Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: jueves 19 de julio de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Repostulación presidencial / 21F
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Hay personas que recuerdan que en los años 80 en Argentina, Uruguay y Chile, cualquier evento terminaba con gritos contra las dictaduras de esos países. En los dos primeros se gritaba “Y va a acabar, y va a acabar, la dictadura militar”. En Chile el eslogan era “Y va a caer, y va a caer”, el Gobierno. En ese país, ese era el cántico favorito en los estadios y otros lugares con presencia masiva de personas.
Bolivia, haciendo un paralelo, ha empezado a experimentar una situación similar. Si bien el Gobierno del MAS no es una dictadura, sí se ha convertido en un régimen autoritario que pretende violar la Constitución y el resultado del referendo del 21 de febrero de 2016, que establecen que Evo Morales no puede ser candidato a la presidencia en 2019.
El carácter abusivo y poco empático del Gobierno ha hecho que la gente reaccione, cada vez que existen reuniones masivas con presencia de autoridades, con el cántico “Bolivia dijo No”. Esa situación se reproduce con tanta frecuencia que ha empezado a irritar a las autoridades.
Todo empezó, de manera inesperada, en la inauguración de los XVIII Juegos Deportivos Sudamericanos, el 25 de mayo pasado. El griterío fue tan ensordecedor y permanente, que el Presidente tuvo que abandonar el estadio sin poder hacer una de sus actividades favoritas, discursear. Tampoco asistió a la clausura, justamente ante el temor de que una situación similar se repitiera.
De ahí en adelante, el incómodo estribillo se ha escuchado en actos artísticos, deportivos, cívicos, políticos, etc. Las autoridades están a salvo de éste solamente cuando se reúnen exclusivamente con militantes del MAS, pero cuando se trata de eventos a los que asisten otro tipo de público, suele ocurrir aquello.
Ante la persistencia de estos estribillos en los lugares más inesperados (hace unos días irrumpieron en un concierto sinfónico; semanas antes en una presentación de ballet clásico) y por los actores más diversos (es ingenuo pensar que son un solo grupo que se desplaza por todo el país), se ha armado un arremetida contra ellos. Primero fueron las acusaciones y estigmatizaciones y luego, abiertamente las amenazas: el subcomandante de la Policía, Agustín Moreno, habló sobre aplicar medidas correctivas contra los grupos que alientan el “Bolivia dijo No” si alteran el orden público. Tal situación fue aclarada por el Comando de la Policía que garantizó toda manifestación pública.
No faltaron las expresiones insólitas, como cuando el Vicepresidente dijo que “‘Bolivia dijo No’ es un trisílabo opositor”, o la más reciente, del Ministro de Defensa, quien afirmó que “si un borracho entra a tu fiesta y empieza a fregar, lo primero que haces es sacarlo”, aludiendo a los grupos de activistas y poniendo en duda las garantías supuestamente dadas por la Policía.
¿Por qué se le grita eso a las autoridades? ¿Por qué ocurría en Chile, Uruguay o Argentina de los años 80 y no, por ejemplo, hoy en esos mismos países? Por una razón muy simple: cuando existe democracia plena, la ciudadanía sabe cuándo se producirá la siguiente elección nacional, que marcará el fin del Gobierno de turno. Cuando la democracia está en peligro y los presidentes no aceptan ni las reglas de juego ni escuchan a la gente ni respetan el voto popular, la política entra en crisis. Y estas son las consecuencias.
Si hubiera democracia plena en Bolivia, simplemente ni el presidente Morales ni el vicepresidente Álvaro García Linera serían candidatos y el MAS estaría analizando algún mecanismo para designar a otros candidatos. Pero ya lo dijo García Linera, ni él ni Morales mantendrán un “apego abstracto a la norma”, lo que quiere decir que no respetarán la ley.
Aunque claramente no hay mayor propuesta o programa político detrás de estos grupos de ciudadanos que corean la susodicha frase, y no podemos ilusionarnos con que el solo cántico generalizado es respuesta a los problemas que aquejan al país, el “Bolivia dijo No” refleja el estado de ánimo de la mayoría de los bolivianos y bolivianas, por lo menos de los que viven en las ciudades, y éste es de rechazo al régimen.