Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: lunes 21 de marzo de 2022
Categoría: Autonomías
Subcategoría: Departamental
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Escribía el año 2006 que la verdadera unión o cohesión, comenzando por el matrimonio y terminando en las naciones, se origina del acto libre y voluntario de unir destinos, para hacer algo hacia adelante. Se vive unidos acicateados por un proyecto común, o una esperanza, puesto que como afirma el filósofo Ortega y Gasset, no basta vivir de la resonancia del pasado.
La convivencia nacional se debe interpretar dinámicamente. Comprender que solo la acción o la ilusión de ejecutar grandes obras, son los resortes que aglutinan el cuerpo colectivo. La raza, la historia, la cultura y las tradiciones, no garantizan la unidad nacional. Son los anhelos, la idea de un mejor futuro, las que engendran el deseo de permanecer unidos. No se convive para estar juntos, sino para hacer juntos algo. El imperio de Roma o la Unión Soviética no se destruyeron por causa de sus enemigos externos, sino que involucionaron por la decadencia administrativa de sus instituciones, responsables de su decadencia y fragmentación, factores que debilitaron la fuerza y empuje que los hizo fuertes e invencibles en el pasado.
No hay salud política ni nacional, si no se gobierna con la adhesión activa y voluntaria de todos los componentes de la estructura nacional. Los pueblos se van haciendo mediante la aglutinación progresiva de elementos, bajo el paraguas de un proyecto común. La historia es historia por más glorioso que fue el pasado, y lo que verdaderamente une y cohesiona a los habitantes de una país, es un proyecto de vida en común, un sueño, así sea una ilusión. Si deseas navegar hacia mejores horizontes, debes levantar el ancla que te inmoviliza y abrir las velas que te llevarán al puerto que deseas o añoras. El pobre que vive en Potosí o en el Alto de La Paz, migra a los suburbios de San Pablo o EEUU, acicateado por un nuevo proyecto de vida, tal vez siga siendo pobre por muchos años más, alejado de los suyos y discriminado en su nuevo mundo, pero la diferencia radica en avizorar mayores oportunidades para progresar y especialmente, luchar y sacrificarse por un mejor futuro para sus hijos y nietos. Se migra, buscando nuevos horizontes, nuevas expectativas, mejores alternativas, que son en definitiva el acicate y la razón para dejar atrás la patria que los vio nacer, pero que lamentablemente no nos ofrece las posibilidades de progresar.
La autonomía y el federalismo no conduce al separatismo, es el excesivo centralismo el que amenaza la integridad del país. Dignificar a los departamentos frente al poder central, es una política sabia y previsora que trato de aplicar Roma en sus postrimerías, sosteniendo que el nuevo Estado, renacerá desde las provincias y no viceversa. El centralismo como todo autoritarismo, anula la iniciativa y la esperanza de los gobernados y les resta la energía y voluntad que son los elementos claves y esenciales para progresar y continuar viviendo juntos.
Somos un país diverso y plurinacional con características diferentes que deben aprovecharse a favor de un bien común. Coartar las posibilidades individuales o regionales y apostar por el centralismo asfixiante, más allá de apagar el deseo autonomista, lo azuzara y fortalecerá, con el peligro de ser alcanzado finalmente, en desorden y con violencia.
El actual gobierno tiene la fuerza y la legitimidad suficiente para administrar un proceso autonómico o descentralizador, con equilibro y solidaridad, que dé a luz a una nueva Bolivia. Unidos pero no obligados y menos sometidos, debería ser el nuevo eslogan nacional. Evitemos la tendencia de todo poder público de no reconocer límites puesto que las democracias, como en Grecia y Roma, eran poderes absolutos, más absolutos que los monarcas de la época llamada absolutista. La idea de que el individuo, una región o un gremio limiten o se opongan al poder del Estado o queden fuera de su jurisdicción, no cabía en las mentes clásicas. La democracia no esquiva al absolutismo, es indiferente que se halle en una mano o en la de todos. Por ello el verdadero demócrata se limita a sí mismo.
Vivimos un tiempo de inflexión histórica en el que se juega el destino de Bolivia. El respeto a la diversidad y autodeterminación así como, la responsabilidad de elegir las características peculiares del desarrollo de cada departamento, deben ser avalados por un Estado solidario que vele por el equilibrio y la equidad a nivel nacional, compensando los desequilibrios que puedan existir en procura de los menos desarrollados. Delegar la responsabilidad de administrar el desarrollo particular de cada departamento, bajo ciertos parámetros de conveniencia y unidad nacional, es creer que es posible la unidad respetando la diversidad.
Antonio Soruco Villanueva es ciudadano boliviano