Medio: El País
Fecha de la publicación: martes 11 de enero de 2022
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Democracia interna y divergencias
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La crisis dentro del Movimiento Al Socialismo empieza a tomar forma de catástrofe inminente y nadie parece estar reparando demasiado en el control de daños.
En noviembre, cuando el presidente Luis Arce cumplía su primer año al frente del país, las organizaciones sociales desataron una violenta pugna interna para remover el ejecutivo y alcanzar nuevas cuotas del poder. Arce, muy a su estilo, decidió no hacer nada y la presión se diluyó con el avance del calendario, pero por el medio recibió sonoras derrotas, particularmente en la crisis por la estrategia de lucha contra el enriquecimiento ilícito, que acabó evidenciando la desconexión entre el ejecutivo y sus bases.
Rápidamente estas tensiones se han vuelto a reproducir con la fecha del 22 de enero - Día del Estado Plurinacional - como escenario de la refriega. El objetivo es esta vez incluso más evidente: el MAS de Evo Morales ha pedido el 50 por ciento del gabinete y ha desautorizado al vicepresidente David Choquehuanca, a quien le niega incluso la condición de “dirigente”, en boca del vicepresidente García, que considera que “su grupo morirá ahí”.
El hecho de tratar la configuración del gabinete como si de un simple botín de guerra se tratara es una falta de respeto no solo al presidente Arce, al que la Constitución le salvaguarda la competencia exclusiva de nombrar a sus ministros, sino al conjunto de la sociedad, que está cansada de escuchar exigencias y palabras huecas y no planes y proyectos concretos que justifiquen la asunción de un Ministerio.
Es verdad que el MAS hace tiempo abandonó su proyecto soberanista y se convirtió en una máquina de reproducción del poder. El ejercicio inicial de recuperar los recursos naturales vía nacionalización no era simplemente una palanca para recibir más recursos y malgastarlos en lo mismo de siempre, sino la piedra fundamental para industrializar el país y apuntalar su desarrollo. Es evidente que, a partir de 2010, cuando se puso freno a las tensiones separatistas con la nueva Constitución, el proyecto se desvaneció – junto con sus principales ideólogos, que fueron siendo apartados del Instrumento – y se redujo a la mera reproducción del poder por encima de todo que impulsaban tanto Álvaro García Linera como Juan Ramón Quintana.
El culto a la figura de Evo Morales, cada vez más pronunciada en el círculo palaciego, pero legitimada también inicialmente entre las bases por lo histórico del proceso permitió conservar el poder y la cohesión durante una década más, pero ya en 2019, con la no participación de las organizaciones sociales en la defensa particular del entonces Presidente después de las elecciones marcó el declive de aquella forma de hacer política interna.
Huelga decir que Luis Arce no es Evo Morales, y que el Evo Morales de hoy no es el de hace una década, y sin proyecto definido, el aparato en sí empieza a funcionar como un gigante preocupado por calmar sus propias ansias de poder.
¿Tiene la capacidad Arce de articular un proyecto genuino e integrador de sus propias bases que le dé continuidad? El 22 de enero pasará un examen exigente, más dentro de casa que fuera.