Medio: Página Siete
Fecha de la publicación: domingo 12 de diciembre de 2021
Categoría: Organizaciones Políticas
Subcategoría: Asambleas, cabildos y congresos
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Willy Camacho
Pasadas dos semanas de la finalización de la denominada marcha por la democracia, impulsada por el Movimiento al Socialismo, ¿qué ha cambiado en el país? Básicamente, nada. Evo tuvo sus 15 minutos de cámara, bien ganados por cierto; se generó polémica en torno al intervencionismo de un par de embajadores totalmente desubicados y casi tan payasescos como nuestro exrepresentante en Paraguay; se echó de menos algún mensaje de apoyo de otros países supuestamente aliados; se habló de empleados públicos obligados a asistir a la marcha; se habló de organizaciones sociales que son leales al MAS y acudieron a voluntariamente al llamado de su líder; y se habló de la mala leche de Evo Morales, que con el pretexto de apoyar al presidente Arce, en realidad le hizo saber a él y a todo el mundo que en Bolivia no hay lugar para dos jefazos.
No se puede desconocer la capacidad de movilización del MAS. El cierre de la marcha en San Francisco fue apoteósico, pese a que muchos hayan ido pagados u obligados, ya que otros tantos seguramente también acudieron por convicción. Y claro, no hay que olvidar que sumado a su natural vocación movilizadora, el MAS ha vuelto a disponer de recursos públicos para sus fines.
Escuché voces oficialistas quejándose porque la marcha había sido “ignorada” por los medios de prensa “de derecha”. Personalmente, no tuve la suerte de toparme con uno de esos medios, y soporté despachos, notas, entrevistas y otros informes diarios sobre la marcha de marras.
Esa puesta en escena convocó a todos los medios, que, en mayor o menor medida, le dieron cobertura. Para algunos masistas, “el retorno del Evo” debía ser transmitido en vivo las 24 horas, como reality gringo, o por lo menos darle espacios y tiempos estelares, como lo hizo el Bolivia TV (utilizando la plata de todos, no lo olvidemos), y como sus expectativas no se cumplieron, saltó la queja absurda. Tienen que entender que el mundo de los demás no gira en trono a Evo Morales. Los Evo lovers ni siquiera pueden pensar en esta posibilidad, pues cual quinceañeros fanáticos de alguna figurilla Disney, solo viven para su ídolo.
El punto es que la marcha tuvo mucha cobertura y repercusión mediática; tanto así, que no faltaron los alarmistas que se prepararon para eventuales desmanes de los marchistas en la ciudad, ya que el jefazo dijo que iban a “reventar La Paz”, refiriéndose a que iban a llegar con mucha gente, como efectivamente ocurrió, aunque con su precario uso del lenguaje, una vez más no se dejó entender claramente.
Y pese a todo, fue una marcha sin mayor trascendencia. Es que una marcha organizada por el gobierno para apoyar al gobierno no podría ser más banal. Trataron de camuflarla con eso de defender la democracia, pero es difícil que eso cale cuando los organizadores desconocieron un referéndum y pende sobre ellos la acusación de un fraude que nos llevo a una crisis social y política con consecuencia fatales.
Y de hecho, eso de apoyar al gobierno también fue una segunda máscara, pues en realidad se trató del relanzamiento de Evo Morales, su vuelta a las calles para apuntalar su liderazgo y comenzar la campaña con miras a 2025.
Obviamente, los obsecuentes, los llunk’us, están rondando por ahí, ya que quieren ganarse la voluntad del jefazo, y eso se notó en algunos discursos vertidos en San Francisco. El ejemplo más patético es Juan Carlos Huarachi, secretario ejecutivo de la Central Obrera Boliviana, quien en tono iracundo advirtió: “Nosotros no hemos venido a generar violencia, pero si nos provocan aquí estamos, cuidado, no nos provoquen, porque esta marcha se puede trasladar a Santa cruz, carajo, y vamos a ir a tomar las fábricas, las industrias”, y tras un par de carajazos más, añadió: “Que no nos provoquen, es más, este gobierno, este pueblo, somos los nacionalizadores y vamos a nacionalizar todas las industrias y empresas en Santa Cruz, compañeros, que no nos provoquen, carajo”. (Yo pensé que nadie podría bajarle a Marco Pumari el récord de carajazos por minuto, pero ya ven, siempre aparece alguien).
Al escuchar al rabioso Huarachi, inmediatamente pensé en el libro de Víctor Hugo Viscarra, Coba: Lenguaje secreto del hampa boliviano, que tiene una entrada para el término “nacionalizar”, cuyo significado es: “Hacer de un objeto propiedad de alguien: robar”, pues cuando alguien habla de manera tan procaz e iracunda, su alocución se acerca más a las bravuconadas de un pandillero asaltante que a las de un líder sindical.
Creo que Huarachi solo habló en ese tono y con ese lenguaje para demostrar que él es tan machote como el jefazo, que no le tiembla la mano para quitarle sus cosas a los opositores revoltosos, que estará firme para lo que el jefazo disponga, para que el jefazo se olvide de que, cuando las papas quemaban, fue el propio Huarachi quien pidió su renuncia. Le faltó decir, al estilo Viscarra: Borracho estaba no me acuerdo, jefecito, y llorar por el perdón de Evo, quien no creo que olvide ni perdone, ya que su carácter rencoroso está más que probado, y probablemente esté detrás de la decisión de la Csutcb de pedir que Huarachi se aleje de la COB.
En fin, el caso es que este “nacionalizador” no está muy alejado de los principios masistas, que con una onda de Robin Hood, pretenden meter la mano al bolsillo de los ricos para darle a los pobres (como confesó Juan Ramón Quintana). Fuera del personaje literario, no se puede perder de vista que la idea romántica de quitar a los ricos para dar a los pobres implica un acto delictivo: robar. Y es preocupante que altos dirigentes del partido gobernante repitan tan abiertamente que van a hacerse de bienes ajenos (con el fin que sea, no importa), pues desalientan la inversión y generan paranoias innecesarias.
Pero, ni nacionalización, ni nada. Nada, absolutamente nada cambió después de la marcha. Quedaron plenamente confirmadas cosas que ya todo sabíamos: quien manda en el país es Evo Morales, Luis Arce es una figura decorativa y los masistas disimulan con retórica sus actos más reprochables. Como dice una canción de Maldita Jakeca: Nada cambia, todo cumbia.
Willy Camacho / Escritor