Medio: El Deber
Fecha de la publicación: domingo 05 de junio de 2022
Categoría: Conflictos sociales
Subcategoría: Marchas, bloqueos, paros y otros
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Santa Cruz ha soportado más de 50 bloqueos en los primeros 90 días del año; es decir que hubo un cierre de carretera cada dos días. La ruta a Trinidad estuvo cortada durante las dos últimas semanas de lunes a viernes, causando un perjuicio irreversible a miles de productores, decenas de transportistas y miles de pasajeros que no pudieron desarrollar sus actividades con normalidad. La cultura del bloqueo está instalada en el país y en el departamento, particularmente en Santa Cruz.
Cualquier pretexto basta para cerrar una vía ante la mirada impávida e indolente de la Policía y de las autoridades del Gobierno nacional que, por cierto, corren a resolver problemas en otras regiones, pero que observan indiferentes lo que ocurre en el lugar donde se produce más del 70% de los alimentos que abastecen a Bolivia.
El bloqueo es también un arma política para chantajear a los circunstanciales adversarios. Para nadie es desconocido que Evo Morales estuvo en esa zona antes de que el municipio de San Julián decida cerrar la carretera a Trinidad. Ningún argumento valió para contrarrestar la consigna político partidaria, que fue cumplida a cabalidad. En Cuatro Cañadas pasó algo peor porque no todos los pobladores estaban de acuerdo con el cierre de la carretera; muchos fueron presionados y obligados. De eso hay testimonios públicos.
El bloqueo perjudica a la economía nacional. Al cerrar una ruta se impide que carne, pollo, huevos y otros productos alimenticios lleguen oportunamente a su destino, ya sea en el país o fuera de él. Por ejemplo, en el corte que hubo en San Julián había camiones frigoríficos trasladando carne de res a Arica, para su exportación a países que nos compran ese alimento. El mercado internacional se puso en riesgo, porque carga no embarcada es una falla del exportador, sin que al comprador le interese mucho qué pasó. Los transportistas debían mantener los motores encendidos para que funcione la refrigeración, aparte de tener que contar con recursos para comprar alimentos y más.
La Chiquitania estaba sin diésel, sin alimentos, sin medicamentos. ¿Quién responde por una salud deteriorada, aunque solo sea una, o por una vida perdida debido a que el paciente no accedió a un tratamiento oportuno por escasez? Con semejante perjuicio surgen las hipótesis que hablan de que es una acción contra Santa Cruz o que se quiere afectar el modelo de desarrollo cruceño. Efectivamente, se lo está haciendo. Pero también están los que piensan que lo que se busca -en el fondo- es afectar la economía nacional (deteriorada en este tiempo) para complicar el Gobierno de Luis Arce, a sabiendas de que en el MAS hay una crisis profunda y que Evo Morales no logra que el primer y el segundo mandatario le hagan caso.
En el otro lado de la vereda están las voces que cuestionan a los bloqueadores por su origen y porque ‘no son nacidos en Santa Cruz’, lo cual aleja más la posibilidad de llegar a acuerdos; es decir, miradas excluyentes que alimentan la hoguera de confrontación y que terminan beneficiando a quienes quieren ganar con el conflicto.
Es absolutamente reprochable también la actitud del Gobierno nacional que mira a un costado y que cree que hace su trabajo descalificando al gobernador opositor, sin darse cuenta que cuando se apuñala a la producción y a la exportación se está dañando de manera irreversible a la economía del país.
Ya hay alertas que deben preocupar. Bolivia puede dejar de ser el corazón integrador del Cono Sur por esta cultura absurda de los bloqueos. Paraguay está trabajando para tener un corredor bioceánico que otorgue las garantías que nuestro país no puede.
En suma, el bloqueo perjudica a todos y no beneficia a nadie. A ver si se lo entiende de una vez y se trabaja para erradicar esa práctica nociva.