajena al núcleo gobernante. Le indigesta la machacona arenga del Bolivia dijo NO, ¡vaya contradicción para los supuestos “refundadores” de la patria!, reivindicaban en principio al referendo como forma de democracia, moral y legítimamente superior al formalismo procedimental de la democracia representativa y colonizadora. Al negar y desconocer olímpicamente los resultados vinculantes del 21F, degradan y amenazan de muerte la noción innovadora de “democracia intercultural”, clave en el accionar del órgano electoral.
Ello ocurre al forzar insólitas piruetas para “legalizar” el afán de perpetuarse en el poder. Esta incongruencia ya no les incómoda. Sin embargo, somos muchos los que abrigamos la esperanza de que el virus reeleccionario que se propaga encuentre un Órgano Electoral inmune, a lo que el expresidente Mesa nombro hace días como ‘veneno del poder’.
Los cuatro gatos a los que alude despectivamente el oficialismo, comienzan a reproducirse y sentar presencia inusitada. Sus “scratches” o arañazos, en los cuales se inspiró en algún momento la práctica de “escracheo” contra políticos severamente cuestionados, se hacen sentir en distintos espacios públicos para viralizarse por las redes sociales con contenidos, a veces tan irrespetuosos como aquellos censurables, del estilo discursivo instalado por el MAS hegemónico y al que el diputado Flores honró sin sonrojarse.
El “Bolivia dijo No” está hasta de la sopa. No está vacío ni carente de soporte propositivo. Está cargado de futuro, potencia y significados imprescindibles para la convivencia democrática. Pero si de la exclamación “hasta en la sopa” y de efectos indigestos se trata, valga referirse a la imagen de Evo impresa hasta la envoltura de las papas fritas de nuestra línea aérea bandera, no ajena a los dispositivos propagandísticos millonarios y goebbelianos que durante casi 13 años predican el culto a la personalidad de un autócrata de origen humilde, hoy tristemente embriagado de poder.