Tres de nueve acepciones de “paralelo” en el Diccionario de la Lengua Española parecen referirse a lo mismo: “correspondiente, semejante, análogo”; “semejanza, correspondencia o equivalencia entre personas o cosas” y “persona, situación o cosa parecida o semejante a otra”.
Sin embargo, y como explican los filólogos, semejante, o parecido, es simplemente eso, pero no es lo mismo. Se parece, pero es otra cosa. Y aunque explicado así parece sencillo, en política tiene sus complejidades.
El paralelismo es una estrategia que se usa para reemplazar algo por otra cosa, y se intenta hacer creer que se trata de lo mismo.
El paralelismo no puede aplicarse a las personas, que, en el marco de su individualidad, son diferentes unas de otras, como se ha visto en tantos casos a lo largo de la historia. Los casos más conocidos y recientes en el continente son los de Cuba, donde la muerte de Fidel Castro dio paso a que su hermano tome el poder —que lo cedió después a un delfín— y la Venezuela en la que la muerte de Hugo Chávez solo sirvió para que su régimen sea más pantagruélico con un sucesor que varias veces ha caído en el ridículo. En Bolivia, el afán de un grupo de personas de mantenerse en el poder en la Alcaldía de Santa Cruz dio lugar a que se extienda el mandato de Percy Fernández hasta niveles insostenibles.
Entonces, el paralelismo se limita a las instituciones. Pasa, con más frecuencia de la que quisiéramos, que, cuando una institución no puede ser manejada por un partido político, entonces este organiza una similar, con el afán de reemplazarla o superponerse a ella. Esta figura se ha visto mucho en los sindicatos, especialmente aquellos que no pueden ser controlados por los patrones que, ante esa situación, motivan la creación de otros que sean más complacientes con ellos.
Un sindicato es una “asociación de trabajadores para la defensa y promoción de sus intereses” así que es la antípoda del patrón, su enemigo, su némesis. A partir de ahí, no se puede concebir que exista un sindicato complaciente con el patrón porque a este es al que se pide concesiones para los trabajadores. Por esa razón, es inconcebible que el sindicato de sindicatos, que en Bolivia es la Central Obrera Boliviana (COB), esté de la mano con el gran patrón del Estado, que es el gobierno.
Pero cuando el patrón no consigue reclutar al sindicato, como el MAS hizo con la COB, entonces se intenta crear una organización similar, paralela. En términos sindicales, a eso se llama “paralelismo sindical” y es una práctica tan repudiada por los trabajadores que se considera una falta grave en los estatutos orgánicos.
Como se ha visto abundantemente a lo largo de los últimos 15 años, al MAS no lo importan los estatutos, pues no respeta ni las leyes ni la Constitución Política del Estado. Tampoco entiende de ética cuando se trata de cumplir su principal objetivo, que es la permanencia en el poder. Es por eso que esta organización política ha impulsado los paralelismos sindicales en aquellas organizaciones sociales que no puede controlar.
Por eso es que eventualmente aparecen no solo sindicatos sino comités cívicos paralelos que, generalmente, no encuentran credibilidad en la gente y más tardan en organizarse que en disolverse.
El último intento en ese sentido es el “comité cívico popular” que trató de posesionarse en Santa Cruz, donde los habitantes de ese municipio ejercieron resistencia directa y Evo Morales, que había planificado viajar a esa ciudad a posesionar a la directiva, debió cancelar su viaje.
Como le fue bien en otros casos, lo intentó en Santa Cruz y fracasó estrepitosamente. Eso no significa que no lo vaya a intentar de nuevo.