Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: jueves 17 de marzo de 2022
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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Por tercera vez, el MAS ha expulsado de sus filas al diputado Rolando Cuéllar y también ha anunciado que esta vez le quitará su curul. Para asegurarse de la legalidad de la expulsión, los masistas han asegurado que se siguió el procedimiento establecido por las normas, de tal modo que han recurrido al artículo 38 de la Ley 1096 de Organizaciones Políticas, que se refiere al transfugio político, pues Cuéllar formuló declaraciones contrarias a los principios del MAS, no sólo en una sino en numerosas oportunidades, lo cual está tipificado, desde el punto de vista del cuerpo colegiado masista, como “transfugio político”.
Hasta este punto llega la formalidad en la expulsión del legislador masista rebelde. Y es rebelde porque, fiel a la línea de Choquehuanca, Cuéllar ha puesto en apuros a Evo y a la cúpula masista en más de una ocasión. Baste como ejemplo citar que fue el denunciante de irregularidades en YPFB que involucran al dirigente sindical Rolando Borda, a quien no sólo acusó de haberse beneficiado por largos años con una declaratoria en comisión con un sueldo estratosférico para su calificación laboral, sino también de nepotismo, por haber promovido el ingreso de sus familiares y allegados a la petrolera estatal y sus subsidiarias, y por ser el impulsor de la declaratoria en comisión, también con jugosos salarios, de más de 146 funcionarios de YPFB para que desempeñen dirigencias sindicales. Desde este punto de vista, la defenestración de Cuéllar es una vendetta, pero también una mordaza para que ya no revele más corrupción e irregularidades en el MAS.
Pero lo que no le han tolerado al legislador es que critique a Evo Morales. Cuéllar fue el promotor de cartas de las regionales masistas de Santa Cruz y Beni que reclamaban un congreso partidario para elegir a nuevos dirigentes, pues Evo Morales y su cúpula están siete años en esas funciones, cuando el estatuto de ese partido establece que se elija a los dirigentes nacionales cada dos años. Lo único que hizo Cuéllar fue reclamar democracia interna. Eso es lo que no le perdona el MAS, que formalmente puede ser un partido, pero que en los hechos es la suma de grupos corporativos nada democráticos dirigidos por un caudillo populista y coaligados en el objetivo común de usufructuar del Estado. Es decir, Cuéllar criticó el prorroguismo de Evo Morales, que al parecer es un componente intrínseco de su liderazgo, si tomamos en cuenta que el referendo del 21F le negó la posibilidad de un cuarto mandato, por lo cual forzó una aberrante sentencia del Tribunal Constitucional Plurinacional que concluyó, contra la constitucionalidad y la lógica, que su reelección indefinida era un derecho humano.
Hay algo más: el culto y obsecuencia al líder. Esto es propio de las anacrónicas dictaduras socialistas: no se puede contradecir a quien tiene el poder, como Lenin, Stalin, Fidel Castro, Maduro u Ortega. En cambio, hay que elogiarlos, levantarles estatuas y hasta falsificar la historia a su favor para crear una imagen pública artificial, pero necesaria para el partido.
La expulsión de Cuéllar revela que el MAS tiene un severo déficit de democracia interna y un liderazgo sin perspectivas, toda vez que es refractario a la crítica y proclive a purgas para silenciar voces incómodas.