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Medio: El Diario
Fecha de la publicación: domingo 30 de enero de 2022
Categoría: Debate sobre las democracias
Subcategoría: Democracia representativa
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“Mi ideal político es la democracia. Todos deben ser respetados individualmente, pero nadie debe ser idolatrado”, afirmó el físico, norteamericano naturalizado, Albert Einstein (1879-l955).
Ha transcurrido 76 años desde su muerte. Un demócrata, por convicción política, con inquebrantable vocación de servicio a la humanidad. Pero sus ideales democráticos fueron echados a la borda, porque fueron manipulados por intereses creados, que lindaron con actitudes dictatoriales. Porque la democracia fue utilizada, en ciertos países de la región, como plataforma para tratar de perpetuarse en el Poder.
La realidad democrática de hoy no es halagüeña. Es muy compleja y preocupante. Resulta que está plagada por excesos que atentaron contra los Derechos Humanos. Que vulneraron las libertades ciudadanas. Que encarcelaron, con fines revanchistas, a quienes pensaban diferente. A quienes consideraron un peligro para sus esquemas político-ideológicos. La persecución ha sembrado zozobra e incertidumbre en los hogares más humildes de la ciudad, de la mina y del agro. En aquellos proletarios, como decían antaño. Por tanto: la libertad, en democracia, fue una quimera, un discurso distraccionista.
Se imponen tiempos de retroceso, en los que los ídolos de barro son objetos de veneración por mentes obsecuentes. Como en épocas autoritarias. De tal modo lo incensaron y colmaron de lisonjas. Lo llenaron de mixturas y guirnaldas. Actitudes que rayaron con el culto a la persona. Hechos ya superados, pero reeditados por algunos incondicionales. Creen que los “enviados”, no importa el origen social ni la militancia política de ellos, lograrán milagros, como el taumaturgo que multiplicaba panes y peces para sus seguidores, quienes reiteraban su fe y esperanza en un futuro mejor, bajo las luces de su sabia palabra.
Hubo, sin embargo, algunos gobiernos de tendencia izquierdista, en el siglo pasado, que marcaron historia, asumiendo actitudes de tolerancia política, respeto a las libertades cívicas, de expresión y sin presos, por motivos político-ideológicos. En síntesis: priorizaron la vida humana, sobre todas las cosas.
“…ya que el régimen institucional se apoya en el programa del pueblo que es el programa del actual Gobierno: respeto a la vida, garantías individuales, libertad política, cancelación de privilegios y mejor distribución de la riqueza pública”, afirmó el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, ante los obreros de su país (“Discurso en el Primer Congreso Nacional de la Confederación de Trabajadores de México”. México, D. F., febrero 24 de 1938).
Una de las medidas trascendentales del gobernante mexicano — calificado como “corpulento indio”, por el escritor John Gunther– fue la distribución de tierras a los campesinos pobres. Con la medida buscaba reparar las injusticias sociales. Sus objetivos e ideales políticos estuvieron, por lo visto, al servicio de la gente necesitada. Pero jamás pensó en perpetuarse en el Poder. Nunca pensó en aprovecharse de esa circunstancia, aunque inspiraba popularidad y respaldo del pueblo, para buscar una reelección. Jamás fue partidario de falsear la historia y menos de mentir ante su pueblo.
En suma: habría que recuperar las ideas y emular las acciones de los genuinos demócratas.