Medio: El Deber
Fecha de la publicación: martes 03 de mayo de 2022
Categoría: Autonomías
Subcategoría: Autonomía Indígena
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El 20 de febrero un aluvión con piedras gigantes se llevó la comunidad de Tomatirenda, en el municipio de Entre Ríos, Tarija, y desde entonces los indígenas que lograron sobrevivir al desastre natural viven otra tragedia: la del abandono de las autoridades que han hecho poco o nada por restituirles todo lo que perdieron, comenzando por las condiciones para la educación de los niños.
Durante los días de la riada, autoridades locales, nacionales y departamentales llegaron al lugar a prometerles casi todo. 50 días después, no han recibido nada y los comunarios se dan modos para seguir adelante con la vida que les quedó cuesta arriba desde aquel día.
La escuela del lugar desapareció, pero los niños continúan estudiando en un cuarto de tres por tres metros a medio construir que cuando llueve o hay sol fuerte deja de serles útil para continuar con las clases.
Por aquellas fechas de la desgracia había llovido varios días y la noche del 20 de febrero la quebrada de la región creció de una manera inesperada, sus aguas arrasaron con todo y afectaron a 535 familias guaraníes de las comunidades Timboy, Mokomokal, Tomatirenda, Ñaurenda, Saladito de Ñaurenda, Filadelfia y Palmarito.
Diez personas murieron, entre ellos seis niños, y tres cuerpos nunca fueron encontrados. Las cañerías del precario sistema de provisión de agua fueron completamente destrozadas por las piedras y desde entonces se quedaron sin agua. Un camión cisterna llega para entregarle este insumo vital, pero no les alcanza.
Un reportaje de EL DEBER, escrito desde la zona afectada, mostró este domingo el drama humano de niños que perdieron a sus padres y compañeros de curso, pobladores que se quedaron sin casas ni escuelas, y que a pesar de la adversidad ponen su mejor esfuerzo por retomar sus actividades de la manera que esté a su alcance. Lo han perdido todo, pero les queda la esperanza, es la frase que resume un compromiso con la vida y las ganas de salir delante en esas comunidades indígenas que ahora están en el olvido.
Los habitantes del lugar no solo necesitan apoyo material para reconstruir sus vidas, sino incluso apoyo psicológico. El reportaje cuenta que los niños escuchan truenos y les hablan a sus madres preguntando dónde van a escapar y pidiendo que sus padres no duerman hasta que pase la lluvia. La tragedia de aquella noche les dejó un trauma que necesita ser tratado por la psicología.
Un niño de seis años entrevistado por nuestro periodista recuerda la noche del 20 de febrero y reproduce el sonido que hacían las piedras gigantes a su paso, lo replica gritando y con las manos en alto, muestra dónde estaba su casa y donde ahora solo hay un cimiento porque la vivienda desapareció; vive en una carpa, intenta no llorar al contar su temprano testimonio, pero se quiebra en llanto y corre donde su madre a buscar su abrazo. Sus amigos también van con él y lo abrazan. Así es la vida ahora en esas comunidades guaraníes.
Una de las pocas instituciones que no prometió, pero está en el lugar haciendo un trabajo solidario con los damnificados es Aldeas Infantiles SOS con un programa para la atención de menores. Instalaron centros infantiles de emergencia para proteger, alimentar y educar a los niños de primera infancia.
Ellos priorizan esa edad porque son niños que aun no van a la escuela y necesitan del cuidado y protección mientras sus padres trabajan en recuperar cultivos y levantar sus viviendas desde cero. ¿Y los demás? ¿Y el Gobierno nacional? ¿Y la Gobernación de Tarija?