Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: viernes 22 de abril de 2022
Categoría: Institucional
Subcategoría: Servicio de Registro Cívico (SERECI)
Dirección Web: Visitar Sitio Web
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Durante mi reciente y corta estadía en el país visité las oficinas del Serecí en la zona Sur siete veces, lo que devino en una experiencia existencial memorable. En el curso de pocos días pasé de no ser hijo de mis padres a no ser padre de mis hijos. Por algunas horas dejé de estar casado con mi esposa de hacen 35 años. En un momento dado hasta se me indicó con áspera inclemencia que yo no existía. Afortunadamente, a pesar de tamaña afirmación logré evitar que se desvaneciera mi alma en el éter asistido por la certeza de que, solo el día anterior y precisamente en el escritorio contiguo sí hube existido. Finalmente, todo se resolvió y aquí estoy y de aquí soy, otra vez.
Los funcionarios del Servicio de Registro Cívico tienen la enorme y mal comprendida tarea de regularizar los registros de identidad de los ciudadanos intentando que, de una vez por todas, todos los datos que hacen a esta coincidan. Así de simple. Lamentablemente, la fuente original de esta información es diversa, dinámica e inconsistente. En mi caso, algunos datos de mis padres diferían entre uno y otro de mis documentos, aunque tan solo por culpa de un segundo y olvidado nombre. Además, habían también ínfimas diferencias con los datos que aparecían en los documentos de mi hermana. Y solo somos dos.
El Serecí fue creado por la Ley #18 del Órgano Electoral Plurinacional en junio del 2010 como una dependencia del Tribunal Supremo Electoral. A sus oficinas acuden todos los días ciudadanos que traen consigo la legítima frustración que significa el interrumpir cualquier trámite por ausencia o inexactitud de algún documento.
La historia del hijo legítimo que ante el “inocente” error de su madrastra a tiempo de consignar sus datos, ya no tiene derecho a herencia; o el matrimonio que no puede ser registrado porque el divorcio que le precede no aparece en pantalla; o el viaje al exterior que no se podrá realizar porque el pasaporte no puede obtenerse sin la cédula que no puede obtenerse sin el certificado que no puede obtenerse sin el padrón; fueron todas situaciones privadas que los afectados hacían públicas involuntariamente en su desesperada búsqueda de alguna solución.
En todas mis visitas recibí un trato amable y profesional. En mi experiencia y en la de todos a quienes sorprendido consulté sobre las suyas, los funcionarios del Serecí se mostraron poseedores de una paciencia y disposición para ayudar a resolver los problemas de la gente totalmente inusual, más aún en el sector público. Atrás quedó el “vuélvase mañana”. Por el contrario, frente a la necesidad de una serie de modificaciones en mis registros, agradecido presencié por tres horas el ininterrumpido, minucioso, silencioso y eficiente trabajo de un funcionario hasta resolver una a una todas las inconsistencias.
En los días siguientes indagué entre amigos acerca del origen de esta cultura institucional que bien quisiera fuera replicada en otras instancias de nuestra burocracia. Lamentablemente no encontré todavía una respuesta satisfactoria. Lo que sí me quedó claro es que no es ya suficiente con pensar para existir como creía Descartes. Ahora es también imprescindible que el Serecí dé su visto bueno.
Eduardo Berdegué Pardo Valle es escritor.