Medio: Los Tiempos
Fecha de la publicación: martes 17 de julio de 2018
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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Veamos esas características que se reflejan cuando ingresan a la fase de crisis de dominación, es decir, en sentido gramsciano, de pérdida de hegemonía, de dominación consentida.
En Venezuela, el “régimen chavista” ingresa a esa fase poco después de la muerte de su “Comandante”. Maduro, como un “regalo griego”, hereda las consecuencias de la “fiesta populista”, caracterizada por el despilfarro y la borrachera del excedente económico que propició el súper ciclo de la economía mundial, con altos precios de los commodities, sobre todo del petróleo. Las consecuencias se manifiestan abruptamente en 2014, con elevados niveles de inflación, desabastecimiento y escasez de alimentos. Este panorama se agudiza con la considerable reducción de los ingresos petroleros de 41.000 a 12.500 millones de dólares en 2015, provocada por una colosal baja en la producción. En ese contexto, el “chavismo”, pierde las elecciones legislativas del 6 de diciembre de 2015. La oposición, cohesionada en bloque, con la Mesa de Unidad (MUD), obtiene más de dos tercios en el poder legislativo, colocando en jaque al régimen. Para revertir ese proceso, diseñan y convocan a una “Asamblea Nacional Constituyente, Obrera, Comunal y del Pueblo”. Con el control de las reglas de juego, vetando a las fuerzas opositoras, el 30 de julio de 2017, se eligen, entre ellos, a 545 constituyentes. Esta Asamblea, con excepcionales poderes, anula al poder legislativo.
En las calles, sin embargo, irrumpen movimientos ciudadanos con marchas, paros y manifestaciones de protesta. El resultado de la represión brutal ejercida por las fuerzas del orden alcanza a dos centenas de muertos. Toman protagonismo en esa feroz embestida las “milicias bolivarianas” (civiles armados para “defender la revolución”). Implementando terror y miedo desde el Estado, la Asamblea Constituyente convoca a elecciones generales para el 20 de mayo de 2018. El resultado, claro, en esas condiciones absolutamente antidemocráticas y sin competidores, es ampliamente favorable para Nicolás Maduro. En suma, el “chavismo” no pretende ceder el poder, se aferra a muerte, apelando incluso a sus “colectivos paramilitares”: Es mucho lo que han robado y tienen muchas muertes encima.
La fase de la crisis terminal del régimen de Ortega en Nicaragua tiene muchas semejanzas. Para reproducirse en el poder, al perder hegemonía, cambiaron las reglas y eliminaron a sus competidores, judicializando la política, pretendiendo establecer una dinastía. Ante el descontento y la protesta ciudadana, al igual que en Venezuela, apelan a la represión violenta usando grupos civiles, “parapoliciales”, sembrando miedo y terror con extrema e ilimitada violencia. Ya van 300 muertos. El estilo tiránico supera al de Anastasio Somoza, poniendo en evidencia que sólo saldrán del poder con “los pies apuntando al cielo”. Ortega se aferra al poder, más por impunidad que por un proyecto político.
El caso boliviano, al parecer, tendría la misma deriva. Hay serias señales que dejan entrever esos posibles escenarios: judicialización de la política; anulación de los adversarios políticos potenciales y cambio arbitrario de las reglas de juego. Se puede prever que cuando el descontento y la protesta alcancen las calles, amenazando el statu quo, se activarán las “milicias armadas”, con los cocaleros a la vanguardia, para defender el “proceso de cambio”. Esta amenaza ya fue recurrentemente adelantada.
Está claro, entonces, que estas elites, más por su condición cleptocrática que por un proyecto ideológico-político, difícilmente cederán el poder. Preservarlo es una cuestión de sobrevivencia. Es previsible imaginar su destino cuando ya no cuenten con el poder, cuyo ejercicio y concentración los embriagó e intoxicó al punto de traicionar incluso los preceptos que los encumbraron en el poder.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la UMSS